De niña, el lugar que más me gustaba para vacacionar era la playa, pues además de nadar y jugar en el mar, disfrutaba construyendo castillos de arena, que en mi imaginación eran grandes fortalezas con túneles y pasadizos secretos. Podía dedicarme horas a moldear la arena bajo el calor del sol, con la brisa en mi rostro y la frescura del vaivén de las olas en mis pies; aunque a veces, si la corriente venía más fuerte, sucedía lo inevitable: la destrucción de mi gran obra de arte, ahogada por la espuma de mar.
Todo el esfuerzo, las horas dedicadas, la técnica utilizada y la creatividad involucrada podían esfumarse en un abrir y cerrar de ojos. Si tenía suerte, antes de que la destrucción de mi obra ocurriera, una foto o un video “documentaban” el proceso o la obra terminada. Si esto no sucedía, lo importante se quedaba en lo lúdico de mi experiencia creativa y en la vivencia del espectador —si es que alguien más la había visto. Lo mismo ocurre con el arte efímero, que es toda expresión artística concebida bajo un concepto de fugacidad en el tiempo y de no permanencia como objeto artístico material y conservable.
Por lo general, consideramos obras de arte a los objetos realizados en un material que permita que sean conservados, coleccionados o exhibidos en museos. Pero el arte no sólo es una realidad objetiva, un artefacto configurado con materiales perdurables; fundamentalmente se trata de un proceso creativo que se consume en experiencias comunicativas —casi siempre de valor simbólico— que pueden terminar o no en una obra perenne. Aunque sólo quede un registro fotográfico de la pieza, las experiencias involucradas en la concepción, creación y apreciación de la misma son las que cuentan en el arte efímero, ya que al reducirse el tiempo de percepción de la obra, se convierte en una pieza única e inigualable, lo cual brinda un sentimiento de admiración a quien tuvo el privilegio de contemplarla, aunque sea brevemente, antes de su destrucción.
Desde mediados del siglo XX, y sobre todo con el surgimiento del arte conceptual en los años sesenta —cuando la idea o concepto era más importante que la obra en sí—, se abrió camino a la utilización de nuevos materiales para la creación de manifestaciones artísticas, como el arte povera, el land art o el arte efímero, donde se integró la utilización de elementos de la naturaleza a la obra de arte, dando lugar a la creación de expresiones artísticas de carácter perecedero y momentáneo, cuya esencia radica en su fugacidad y transitoriedad.
Se pueden considerar como ejemplos de este arte pasajero: la escultura en hielo o en arena, la arquitectura de paisaje y las creaciones con hojas, pétalos o semillas; la moda, la gastronomía, la pirotecnia, el street art o incluso la peluquería; prácticas del arte corporal como el bodypaint, el maquillaje, el tatuaje y el piercing también son consideradas arte efímero, así como el arte de acción —el happening, el performance y el flashmob.
Una de las primeras obras efímeras registradas es la escultura aerostática del artista Yves Klein, en la cual se liberaron mil y un globos azules inflados con helio. La misma se reconstruyó en 2007 en la plaza Georges Pompidou de París, en celebración del cincuentenario del evento realizado por Klein en 1957.
De todas las manifestaciones de arte efímero que existen, las que más admiro, por mis “antecedentes escultóricos” infantiles, son las obras de artistas que siguieron con la misma afición pero lograron llevarla a sus últimas consecuencias mediante la creación de esculturas de arena a gran escala, que se pueden ver en playas de todo el mundo durante festivales internacionales, exhibiciones o campeonatos mundiales. Destacan las esculturas de animales gigantes, criaturas fantásticas, reproducciones a escala de ciudades icónicas o monumentos simbólicos, así como personajes famosos, reales o ficticios. Todas ellas obras colosales con fecha de caducidad, ya que pasados unos días serán demolidas por los mismos creadores, por las mareas crecientes, por la gente que va pasando… o terminarán erosionadas por el viento o destruidas por la lluvia.
Al final sólo se conservarán en foto o video; pero son obras de arte efímero que destacan por la dedicación, creatividad, técnica y paciencia del artista, que en algunos casos puede pasar días o semanas trabajando en la misma escultura, sujeto a las inclemencias del tiempo. Estos trabajos, una vez terminados, provocan en el espectador una admiración comparable a la de cualquier obra de arte que podamos contemplar en un museo.
En las próximas vacaciones tendré el privilegio de ir a la playa. Con suerte me encontraré con alguna exhibición de estas esculturas de arte efímero. Si no, lo más seguro es que, como en los viejos tiempos, me eche a la orilla del mar, disfrute de la textura rasposa pero a la vez relajante de la arena mojada y goce del proceso de ejecución de una obra de arte muy significativa, con las palas, rastrillos y cubetas de mi hija que cumple cuatro años en este mes, lo cual celebraremos con la creación de un efímero pero simbólico y especial pastel de arena, cuyo proceso perdurará en nuestros corazones y que recordaremos en el futuro con la ayuda de alguna fotografía tomada en el momento justo, antes de desvanecerse bajo las olas del mar.