Arte y tecnología: artistas de inteligencia artificial

Arte y tecnología: artistas de inteligencia artificial

Carla María Durán Ugalde

Carla María Durán Ugalde

Creatividad

Es fácil imaginar un futuro en el que los robots constituyan la principal fuerza de trabajo en el mundo. El acelerado desarrollo tecnológico de las últimas décadas nos permite imaginar que en algunos años habrá androides despachando en los supermercados, o sirviendo como auxiliares médicos; quizás hasta haya “vehículos autónomos” que entreguen comida a domicilio —esto último ya es real en algunos países. En un futuro así, la humanidad estaría casi confinada a la creatividad, al arte, o a la reflexión, un terreno decididamente fuera del alcance de la inteligencia artificial. Pues bien, no hay que olvidar que el futuro es ahora.

Algunas computadoras ya son prueba de que los circuitos y los procesadores también podrían colonizar el arte, pues cuentan con los softwares necesarios para producir obras como las de cualquier genio de carne y hueso. Pero antes de comenzar a discutir sobre las implicaciones que tiene para los artistas el hecho de que una maquina componga música, pinte paisajes o escriba poemas, conviene considerar qué tanto depende el arte de la tecnología.

Algunos avances tecnológicos, por pequeños que hayan sido, han ayudado a establecer nuevas condiciones de posibilidad para la producción artística. Monet, por ejemplo, no habría podido plasmar la luz en su jardín a no ser por la invención de los óleos entubados, que se comercializaron en masa hacia la mitad del siglo XIX usando la tecnología decimonónica. En la música, los amplificadores eléctricos nos dieron el rock & roll, a Jimi Hendrix, y los grandes festivales al aire libre. Y ¿qué habría sido de las letras sin Gutenberg y la imprenta? —aunque en el mundo de hoy la virtualidad y los PDFs hayan multiplicado exponencialmente los acervos de las bibliotecas y casi desplacen, a veces, al libro impreso.

Los avances tecnológicos son herramientas que no desacreditan las habilidades de los artistas, pues en muchas ocasiones coadyuvan al quehacer artístico. Sin embargo, el uso de las computadoras y la inteligencia artificial en el arte es más complicado, pues hace que surja la pregunta: ¿quién es el responsable de la obra, la máquina o su programador? Mario Klingemann, un artista de nuevos medios que además trabaja en Google, ha dicho: “¿Al escuchar a alguien tocar el piano, te preguntas si el piano es el artista? ¡No! Este es el mismo caso, el hecho de que se trate de un mecanismo más complicado no invierte los roles”.

Con una obra titulada Memories of Passersby I, Klingemann intentó explorar lo efímero y lo infinito al programar una computadora para crear retratos utilizando retratos de los siglos XVII y XIX como base de datos. La máquina genera caras nuevas e irrepetibles y puede continuar su producción de modo prácticamente infinito. Klingemann considera que la programación de inteligencia artificial es su medio, como el lienzo y los pinceles lo son para un pintor tradicional.

Mario Klingemann, 'Memories of Passersby I'

La programación también ha servido como herramienta de creación literaria. La escritora argentino-española Belén Gache publicó en 2006 su obra WordToys, una “antología interactiva”. La efectividad del texto depende, por supuesto, de la lectura, pero también de la curiosidad: al dar clic en los vínculos de la antología, se van descubriendo nuevas dimensiones y posibilidades de lo narrado. La experiencia es similar a lo que ocurre en un museo con una instalación o un performance, se trata de una pieza envolvente.

En WordToys encontramos un “procesador de textos rimbaudeano”, innumerables respuestas —construidas a partir de un número limitado de frases y sus diversas combinaciones— a la pregunta “¿por qué se suicidó la señorita Chao?”, y una interesante reflexión sobre el acto creativo y la originalidad al tener la posibilidad de volvernos autores de nuestro propio Quijote. La propia Gache, en el prólogo de El idioma de los pájaros —incluido en WordToys—, escribe: “Italo Calvino decía que, en última instancia, todo escritor es una máquina: trabaja colocando una palabra tras otra siguiendo reglas predefinidas, códigos, instrucciones adecuadas”. La metáfora resulta casi irónica al considerar las fronteras que hemos alcanzado.

Muchas de las máquinas que participan de las artes siguen códigos más bien sencillos: una computadora puede transferir a una foto el estilo de Van Gogh como cualquier filtro de Instagram, un programa con texto predictivo puede fácilmente crear un caligrama con palabras que hagan más o menos sentido, pero la inteligencia artificial más sofisticada puede aprender de nosotros. Tal es el caso de Magenta, un proyecto de inteligencia artificial de Google. Magenta cuenta con una base de datos de 50 millones de dibujos y, gracias al tipo de inteligencia artificial que tiene, denominada machine learning[1] , puede completar un dibujo partiendo de un garabato, o generar nuevas canciones a partir de unas cuantas notas. El objetivo de Magenta es estimular la creatividad para combatir los “bloqueos” de los artistas; en este sentido, no busca desplazar a los pintores y músicos ni ser una manifestación artística en sí misma.

Obra creada con el proyecto Magenta, de Google

(Procesada por Günther Noack, Ingeniero de Software; bajo licencia Creative Commons)

La intención de las obras creadas con Magenta la distingue de otras obras que se autodenominan “arte” y que pueden someterse a juicios estéticos. En marzo del año pasado, el crítico de arte y ganador del Pulitzer, Jerry Saltz, comentó varias obras creadas mediante algoritmos para un segmento de Vice News: “Estoy buscando humanidad, dignidad, horror, originalidad”, expresó Saltz, y juzgó como “aburrida” una serie de ocho retratos que para el crítico eran comparables a los juegos de color de Andy Warhol en sus cuadros de Marilyn Monroe.

Aunque no todas las obras recibieron malos comentarios, ninguna fue realmente juzgada como buena por el crítico. Saltz sabía que las obras provenían de inteligencia artificial, y en algún punto señaló directamente al programador como el responsable de la obra; sin embargo, vacila un poco entre el desprecio hacia el arte hecho con computadoras y señalar como poco creativas a las mentes que las programan.

Siempre habrá quienes defiendan al arte como un quehacer exclusivamente humano. Con nostalgia se exaltan las antiguas técnicas artísticas y se acusa a la tecnología, o a la inteligencia artificial, de producir en masa y de disminuir la originalidad. Quizá la postura más parcial, o sólo la más conveniente, sea pensar a los programas simplemente como nuevos medios y a los programadores como los artistas detrás de la obra, por lo menos hasta que la inteligencia artificial desarrolle una conciencia propia y decida romper el opresivo yugo de sus creadores.

Cierre artículo

[1] El machine learning o aprendizaje automático es el estudio científico de algoritmos y modelos estadísticos que utilizan ciertos sistemas informáticos para realizar con eficacia una tarea específica sin utilizar instrucciones explícitas, basándose en patrones e inferencias. [N. del E.].

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