¿Ansiedad o preocupación? Cinco formas de distinguirlas

¿Ansiedad o preocupación? Cinco formas de distinguirlas
Michelle Medrez

Michelle Medrez

Mente y espíritu

“¿Y si llego tarde? ¿Y si es muy temprano? ¿Y si no le caigo bien? ¿Y si no me contratan? ¿Y si no me alcanza?” Estas y otras muchas preguntas se hace mentalmente una persona que está dominada por sus preocupaciones. Wayne W. Dyer, en su exitoso libro Tus zonas erróneas, acota que la preocupación es el sentimiento que te inmoviliza en el presente por sucesos que pueden llegar a ocurrir en el futuro, y que muchas veces esa emoción se presenta en contextos y situaciones sobre los que no tienes ningún control, pero en los que piensas que preocuparte te ayudará a prevenir o resolver futuros problemas.

En el mismo libro, Dyer califica a la preocupación como un sentimiento inútil, pues si un problema tiene solución es inútil preocuparse, y si no lo tiene también lo es. El problema es que, en la mayor parte de las ocasiones, el cerebro gana al convencerte de que te estás ayudando al reflexionar y preocuparte, lo cual muchas veces te coloca en un bucle interminable.

La preocupación se construye a partir de un conjunto de pensamientos negativos repetitivos que nos paralizan en lugar de orientarnos a la solución del problema; a su vez, este rumiar de ideas modifica nuestro estado de ánimo de tal modo que se vuelve muy difícil distinguir los patrones de pensamiento útiles para hacer frente a los factores estresantes que causaron la preocupación.

Los términos ansiedad y preocupación se confunden con frecuencia y a menudo se usan de modo indistinto, pero cada uno genera un estado psicológico particular y tiene diferentes características. Veamos las más importantes:

1. La preocupación es específica, la ansiedad no puede serlo

Te preocupa llegar sin dinero al fin de quincena o llegar tarde a recoger a tus hijos; tu cerebro naturalmente detecta la amenaza y establece el peligro. La ansiedad a menudo es generalizada y no tiene ese referente claro.

2. La preocupación suele ser temporal, la ansiedad perdura

Una vez pasada la amenaza, la preocupación disminuye y desaparece; en cambio, la ansiedad puede persistir por largos periodos y brincar de un foco a otro: por ejemplo, una semana puedes sentirte ansioso por tu salud, la siguiente por la muerte, después por el trabajo y en seguida por la relación con tus padres.

3. La ansiedad afecta tu vida laboral y personal, la preocupación no

Aunque una preocupación puede llegar a durar horas, en general nadie deja de hacer su vida por ella. En cambio, la ansiedad te genera tanta inquietud que es casi imposible concentrarte en una tarea específica. Personas con trastornos de  ansiedad relatan que no pueden dejar de pensar en que están a punto de volverse locos, esperan a que el corazón les duela o a sufrir un infarto, o están seguros de que el medicamento que toman los convertirá en adictos.

4. La ansiedad se siente en todo el cuerpo

La ansiedad activa el sistema endocrino, generando adrenalina y noradrenalina a corto plazo, y cortisol a mediano y largo plazo; por eso es común que existan reacciones en todo tu cuerpo: cefaleas, diarrea, náuseas, taquicardias, falta de aire, sudoración fría. La preocupación se centra sólo en tus pensamientos.

5. La preocupación, paradójicamente, puede disminuir la ansiedad

La preocupación tiene un impacto directo sobre la ansiedad, en concreto sobre el tono vagal que incluye el latido del corazón y el ritmo de la respiración. En el texto académico “Avoidance Theory of Worry and Generalized Anxiety Disorder” 1  se establece que muchas veces los sujetos con trastorno de ansiedad generalizada se preocupan de sucesos improbables para no hacer frente a problemas reales que prefieren evadir. Así, si te preocupas por la posibilidad de enfermarte, no tendrás tiempo para pensar en que tu relación de pareja no es feliz: enfocándote en problemas menores evitas la ansiedad por asuntos mayores.

¿Y qué hacer? Si deseas dejar tus preocupaciones de lado, existen técnicas muy efectivas: por ejemplo, imaginar que tus preocupaciones son burbujas y hacerlas estallar en el aire; o bien, describir el problema con gran detalle y enlistar los posibles escenarios que éste puede originar, para evaluarlo objetivamente y sin dramas o exageraciones; una más es “detener” el pensamiento con la ayuda de una liga de goma que colocarás en tu muñeca para darte un ligazo cada vez que empieces a preocuparte. El objetivo de este ejercicio cognitivo conductual es que el cerebro asocie la preocupación con el dolor y, así, puedas graduarlo.

Recuerda, sin embargo, que la preocupación es un indicador de cómo va fluyendo tu vida, de modo que una dosis moderada de ésta puede ser benéfica para adaptarte a un problema o para empezar a buscar su solución.

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