Acomete tu gran obra con pequeños bellos gestos.
Verbo (2011), dirigida por Eduardo Chapero-Jackson
Desde que inició la pandemia por covid-19, se me presentó la oportunidad de trabajar vía remota desde casa. No obstante, por la naturaleza de cierto tipo de actividad muy necesaria en mi proceso de producción, es necesario que asista a la oficina una semana al mes y que role turnos con algunos de mis compañeros.
Hace tiempo, una de las veces que tuve que ir a la empresa me sentía atascado en esa sensación cotidiana y parasitaria que nos aqueja a la mayoría en la presente situación de encierro: estaba estresado, cabizbajo y con la sensación de que había perdido el rumbo. Eran alrededor de las nueve de la mañana cuando, absorto en mis cavilaciones pesimistas, dejé mi asiento y me encaminé a la cocina para prepararme un café.
De pronto, me topé con una chica del aseo a la que jamás había visto. No está de más explicar que eso no me sorprendió, pues donde trabajo hay mucha rotación del personal de limpieza. La muchacha de unos veinte años, a una distancia de menos de diez metros y como si yo fuera un entrañable conocido de muchos años, me sonrió a través del cubrebocas y agitó la palma de su mano en un extraordinario y amigable saludo. Le respondí de la misma manera y, entonces, los oscuros muros de mi desesperanza comenzaron a desplomarse. Fue como si me hubieran lanzado un salvavidas.
Del mismo modo, atesoro el nítido recuerdo de una ocasión cuando compré un refresco chico en el supermercado. Como era obvio, no hacía falta que la empacadora voluntaria en la caja registradora —una señora de unos sesenta años— me lo embolsara; a pesar de ello, agradecí y le di unas monedas. Ella me sonrío y luego soltó una prodigiosa frase que me iluminó por dentro: “¡Gracias, hermoso!”…
Pienso que este tipo de acciones simples y desinteresadas de completos desconocidos, que son como verdaderos “ángeles encubiertos”, son a lo que se referían Buda, Cristo y muchos de los místicos cuando hablaban de compasión y misericordia. Es fácil que las personas que tenemos principios religiosos, por herencia, rutina o por otra razón extraviada en el pasado nos perdamos en reglas, mandamientos, rituales o catecismos, y nos olvidemos de la verdadera esencia de toda religión, que es el amor.
Ángeles encubiertos. Tengo no sólo dos, sino una infinidad de dulces recuerdos de muchos de ellos que, en momentos de crisis y sin hablarme de una tradición específica, sin recitarme los versículos de un libro sagrado y sin mencionarme alguna deidad, me regalaron una simple y escueta acción que regresó a mí la esperanza en que el mundo no es un lugar tan oscuro. Y ahora me pregunto cuántas veces pude desbloquearme y también me convertí en un ángel encubierto para alguien más.
Según las tradiciones monoteístas, los ángeles están para protegernos. Ya lo recita la oración católica aprendida en la infancia: “No me desampares, ni de noche ni de día”. Pero, ¿y si diéramos un giro a esta noción y sucediera al revés? ¿Y si también hubiera ángeles que estuvieran aquí para que nosotros los protegiéramos?
Tengo un gran amigo en la oficina que pasaría por la persona más alegre y optimista del universo; no obstante, hace poco él mismo entró en una fuerte crisis de depresión y ansiedad. Aún me avergüenzo al confesar que me enteré de ello casi por accidente: caras vemos, tristezas no sabemos. ¿Y qué decir del ángel que está viviendo un divorcio, del que perdió un hijo en un hospital y no pudo mirarlo a los ojos y sostener su mano en el último momento? ¿Qué hay del ángel que está pasando una depresión posparto o del que no tiene el valor de “salir del clóset” y confesarle su orientación a sus padres?
Es un hecho que, sin excepción y sin importar nuestro nivel económico o académico, o si somos capaces de recitar de memoria pasajes de la Biblia o de meditar sin interrupción durante cinco horas seguidas, todos tenemos la facultad de realizar pequeños gestos de desbordada compasión que pueden salvar una o mil vidas. Todos poseemos la capacidad de ser ángeles encubiertos y de ayudar a esos otros ángeles que, con todo y sus enormes alas, piensan y sienten que están muy lejos del Paraíso…