Cuando este humilde sombrerero asomaba apenas su cara fuera del caparazón familiar y empezaba a atisbar el mundo, cruzó frente a su mirada una película de ciencia ficción que, aunque era bastante fallida en lo general, tiene un planteamiento interesante —que decae a medida que la trama avanza— y escenas realmente memorables. Pero quizás lo que más hondo caló en mi memoria fue el estribillo musical que acompañaba esa distopía futurista que mezclaba al Mago de Oz, a los siglos del futuro, a un gigantesco mascarón parlante y a un grupo de salvajes encabezados por un hirsuto Sean Connery.
Me refiero a Zardoz (1974), del cineasta británico John Boorman —el mismo que después dirigiría Excalibur (1981), una versión fílmica de las leyendas artúricas—, y el segmento musical que hasta hoy permanece arraigado a mis neuronas es el segundo movimiento, Allegretto, de la séptima sinfonía de Ludwig van Beethoven. Y el que el algoritmo aleatorio de mi iTunes haya elegido justo ahora ese fragmento me da el pie para revisar algunas de las veces en que la música del llamado “genio de Bonn” ha llegado a la pantalla grande. O, más bien, a las bocinas que se hallan junto a la pantalla grande.
La referencia más próxima para cualquier cinéfilo quizá sea Naranja mecánica (1972), del genial Stanley Kubrick, en la que Beethoven —desde la novela original, escrita por Anthony Burgess— juega un papel determinante, pues es el músico favorito de Alex De Large, el violento malchico protagonista, cuya música —el segundo movimiento de “la gloriosa novena”— es el remate perfecto para una noche de ultraviolencia —y el motivo de su mortal sufrimiento después del tratamiento de Ludovico.
En una escena icónica del séptimo arte, Alex (Malcolm McDowell) está maniatado en la butaca de un cine, mientras sus párpados son abiertos a la fuerza por una maquinaria y un asistente lubrica con gotas sus globos oculares. En una de esas secuencias, al fondo suena la versión de Walter Carlos —hoy Wendy Carlos— del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven, popularmente conocido como el “Himno a la Alegría”. Pero nada más lejos de esa emoción que lo que pasa en la trama.
Otra referencia clara es mucho más plácida: se trata del filme animado de la casa Disney, Fantasía (1940), donde el primer movimiento de la sinfonía número seis, conocida como “Pastoral”, por su tono bucólico, sirve para ilustrar un día en el monte Olimpo: centauros y centauras realizan velados rituales de cortejo previo al apareamiento, y por ahí aparece Baco montado en un burro, totalmente borracho y de buen humor, como era de esperarse tratándose de esa deidad grecolatina.
Películas biográficas del genio ensordecido hay muchas; en una de ellas, Beethoven: un ser inmortal (1994) —una traducción espantosa de Immortal Beloved, expresión que se refiere al amor de Ludwig y no a él mismo—, el camaleónico Gary Oldman encarna al músico y, en una secuencia extraordinaria durante la noche del estreno de la novena, el propio Beethoven —sordo ya y, en el filme, un poco extraviado de sí mismo— se pone de pie frente a la orquesta y, al vibrar de sus notas, recuerda episodios de su infancia en los que, por primera vez, percibe y empieza a comprender lo que serían su alimento e inspiración: la búsqueda de la libertad y la grandeza del universo.
Según el todopoderoso Internet Movie Database, Beethoven, o su música, han acompañado a las imágenes en movimiento de más de mil cuatrocientos títulos, entre películas y series. Piezas como “Para Elisa” o la “Serenata a la luz de la luna” han sido recuperadas incluso por los Muppets, y extractos de sus sinfonías —la novena, la quinta, la séptima y la sexta, sin duda son las más populares—, por su excelencia sonora y exquisito dramatismo romántico, con frecuencia se dejan escuchar en las salas de cine.
…Y también en las caseras, donde melómanos como yo aún disfrutan del sonido producido por el roce de la aguja en los surcos de un vinilo de la quinta sinfonía, intrepretada por la Filarmónica de Berlín y dirigida por Herbert von Karajan, en una grabación de la Deutsche Grammophon. Un verdadero clásico.
Hasta el próximo Café sonoro…