
Todo lo que hacemos es música.
John Cage
Pocos cineastas han conseguido hacerse un lugar en el imaginario colectivo y convertirse en un sinónimo de la angustia, el terror y el misterio, como el director inglés Alfred Hitchcock. Y aunque “el amo del suspenso”, durante su etapa de filmes realizados en los Estados Unidos, hizo mancuernas exitosas con los compositores Miklós Rózsa —Cuéntame tu vida (1945)—, Franz Waxman —La ventana indiscreta (1954)— y Dimitri Tiomkin —Con M de Muerte (1954)—, nadie logró capturar con mayor viveza la angustia dramática y elegante de los filmes de Hitchcock que el músico Bernard Herrmann, con quien logró manufacturar sus piezas de mayor éxito artístico, comercial y entre la crítica.
Bernard Herrmann (1911-1975) fue un músico neoyorquino de origen judío nacido y educado en Nueva York que, antes de trabajar con Hitchcock, ya se había hecho un nombre en el mundo del espectáculo al lado del enfant terrible Orson Welles, primero dirigiendo sus programas radiales —incluyendo su legendaria adaptación de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, en 1938— y después componiendo el score de Ciudadano Kane (1941), por el cual estuvo nominado al Premio de la Academia. Al año siguiente, musicalizaría el siguiente filme de Welles: Soberbia.
Su trabajo de colaboración con Hitchcock empezaría con una comedia de cortos vuelos: El tercer tiro (1953), protagonizada por Edmund Gwenn. “Hitch” se mostró muy complacido con el trabajo de Herrmann y lo adoptó como su músico de cabecera. Obras cumbre de la filmografía hitchcockiana como El hombre que sabía demasiado (1956), El hombre equivocado (1956), Vértigo (1958), Intriga internacional (1959) y Marnie (1964) —además, fue consultor de sonido en Los pájaros (1963)— son muestra de los alcances de una de las duplas artísticas más fructíferas y mejor entendidas de la historia de la cinematografía. Por cierto, Hermann y Hitchcock eran amigos cercanos en la vida real.
No obstante, quizá el score que más frecuentemente se asocia con Herrmann es el de Psicosis (1960). La película —que casi siempre figura en cualquier conteo de las mejores cintas de la historia— está basada en un relato de Robert Bloch acerca de robos, violencia, voyerismo e incesto, y fue filmada en blanco y negro, se dice, para evitar que las escenas de sangre resultaran demasiado chocantes —aunque la verdad es que Hitchcock lo hizo por razones económicas y para darle un toque onírico, fuera de este mundo, a la trama. Una de las principales innovaciones que propuso Herrmann para musicalizar una cinta de estas características fueron composiciones únicamente para la sección de cuerdas. Esto, además de ser más barato —al parecer, la situación financiera de “Hitch” no era la mejor—, rompía con el esquema de lo que el público de entonces podía esperar de un filme de suspenso.
Sin duda, la escena cumbre de la película —y una de las más traumáticamente recordadas en la historia de la cinematografía— es la de la bañera. O como debería decirse: la escena del asesinato de Marion (Janet Leigh) en la bañera. Cuentan quienes intervinieron en la producción que, una vez finalizado el rodaje, Hitchcock tuvo sus dudas acerca de la eficacia dramática de la cinta. Herrmann, tras el primer screening, le dijo que él sí le veía posibilidades, de modo que le propuso a “Hitch” que la dejara en sus manos mientras él se iba de vacaciones. El cineasta accedió, con una sola condición: que no tocara la escena de la bañera, ya que él prefería que el único sonido de la secuencia fuera el del agua cayendo de la bañera y corriendo hacia el desagüe. [1]
Herrmann, que contaba con la experiencia suficiente y creía conocer el gusto de Hitchcock, hizo caso omiso de las instrucciones del iracundo director y compuso el famosísimo y desquiciante obstinatto de violines que siempre nos recuerda la sensación que produce un gis rechinando en la pizarra. Cuando “Hitch” vio las escalofriantes escenas con la música de Herrmann acompañando al cuchillo de Anthony Perkins, que desgarra el frágil torso de Janet Leigh, hizo un gesto de aprobación. “Pero, Hitch —bromeó Herrmann—, yo pensé que no querías música en la escena de la bañera”. A lo que Hitchcock simplemente contestó: “Improper suggestion, my boy, improper suggestion”. [2]
Hasta el próximo Café sonoro.

[1] Algunas fuentes afirman que la idea original de “Hitch” era incluir música de jazz en esa escena emblemática.
[2] “Una sugerencia inadecuada, hijo mío, una sugerencia inadecuada”.