…Cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre.
Los objetos que pertenecieron a otra época tienen un poderoso encanto: entrar a una tienda de antigüedades y observar los complicados diseños hechos en materiales más delicados que el plástico —propios de una manufactura menos involucrada con la venta en masa— nos recuerda que en el pasado hubo una sensibilidad y un ritmo de vida distintos, un mundo con menos exigencias y otras prioridades; ese pasado al que nos remiten las pertenencias de la abuela seduce con su estilo y andar acompasados, tan ajenos a la prisa por recibir la respuesta a un mensaje de texto en el celular. Aunque no es necesario viajar tan lejos en el tiempo para sentirse consolado por una época que imaginamos mejor: la vuelta a nuestra infancia puede ser el espacio temporal más sencillo imaginable para regodearnos en las comodidades arrebatadas por el presente.
Parece complicado decidir el día a día pues, mientras intentamos encontrar el sentido, el presente se nos escapa de las manos y cruelmente nos empuja hacia ese territorio de lo incierto llamado futuro. El aquí y ahora nos enfrenta a problemas que demandan soluciones de las cuales resulta imposible predecir la totalidad de sus consecuencias; el pasado, en cambio, ha quedado para siempre escrito, ya está resuelto, las cosas fueron como fueron y, por tanto, no existe la incertidumbre. Así, uno de los grandes beneficios del pretérito es la ausencia del temible futuro, lo cual nos permite sentirnos en paz, aunque ésta sólo sea ilusoria.
Con dicho afán, hay quienes se fugan hacia un tiempo que no conocieron de primera mano. Buscan la felicidad en una época que es fácil romantizar, puesto que la vivieron a través de libros, películas, series o las anécdotas más entrañables de alguien que efectivamente experimentó esos años; de ahí, por ejemplo, que el estilo pin-up haya tenido un gran regreso, tanto en las tiendas de disfraces como en la moda que adapta ciertos elementos a un atuendo casual —ya sea la banda en el pelo, la falda a la cintura, los lentes de sol o el labial rojo.
La idea de que el pasado fue mejor es un tópico literario. Un ejemplo de lo anterior lo encontramos enel cuento “The Third Level”, de Jack Finney, que narra la fantástica historia de un sótano en la Estación Central de Nueva York que conduce al año 1894, donde la vida era más simple. En este caso, el personaje ha idealizado dicho tiempo debido a las experiencias que le compartió su abuelo; es decir, 1894 le parece un lugar feliz por los recuerdos de alguien que vivió en él. Y aquí cabe mencionar otra forma de encontrar consuelo en el antes, la cual consiste en regresar compulsivamente a un momento de nuestras vidas que la memoria ha abrillantado y edulcorado, como si no hubiera tenido pasajes oscuros.
Es común que dicho tiempo sea la infancia, y esto se refleja en la cultura popular, que en últimas fechas ha revivido la década de los noventa a través de la moda, el cine y las series de televisión. A principios del 2016, por ejemplo, Netflix lanzó la secuela de la serie cómica Full House (1987-1995), titulada Fuller House; y para el presente año se espera el estreno de los remakes de las películas Jumanji(1995) y La Bella y la Bestia (1991) de Disney, esta vez en live action.[1] Quienes vivieron su infancia a finales de los años ochenta y principios de los noventa ahora son adultos enfrentándose a un 2017 que comienza con un gasolinazo y, para soportar la realidad, al menos les quedan esos pequeños escapes a las diversiones de la infancia.
Sin embargo, no sólo se trata de librarse de las responsabilidades del ahora, sino de formar lazos generacionales: la audiencia nostálgica atraída a los remakes compartirá un referente común con quienes se acercan por primera vez a tales contenidos. Y lo mismo sucede con la moda: hoy día, las niñas de once años usan las mismas gargantillas de plástico que las adolescentes de finales de la década de los noventa.
Es fácil dejarse enamorar por lo que se puede conjugar en pretérito, ya sea por la nostalgia de un tiempo percibido como mejor que se vivió en primera persona, o por una época que ha sido romantizada. De cualquier forma, el pasado así visto se convierte en una tabla de salvación para quien necesita creer que existieron tiempos más amables. Probablemente la tendencia a idealizar el pasado continúe y, dentro de cien años, a los habitantes de esa realidad futura les parezca que el 2017 era el reino de la dicha.
La idea de que todo tiempo pasado fue mejor es el tema de la película Medianoche en París (2011), escrita y dirigida por Woody Allen, que cuenta cómo un hombre obsesionado con el París de los años veinte viaja a dicho tiempo al llegar la medianoche; embriagado por los encantos de la época y por una mujer llamada Adriana, decide quedarse ahí. Sin embargo, descubre que ella no comparte su amor por los veintes, pues considera que la perfección se encuentra en el París de la Belle Époque; [2] para Adriana, esa década que él ama no es más que su insípido presente. Así se ilustra el perpetuo deseo por el pasado y el perenne descontento con el ahora. No obstante, lejos de ser un mal, esta propensión humana nos motiva a recuperar lo mejor de nuestra historia a través del estudio, el escape, el análisis y la creación.
[1] Hace referencia a obras audiovisuales en las que las imágenes han sido obtenidas mediante la filmación directa de actores o elementos reales, a diferencia de la animación, donde éstas se sustituyen por dibujos o gráficos informáticos.
[2] Expresión que designa al periodo de la historia europea comprendido entre 1871 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.