Ajenjo o absenta —o cómo yo fui un poeta maldito—

Ajenjo o absenta —o cómo yo fui un poeta maldito—
Arturo Reyes Fragoso

Arturo Reyes Fragoso

Miscelánea

Si me lo permites, abriré con una referencia autobiográfica traída por la sorpresa de recién haber descubierto mi faceta de “poeta maldito” durante mi adolescencia. Me explico: durante varios años, los integrantes del grupo scout al que me metieron solíamos agasajar con un programa de variedades a nuestras mamás en un pequeño auditorio anexo a la iglesia de la Medalla Milagrosa.

A las obligadas “Mañanitas” entonadas a coro, le seguían diversos números, como la espectacular presentación del maguito Jimmy —un vecino mío que era mago de verdad—, antes de llegar al número estelar: la declamación de “El brindis del bohemio”; en ella, con corbata y traje —que por supuesto me quedaban grandes—, yo interpretaba a Arturo, “el bohemio puro de noble corazón y gran cabeza”. Décadas después, aún puedo citar de memoria sus versos iniciales:

En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno
regocijadamente departían
seis alegres bohemios…

Después me enteré de que aquellos sentidos versos no fueron escritos por Manuel Bernal, “el declamador de América”, como lo anunciaba la portada del disco, sino por Guillermo Aguirre y Fierro, quien dice en otra parte de su poema:

Pero en todos los labios había risas
inspiración en todos los cerebros
y repartidas en la mesa
copas pletóricas de ron, whisky o ajenjo.

¡Hasta hora vengo a enterarme de que yo fui un poeta maldito!, ante la mirada de mi jefecita santa y de sus abnegadas colegas, al evocar el ajenjo, bebida también conocida como absenta —nombre derivado de su principal componente, una amargosa hierba denominada Artemisia absinthium— o, metafóricamente, “hada verde”, como solían llamarla Verlaine, Rimbaud y otros poetas malditos.

Absenta: cartel publicitario

“¡En tus abismos, negros y rojos, / fiebre implacable mi alma se pierde, / y en tus abismos miro los ojos, / los verdes ojos del hada verde!”, escribió un exaltado Manuel Gutiérrez Nájera, pero la verdad es que durante mucho tiempo yo no tuve la más peregrina idea de a qué sabía el aguardiente aludido.

Lo descubrí ya entrada la madurez, hará cosa de una década, gracias a la tendencia en los bares capitalinos de popularizar licores adicionados con hierbas —como el Jägermeister que, en lo personal, siempre me supo a jarabe para la tos— y de tratar de resucitar la moda por la verdosa bebida que, cuenta la leyenda, estimuló a un desquiciado Van Gogh a mutilarse la oreja.

Algunos bares hípsters de la Roma y Polanco empezaron a destacar entre su oferta de bebidas el “hada verde” —aludiendo sólo a la absenta, casi nunca al ajenjo—, y hasta recuerdo haber acudido a un lugar decorado y amueblado como tugurio parisino decimonónico. No pude ante la irresistible atracción de tomarlo a la manera “clásica”: de nuevo, el espíritu de poeta maldito se apoderó de mí.

El licor de tono esmeralda se sirve en una fina copa de cristal, sobre la que se coloca una cucharilla plateada con rendijas; en ésta se deposita un terrón de azúcar bañado con un poco de absenta y se enciende con un cerillo que lo caramelizara dentro de la copa. La preparación termina agregándole uno mismo agua helada, lo que le da una apariencia lechosa al resultado.

Copas con absenta

Supongo que dicha bebida resultaría atractiva un siglo atrás, pero esa noche tuve que pensarlo dos veces antes de empujármela. Hoy reconozco mi frustración al no haber experimentado ningún “paraíso artificial” como los que describía Baudelaire, y ni siquiera me sentí estimulado como para pararme en la mesa a declamar “Mamá, soy Paquito; no haré travesuras”, de Salvador Díaz Mirón.

Cierto es, también, que no me animé a echarme una segunda tanda, con la que probablemente habría terminado corriendo por las paredes, y no tanto porque el “hada verde” se posesionara de mi cuerpo, sino sencillamente por el explosivo contenido alcohólico del coctel en mi organismo —puede alcanzar hasta los 70 grados—, potencializado con el azúcar caramelizada.

Al final, la moda de la absenta resultó fugaz en México y se optó por la promoción de la ginebra y el mezcal, mucho más redituables. Y es que eso del ritual puede parecer demasiada faramalla para quienes buscan un resultado que igual se alcanza con unas aguas locas con Tonayán. Por mi madre, bohemios…

Absenta para dummies

Coctel de vermut blanco con absenta y hielo

Sin tanta parafernalia, la edición en español de Food & Wine ofrece un par de recetas de cocteles con absenta para prepararse en casa. La primera es beberlo en forma de martini; para ello, se mezcla una onza de absenta con dos onzas de vermut blanco en una coctelera con hielo durante medio minuto, antes de servirlo con una cascarita de limón previamente exprimida sobre la copa.

La otra manera de prepararlo es como limonada, al estilo Montparnasse, podríamos decir: se mezcla media onza de absenta, otro tanto de jarabe y una onza de jugo de limón, y se agita en una coctelera con hielo. Sírvase en un vaso alto con hielo, al que debe agregarse agua mineral y rodajas de limón. Ideal para combatir “la calor”, aunque pegue como patada de mula.

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