Una dieta balanceada, hacer ejercicio, evitar vicios como fumar o beber alcohol en exceso y visitar al médico regularmente son los componentes clásicos de un estilo de vida saludable. Sin embargo, con el tiempo, esta sencilla ecuación ha ido ganando complejidad, especialmente debido a la añadidura de una constante que juega un papel tan crucial como el de la genética o los hábitos de una persona. ¿Puedes adivinar cuál es? Te daré una pista, empieza con p.
La conexión entre psicología y biología resulta cada vez más obvia. Diversos estudios parecen demostrar que el cuerpo es, en cierta medida, una expresión de la personalidad, una especie de lienzo en el que se van dibujado o desvaneciendo los trazos según las conductas, las creencias, los pensamientos y las emociones de una persona. Así, la mente podría ayudar al cuerpo a producir mayor salud y bienestar… o todo lo contrario.
A continuación, te invito a conocer cinco ideas y prácticas que forman parte de este nuevo paradigma de la salud, aunque cabe mencionar que distintas religiones y doctrinas espirituales —como el budismo— señalaron las bondades de algunas de ellas desde hace largo tiempo, pues sus practicantes no vieron la necesidad de esperar a que la ciencia llegara, triunfante, a confirmarlas.
1. Epigenética: la desmitificación del ADN. En 1953, James Watson y Francis Crick descubrieron la doble hélice del ADN, una estructura con la forma de dos escaleras entrelazadas que contiene las instrucciones genéticas de todos los organismos vivos. Hasta hace apenas una década y media, reinaba la idea del determinismo genético planteada por estos biólogos, según la cual “el genoma de un individuo era equivalente a su destino” que, supuestamente, estaba escrito en piedra, como el color de sus ojos. Sin embargo, en 2003, cuando concluyó el Proyecto Genoma Humano —que tenía por objetivo localizar los genes de cada uno de los veintitrés pares de cromosomas—, las líneas de investigación tomaron un nuevo rumbo, pues se descubrió que los seres humanos sólo tenemos entre 20 mil y 25 mil genes, y no 140 mil, como se pensaba. Se determinó entonces que los genes debían de combinarse entre sí para producir las 140 mil proteínas que conforman a todos los seres humanos, y que su interacción dependía de factores que nada tienen que ver con la genética clásica. Fue así como la epigenética empezó a ganar relevancia en el mundo. Según esta nueva ciencia, los genes son influidos por estímulos provenientes del exterior de la célula —como el estado emocional y mental—, por nuestras relaciones interpersonales, por factores como la temperatura y el nivel de contaminación del aire del lugar donde vivimos, y hasta por nuestras creencias y pensamientos —todo lo anterior explicaría por qué los gemelos idénticos, con el mismo ADN, pueden llegar a tener estados de salud diametralmente opuestos. Si bien la epigenética es aún muy joven, los estudios realizados hasta el momento han dejado de manifiesto que tenemos una mayor participación en la expresión de nuestros genes de la que hubiéramos podido imaginar.
2. La meditación alarga la vida. Después de leer este apartado quizá te animes, de una vez por todas, a meditar. Empezaré hablando de los telómeros, que son regiones de ADN no codificante ubicadas en los extremos de los cromosomas, cuya principal función es la división celular. Las “patitas” de estas estructuras en forma de x se achican con cada proceso de división celular, hasta que éste deja de ocurrir y las células —y tú junto con ellas— envejecen. Aquí cabe mencionar a la bioquímica australiana ganadora del Nobel Elizabeth Blackburn y a la psicóloga de la salud Elissa Epel, quienes escribieron un libro sobre la relación entre determinados patrones de pensamiento y el tamaño de los telómeros. En él, las autoras apuntan que las personas pesimistas, hostiles y que repasan de forma obsesiva los problemas tienen telómeros más cortos que aquéllas más despreocupadas y, por tanto, también una menor expectativa de vida. Sin embargo, hay algo que todos podemos hacer para aumentar el tamaño de nuestros telómeros: meditar.
El Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos realizó un estudio en el que se comparó el tamaño de los telómeros de veinte personas que practicaban a diario la técnica de meditación popularmente conocida como mindfulness con el de veinte individuos que tenían el mismo rango de edad y llevaban un estilo de vida igual de saludable, pero no meditaban. Los resultados fueron concluyentes: el grupo de los meditadores tenía telómeros más largos, menores niveles de estrés, además de una mayor resiliencia y capacidad de concentración.
Así que cuando tus pensamientos negativos se desboquen, haciendo que las emociones densas fluyan sin control por tu cuerpo, recuerda a tus telómeros y siéntate a observar tu respiración, así como todos los pequeños detalles que conforman la experiencia del presente.
3. La gratitud es buena para la salud. La existencia parece mucho más valiosa cuando reconocemos las bendiciones de cada día: una buena noche de sueño, el canto de un pájaro, un rayo de sol atravesando la ventana, un plato de comida o, simplemente, un día más de vida son razones más que suficientes para sentirse agradecido. Enumerar estos regalos mentalmente, sin dar nada por sentado, o escribirlos en un diario, son prácticas que elevan nuestro estado de ánimo y se manifiestan en nuestro nivel de bienestar. Así lo demostró un estudio realizado a lo largo de quince años en la Universidad de California en Berkeley, a través del cual se descubrió que las personas agradecidas presentan menos problemas de salud. Asimismo, los investigadores encontraron una relación entre la gratitud y la calidad del sueño, pues incluso los pacientes con dolor crónico o problemas cardíacos que practicaban el agradecimiento reportaron un mejor descanso que quienes no lo hacían. Y en otro estudio, conducido por los profesores de medicina familiar Paul Mills y Laura Redwine, se vio que las personas con insuficiencia cardíaca asintomática que llevaron un diario de agradecimientos durante ocho semanas tenían menor depresión y niveles de inflamación más bajos que los pacientes que no agradecían.
La gratitud eleva la autoestima, detona emociones relacionadas con la felicidad y alimenta la esperanza, así que comenzar y terminar el día diciendo “gracias” es más que recomendable.
4. El método Wim Hof. La historia de Wim Hof, también conocido como “the Iceman” debido a su capacidad de soportar el frío extremo sin que su temperatura corporal descienda, merece un artículo entero. Sin embargo, debido al espacio del que dispongo, me limitaré a plantar la semilla de la curiosidad con unos pocos párrafos.
Este hombre de cincuenta y nueve años, nacido en Holanda, ostenta veintiséis récords Guiness —incluido el del baño helado más largo— y desarrolló unas técnicas de respiración —conocidas como “método Wim Hof”— que parecen demostrar el poder que la mente tiene sobre el cuerpo. A través de ellas, Hof es capaz de controlar su ritmo cardíaco, temperatura corporal y niveles de adrenalina, así como de volver alcalino el pH de su sangre. Y lo mejor de todo es que, según él, cualquier persona puede aprender a practicar su método, que también incluye técnicas de control mental.
Para difuminar —aunque sea un poco— ese gesto de escepticismo que seguramente se formó en tu rostro, puedo decirte que Wim Hof se ha acercado a científicos de diferentes partes del mundo para que validen sus declaraciones. En uno de los experimentos, por ejemplo, se le inyectó una toxina hecha a base de la bacteria E. coli, que le provocaría fiebre, temblores y dolor de cabeza; sin embargo, para sorpresa de los investigadores, Hof no desarrolló ninguno de estos síntomas, y lo mismo ocurrió con otras doce personas que aprendieron su método y se sometieron a dicho experimento, con lo cual se demostró que determinadas técnicas de respiración y control mental pueden influir en los procesos del sistema inmunológico. Cabe mencionar que los resultados fueron publicados por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
Si te interesa saber más sobre el “Hombre de hielo” y conocer su método a fondo, puedes visitar su sitio oficial: www.wimhofmethod.com.
5. El cuerpo, ¿una proyección de la mente? Para finalizar este artículo, me gustaría dejarte con una reflexión que, si bien podría parecerte un tanto osada, no carece de sustento.
Resulta indiscutible que hay una conexión entre mente y cuerpo, aunque, al menos desde el punto de vista de la ciencia, aún no se sepa qué tan importante es el impacto que la primera ejerce sobre el segundo. Sin embargo, otras fuentes de conocimiento —como la psicología— abonan al tema con ideas como las de la reconocida psicoanalista Alice Miller, quien decía que el cuerpo, mediante síntomas, nos obliga a mirar nuestras heridas emocionales más profundas.
A falta de certezas, lo más conveniente parece ser escuchar al médico, sin dejar de atender los mensajes que nos envía nuestro cuerpo, procurando cultivar la paz interior y las emociones que alimentan la seguridad en nosotros mismos.