Autoboicot: el sutil arte de la autodestrucción

Autoboicot: el sutil arte de la autodestrucción
Franz De Paula

Franz De Paula

Creatividad

A veces veo mi vida a través del espejo y pienso que estoy mirando a la única persona que podría representar el mayor obstáculo para mí mismo. Puedo ser mi mejor amigo o mi peor enemigo. Así de absurdos somos los humanos: hallamos lo que más amamos y luego le damos la espalda… porque nos da miedo fallar. O intentarlo. No puedes fallar en algo que jamás intentaste. Pero si nunca fallas, es porque no has hecho nada realmente nuevo.

Cuando nos saboteamos es como si se nos desconectara algo por dentro, pensamos y nos comportamos en sentido contrario a lo que queremos en la vida. El autoboicot puede presentar varias caras, pero su esencia es la misma: te estorbas a ti mismo.

Una astilla de inseguridad se incrusta en tu cabeza, dudas de ti y, luego, dejas ir lo que más amas. Te vuelves tu peor verdugo, porque te encargas de que eso que deseas jamás suceda; vislumbras de lejos el lugar al que quieres llegar, pero caminas en la dirección opuesta.

Eso lo hacemos todos en algún momento de nuestras vidas. Es un matiz particularmente amargo de nuestra compleja naturaleza humana y, siendo algo tan irracional, uno se preguntaría por qué lo hacemos. Quizá sea porque contenemos multitudes, como decía Walt Whitman: somos tantas cosas por dentro, tantos sonidos y tantos colores, que lo extraño sería no contradecirnos.

La supervivencia es una guerra entre el contexto y las circunstancias en las que, todo el tiempo, luchamos contra lo que nos impide hacer lo que queremos o necesitamos hacer. Somos guerreros y, como tales, debemos identificar nuestros puntos vulnerables.

A veces nos saboteamos cuando las cosas parecen ir bien. Tal vez así expresamos nuestro temor sobre nuestro derecho a una vida mejor: dejar atrás las viejas nociones de nuestra propia indignidad nos causa ansiedad.

No es bueno creer en algo o alguien más si primero no puedes creer en ti mismo, y yo creo que nos saboteamos por alguna de estas razones:

  • Pensamiento distorsionado. Ante situaciones agobiantes, tu cerebro se cansa; como está programado para inclinarse por lo que ya conoce, esquiva lo nuevo y por eso acabas haciendo lo que te resulta más fácil: repetir hábitos viejos y formas de pensar que no siempre funcionan.
  • Evasión. Tenemos la tendencia de evitar lo que nos parece complicado, incómodo o simplemente lo que no queremos enfrentar, y por eso lo posponemos indefinidamente: el arriesgado juego de estirar la liga sólo un poco más, y un poco más, retando a la física de la realidad. Pero la realidad nunca pierde, ya que siempre nos lleva dos vueltas de ventaja.
  • Miedo. A lo que sea: al pasado, al futuro, a la crítica, al rechazo, a que todo salga mal, a lo que pueda suceder, a construir una relación profesional o personal; incluso, miedo al miedo. El miedo es una droga catatónica que oscurece tu criterio, congela tu mente y te paraliza.
  • Culpa. Te sientes mal por algo que hiciste o que sigues haciendo, y te sancionas alejándote cada vez más de lo que deseas obtener.

La emoción siempre intenta llevarnos por otro lado, pero la razón nos indica que, para detener nuestro propio sabotaje, primero habría que reconocer nuestro comportamiento. Cuestionarnos siempre nos pone los pies en la tierra: piensa qué objetivos has tenido durante mucho tiempo y aún no has podido lograr, detecta en qué punto fallas sin ninguna razón obvia o los momentos en los que te encuentras postergando la toma de una decisión.

Quizá sufras una momentánea falta de motivación para hacer lo que quieres o estás irracionalmente molesto o frustrado, y esto afecta tu forma de relacionarte contigo y con el mundo. Así que monitorea tu pensamiento y anótalo, piensa en lo que te dices a ti mismo cuando entras en este patrón; obsérvate para entenderte.

Esta dislocación del pensamiento y de la acción implica muchos aspectos más en los que no pensamos muy seguido. Quizá por eso sea tan interesante esta dinámica del autoboicot, y difícilmente existe una persona que no haya caído en ese juego. Hay algo en nuestro interior que nos seduce a desafiar esa sensación de inminencia que continuamente aletea sobre nuestra cabeza, nos programa en reversa y por ella acabamos haciendo cosas que no tienen sentido. Quizá es un requisito esencial para la condición humana: la capacidad de ser tan bestiales como geniales.

Está bien tener miedo. Está bien sentirse triste o abrumado o deprimido o ansioso. Está bien no saber qué camino tomar o no tener todo descifrado, o sentir una estampida de incertidumbre que se estrella contra ti. Está bien preguntarte cuándo la vida te dará un respiro. No estás mal, todo lo anterior no te hace débil ni inferior: te hace humano. Son sentimientos naturales y todos entendemos cómo se sienten. Todos estos vidrios rotos en tu cabeza pueden doler, pero lo que no está bien es sufrir en silencio.

Por eso, también está bien hablar de ello: si lo expresamos, nos damos cuenta de que también es algo que nos hace sentir conectados. Aun estando solos, de algún modo poético nos acompañamos. Comprendemos de raíz lo que se siente ser humano, en todo su rango.

Miro en los ojos del espejo una verdad profunda, tan mía como humana. Hay cierto placer en la autodestrucción, en prolongar la melancolía como una vía para escapar de idealizaciones como el éxito o la felicidad. Un fondo empedrado puede convertirse en un lecho sorprendentemente cómodo para tumbarse. Mirar hacia arriba desde las profundidades a veces parece mucho más seguro que preguntarte cuándo volverás a desplomarte.

Caer se siente horrible, todos lo sabemos. Yo prefiero flotar…

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog