Los libros preservan nuestra historia a través del tiempo. En ellos se encuentran los pensamientos de quienes vivieron en épocas distintas a la nuestra, los actos realizados a nivel personal y también como sociedad. Mientras unos son considerados inofensivas fuentes de entretenimiento, otros han sido tachados de peligrosos y de contener ideas incendiarias capaces de poner el riesgo el status quo de su tiempo.
Son muchos los libros, diarios y documentos que se han perdido debido a la destrucción sistemática llevada a cabo durante las guerras. Incluso existe un término para referirse a este tipo de destrucción: biblioclastia. Hay historias que no llegaremos a conocer y sucesos que nunca comprenderemos debido a que las versiones distintas a las de los vencedores de un conflicto se perdieron para siempre.
Muchos libros considerados “peligrosos” se encontraban en las casas de personas que compartían ideales con sus autores. Por el temor de despertar sospechas del gobierno en turno o de curiosos malintencionados, lo común era que se optara por deshacerse de ellos. En muchas ocasiones, estos libros eran enterrados, puestos bajo llave o en escondites dentro de los mismos hogares; otras veces eran donados de forma anónima a bibliotecas locales, en donde se esperaba que el aura académica brindara una protección suficiente para el conocimiento contenido en ellos.
Las bibliotecas han sido el refugio de algunas de las ideas más controvertidas de cada época, además de un espacio para encontrar conocimiento y fomentar la crítica. Es debido a lo anterior que también han formado parte de los objetivos de destrucción en diversos conflictos bélicos y de carácter religioso. Uno de los casos más famosos es el de la Biblioteca de Alejandría, durante cuya destrucción fueron arrasados los últimos vestigios escritos y dibujados de muchas civilizaciones. Este hecho puede parecer ajeno a la actualidad, pero no lo es.
Durante la primera y la segunda guerra mundial, una infinidad de bibliotecas fueron bombardeadas y saqueadas, lo cual provocó la pérdida de manuscritos y libros considerados patrimonio cultural de la humanidad. Y hace pocos años, durante la ocupación de las tropas estadounidenses y británicas en Irak, ocurrieron saqueos en sus museos y bibliotecas, por lo cual desaparecieron libros y artefactos que eran preservados desde tiempos antiguos. La destrucción cultural funciona como un mecanismo de control sobre la memoria histórica, pero también como un medio para borrar una cultura. Condenar al olvido a una civilización involucra un poder que ningún pueblo debería ostentar. Un ejemplo de lo anterior fue la quema de la Biblioteca Nacional de Sarajevo en 1992, durante la guerra de Bosnia, en la cual se destruyeron libros y manuscritos únicos.
Las bibliotecas también son susceptibles de ser destruidas. Por ello, los bibliotecarios se han dado a la tarea de proteger los libros a toda costa. Han sufrido persecución en tiempos de inestabilidad política y social, padecido humillaciones y también sido víctimas fatales de atentados terroristas y actos bélicos.
Actualmente, los bibliotecarios se esfuerzan por preservar lo que queda de nuestra memoria histórica y cultural; también abogan por la libertad para escribir sobre temas de relevancia actual y por que cualquier persona tenga acceso a dichos textos. La censura de libros, el recorte al presupuesto de educación y cultura, y el poco dinero destinado a la construcción de bibliotecas y su mantenimiento también son formas de atentar contra la preservación de nuestro acervo histórico y cultural.
Actualmente, una de las primeras líneas de resistencia contra la censura y el totalitarismo radica en la protección de los libros, pero también en su lectura. Aprender y comprender nuestro camino como civilización podría ayudarnos a no cometer los mismos errores y a reconocer las conductas que ponen en riesgo la libertad de pensamiento y de expresión. ¿Conoces la historia de las bibliotecas de tu país?