La salud siempre ha sido un tema de mi interés, al punto de que he pasado gran parte de mi vida velando por la de los demás. Hace más o menos un año advertí, casi inesperadamente, que también debía velar por la mía. Me encontraba en una situación complicada. A pesar de que tenía todo para ser feliz, comenzaban a surgir conflictos en diferentes áreas de mi vida, en el trabajo, con mi pareja, etcétera. Mi salud física comenzó a deteriorarse sin que yo me diera cuenta —y mucho menos me daba cuenta de que mi salud mental y emocional también estaba siendo afectada.
Eventualmente sobrevinieron las infecciones y tuve que acudir al médico. Debido a mi propia formación en medicina, seguí los tratamientos al pie de la letra y al poco tiempo me sentí mejor, pero sólo físicamente. Por las noches mis preocupaciones volvían y dibujaban los peores escenarios para mi porvenir, mis temores me despertaban, y el dolor reaparecía. Mi madre, preocupada, me recomendaba meditar, intentar técnicas de relajación, o me decía “tómate un tecito”. Yo, por supuesto, estaba convencida de que ese tipo de cosas no me ayudarían: no eran parte de La Medicina y nada que no estuviera ahí incluido tenía validez para mí.
Un diagnóstico nada alentador fue lo que encendió la chispa. En lo más profundo de mí no aceptaba la realidad: yo misma me había dejado enfermar. Continué mi tratamiento médico, pero esta vez con la mente abierta a otras opciones. No paré en documentarme por todas las vías que pude.
Por otro lado, comencé a analizar todos los aspectos de mi vida y encontré algo muy interesante y sorprendente por su sencillez. Se trata de algo que yo ya sabía, pero quizá sólo hasta ese momento de mi vida estaba lista para comprender. Me parece que en todos los seres humanos hay un equilibrio fundamental entre mente, cuerpo y espíritu. Toda enfermedad tiene su origen en el desequilibrio entre estos tres aspectos. Lo que es más interesante, es que incidentalmente, sin saberlo, di con el principio de la medicina ayurveda.
¿Qué es la medicina Ayurveda? Pues bien, cuentan que en las montañas del Himalaya los grandes maestros en meditación profunda recibieron conocimientos sobre la salud del cuerpo, los estados de la materia y el equilibrio con lo natural. Con amor y compasión bajaron a los pueblos y transmitieron ese conocimiento, dejando de este modo textos milenarios que nos hablaban de la vida y nos ayudan a comprenderla. Precisamente, en sánscrito, “ayus” significa ‘vida’, o ‘poder vital’, y “veda”, ‘conocimiento’ o ‘sabiduría’.
La medicina ayurveda engloba cuerpo, mente y espíritu. La enfermedad es un desequilibrio entre ellos, o en alguno de ellos, y la salud es el equilibrio entre los tres. El trasfondo filosófico del ayurveda considera que todo está formado por cinco elementos —aire, fuego, agua, tierra y éter— que se combinan en el universo y forman tres fuerzas vitales. En el organismo estas fuerzas se denominan “doshas” —y pueden identificarse como humores, atributos o energías.
Cada persona es una combinación única de interacciones entre tres doshas: vata —que rige el movimiento—, pitta —que controla el metabolismo— y kapha —que regula el crecimiento. Normalmente una de estas fuerzas es más dominante que las otras dos. Las tres rigen las funciones biológicas del cuerpo y es por eso que la pérdida de balance entre ellas se traduce en enfermedades.
Las combinaciones entre los doshas pueden predisponer a una persona a ser más o menos susceptible a algún tipo de padecimientos, dependiendo de qué aspecto se acentué; por ejemplo, si vata es tu dosha dominante, podrías ser más susceptible a tener problemas de ansiedad. Sin embargo, cada persona es única, y es sólo al comprender la naturaleza de la persona que se puede comprender la naturaleza de la enfermedad, y entonces el médico está en posición de diseñar un tratamiento para guiar al paciente de vuelta al equilibrio.
Normalmente, los programas de medicina ayurveda utilizan cinco terapias de sentido. Así, el gusto se trata mediante una dieta específica y recomendaciones herbales. La vista, a través de terapias de color. El oído, con mantras y sonidos energéticos. El olfato, mediante la aromaterapia. El tacto, a través de masajes. Para tratar la mente, se sugiere el yoga y la meditación.
Estas terapias no se realizan todas a la vez —pues para algunos podría resultar abrumador y hasta frustrante. En todo caso, el aporte principal de la medicina ayurveda es insistir en el cambio de estilo de vida como el aspecto central del proceso curativo. De hecho, el tratamiento central para la prevención de enfermedades consiste en tonificar el cuerpo, promover el equilibrio mental y reducir el estrés. En uno de los textos tradicionales ayurvédicos se lee: “si tienes una alimentación correcta y un estilo de vida apropiados, ¿para qué te sirve la medicina?”
La medicina alópata también habla de un equilibrio: la homeostasis. Evidentemente, la medicina alópata es muy eficiente pero, en algunos casos, la medicina ayurveda puede considerarse como una opción o como un complemento —especialmente cuando los tratamientos alópatas no dan los resultados esperados. La diferencia entre estas dos tradiciones estriba, al menos en parte, en que en la alópata necesitas algo externo para sanar, mientras que en la ayurveda, tú mismo puedes sanarte.
Personalmente, el ayurveda me ha ayudado en mi camino a la sanación. No darme cuenta del porqué de mi enfermedad, me exponía a una recaída. A veces, para curarnos debemos no sólo analizar qué nos duele, sino revisar todos los aspectos de nuestra vida; si algún área de ella está desequilibrada, podemos enfermarnos. Hacernos responsables de nuestra salud implica todo este trabajo.
Desde que comencé a interesarme en la medicina ayurveda, me asombra lo eficientes que pueden ser las prácticas que propone. Incorporarlas en mi día a día me ha hecho sentir notablemente mejor pero, después de todo, creo que no es difícil aceptar que nuestra salud no puede ser independiente de lo que comemos, de lo que hacemos, ni de lo que pensamos.