
¡Kiap! Escuchamos el feroz rugido de un pequeñín que, obsesionado con imitar a algún personaje de la pantalla grande, se esfuerza por emular a su guerrero ilusorio, motivado por el aplauso de su madre, quien lo mira mientras contesta mil whatsapps más importantes y agresivos que los gritos de su pequeño samurái.
Así llegan las artes marciales a la vida de muchos: como intentos y emulaciones de superhéroes o enfermos guerreros diseñados para saturar salas de cine. Aunque a otros los puñetazos y karatazos nos llegaron por una necesidad real de supervivencia, en medio de la hostil sociedad infantil: nuestro grupo evolutivo de compañeritos adictos al bullying, el cual existía incluso antes de que se eligiera una palabra anglosajona para designar este natural y casi inevitable método de desarrollo del simio desnudo violento, autollamado Homo sapiens.
En lo personal, tuve que aprender algunas faenas de supervivencia porque mi medio era de verdaderos gandallitas, que también solían jugar conmigo pelota, fut y escondidas. Jugábamos y éramos amigos; claro, con algunos encuentros a golpes, patadas voladoras, chacos y hasta estrellas ninja hechas de clavos con masking tape. Así llegó a mi mundo la tradición más antigua del survive. Así llegó a mí el arte de la guerra: en vivo y no en el libro que hoy usan los ejecutivos para lograr negociaciones más agresivas, audaces y efectivas.
Desde hace más de cuatro mil quinientos años, los maestros de artes marciales de la India, China, Japón, Medio Oriente, Mesoamérica y África han sembrado tradiciones que hoy nutren las películas más jaladas ytambién las clases más solemnes, majestuosas y entrañables de aikido, capoeira, box callejero, krav maga, ninjutsu ortodoxo anónimo o la que más llegue a tu corazón de guerrero. No obstante, la mayor parte de la gente sabe de artes marciales lo mismo que del mar, el espacio o la mente humana; es decir, casi nada. Pero —típico— con gran certeza creen tener una idea clara e irrefutable del tema, y hasta afirman dominar alguna patadita o puñetazo campeón, practicados a solas frente al espejo.
El concepto arte marcial es controversial, puesto que ya el propio arte es casi imposible de definir. Pero que además pueda ser “compañero de la energía de la muerte”, a la mayoría le puede parecer algo absurdo y hasta antagónico. Para entenderlo, en este momento quiero pedirte que pongas en pausa tu lectura e imagines que, justo ahora, tu casa empieza a incendiarse —o, si te es más fácil, que te cortas con un cuchillo y la sangre no deja de correr. ¿Qué es lo primero que harías? Intentar sobrevivir, ¿verdad? Evitar o detener el daño, ¿no es así?
Arte marcial no es pelear, sino saber evitar o disolver el conflicto que podría dañarte física o psicológicamente. Arte marcial es, a veces, sonreír al que te mentó la madre; también es correr bien y bonito de una rata de dos patas que quiere tu cartera; en ocasiones es saber dar un golpe duro, retorcido y sucio en los pulcros testículos de algún jovencito que intentaba usarte para vivir alguna experiencia que días antes vio en un portal de porno gratuito, en un café internet de esos llenos de cubículos privados cerca del metro Nativitas. Arte marcial es, de igual forma, saber ponerte un simple trapo con agua cuando huele a humo en tu oficina y vas a inspeccionar si es un fusible, el cigarro de la Lic. Hinojosa o el incendio más grande de los últimos tiempos. O sea, arte marcial es el arte de ser creativo y prudente para resolver los conflictos de la vida cotidiana. Así que todos necesitamos practicar artes marciales, y las mujeres… tal vez más.
No tenemos que ser panditas obsesos con movimientos de Bruce Lee, ni Jackie Chan contra los zombis del video “Thriller”, de Michael Jackson. Pero sí es vital saber qué hacer contra un galán que se pone loco, una prima que se quiere ir a nadar borracha, un temblor que pone histérica a la gente o una pistola frente a tu hermosa frente, la cual no te permite reaccionar violentamente y suplica toda tu gentileza en cada palabra y movimiento. Necesitamos las artes de la supervivencia todos los días, y cada vez hay formas de sobrevivir más fáciles y más maestros que te enseñan a dominar tu miedo antes de que te ocurran esas cosas feas de la vida. Esos maestros suelen enseñar artes marciales; algunos otros, meditación; otros, acaso, psicología, coaching o estrategia empresarial. Pero, sin duda, si son artistas marciales te darán continuo entrenamiento para afrontar tus miedos, tomar decisiones y ser creativo en la adversidad.
Ahora ya podemos entender que un arte marcial es un camino de sabiduría, destreza, inteligencia y herramientas prácticas, para afrontar con creativa astucia y velocidad los ataques que la vida, personas, animales, fenómenos, accidentes o circunstancias nos propinan al menos una vez al año. Nadie sabe cuánto necesita practicar un arte marcial ni cuán nutricio es tener un buen maestro de este sendero, hasta que le pasa alguna experiencia desagradable y ve librada su integridad con honor y en los labios se le dibuja la inolvidable y humilde sonrisa del sobreviviente íntegro, que ahora es más sabio.
Si estás por decidir entre un deporte o gimnasio para robots, correr en Los Viveros o levantar tarros en La Chopería, mejor te invito a tomar un mes de clases de artes marciales, con un maestro que te inspire sabiduría y armonía. No lo encontrarás fácilmente entre los deportistas de la violencia; sólo entre los serenos guerreros que conservan vivas las tradiciones y preparan seres modernos para el conflicto más antiguo: la supervivencia, la violencia, los accidentes y el mundo de lo inesperado, que nunca pasarán de moda ni dejarán limpio a un solo ser vivo.
