
Aunque con seguridad caeríamos en una simplificación, podría decirse que en algún punto del siglo XX las mujeres —que tradicionalmente permanecían en el hogar y al cuidado de los hijos mientras el padre salía a trabajar— empezaron a convertirse en trabajadoras remuneradas y proveedoras para su familia, dejando en muchos casos a los críos a cargo de las abuelas.
Algo similar sucede cuando se trata de madres solteras: a menudo, la mujer se ve obligada a salir a trabajar y a dejar a su prole bajo la mirada y el cuidado de la abuela. Pero esto no es nuevo; de hecho, “las abuelitas” han desempeñado dicho papel durante miles de años.

En sus investigaciones sobre el desarrollo de la humanidad, la antropóloga Kristen Hawkes halló una historia que sigue sorprendiendo al mundo: en la tribu hadza, de Tanzania, son las abuelas quienes buscan alimento para sus nietos, lo cual permite que las madres se enfoquen en la cría de los lactantes y, después, en un nuevo embarazo para mantener la especie.
Hawkes, como otros antropólogos, tenía la idea de que la evolución humana comenzó con la caza y de que el cerebro se había desarrollado para alimentar a la familia; sin embargo, a lo largo de décadas de investigación esta concepción ha cambiado y han surgido hipótesis más complejas, como que el hombre primero aprendió a cazar para compartir con toda la tribu, y hasta más adelante con su familia.
Pero, en específico, la “hipótesis de la abuela” de Hawkes sostiene que lo que distingue a nuestra especie de nuestros antecesores es que contamos con el cuidado de las madres de nuestras madres. Gracias a eso es que las mujeres, en general, viven más su etapa fértil que otros primates, se mantienen en buen estado físico a pesar de tener un hijo tras otro, pueden elegir no amamantar a sus bebés y evitan así el desgaste físico que implica cuidarlos.
Así que, sí, la constante es que hubo ayuda de las abuelas y ellas serían las responsables de la longevidad de la especie y de que en nuestro crecimiento exista un periodo para adquirir habilidades sociales por el que pasamos casi todos los seres humanos, y que hoy llamamos infancia. Y no sólo eso: junto con el matemático Peter Kim y usando un modelo teórico, en 2012 Hawkes estableció que, durante los últimos 60 mil años de evolución, la esperanza de vida en los primates pudo crecer al doble gracias al papel de las abuelas.

Un dato así de determinante deriva de comparar grupos de chimpancés hembras, cuya esperanza de vida llega hasta los 40 años y no tienen conductas de “abuelaje”, con grupos de hembras homínidas. Los resultados mostraron que los cuidados de las abuelas a sus nietos prácticamente duplican la esperanza de vida en un breve periodo de tiempo evolutivo.
Si bien hay otros antropólogos que consideran que las abuelas tienen un lugar en la evolución, Hawkes tiene muy claro que para su investigación son centrales. Lo curioso de todo esto es cómo hasta la actualidad las abuelas siguen siendo esos entes mágicos sin los cuales uno no sabría exactamente cómo se puede vivir la niñez.
