Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana e intercambiamos las manzanas, entonces tanto tú como yo seguiremos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea e intercambiamos ideas, entonces ambos tendremos dos ideas.
George Bernard Shaw
Las ideas, ¡qué verdadero deleite! Con ellas, todo tiene sentido; sin ellas, el mundo se desdibuja en una mueca de vacuidad. ¿A quién no le gustaría tener muchas ideas, y de las grandes? Si las ideas se repartieran, me queda claro que yo estaría en primera fila, tal vez estorbándole el lugar a un niño.
El inconveniente es que la vida no funciona a nuestro gusto: funciona al suyo. Por ejemplo, a mí me gustaría contar con el súper poder de resolver las cosas con un par de parpadeos. Pero desear que la vida sea diferente no ayuda; al comprender la forma en que ésta funciona, la hallaremos fascinante. Si tan sólo pudiéramos darle una restregada a la puerta de nuestra percepción, como se le ocurrió a William Blake.
Para mí, las ideas creativas son hermosas bailarinas neuronales, elusivas entre la salvaje maleza del pensamiento humano, que desafían todo intento por obligarlas a salir a escena de un modo establecido. Su caprichosa naturaleza las incita a bailar sólo cuando les place, y si se dignan hacerlo. Quizá por eso se les ve envueltas en un halo enigmático, casi místico, como la insólita visita de la musa o como una aparición divina. Pero eso es puro cuento.
No hay nada divino detrás de ellas; ni en ningún lado, en todo caso. De hecho, es todo lo contrario; se trata de un principio muy sencillo, con el que puedes tanto construir virtudes como reforzar adicciones: elhábito. Cuando haces ejercicio o tocas un instrumento con regularidad, desarrollas la habilidad; pero si la ignoras, ésta desaparece. Ese es el proceso de cultivo. Visualiza esa habilidad como un trayecto neuronal que se enciende en tu cerebro cada vez que lo recorres; mientras más lo surcas, más lo fortaleces. En otras palabras, todo se centra en esa premisa: si deseas liberarte de algo u olvidar a alguien, sólo deja de hacerlo o de pensarlo. Haz otras cosas y piensa otras cosas: tu cerebro se encargará de eliminar todo rastro que te conduzca de regreso a ese lugar, a esa memoria o a esa persona. Pero si lo que deseas es erigir en tu mente un monumento a tu pasión y convertirte en un experto en ella, sólo tienes que ejecutarla una y otra vez y llenar tu mente de ideas que la nutran. En ambos casos, tu mapa cerebral cambiará por completo, y tú con él, porque eres su reflejo.
Cuando las condiciones saben persuadirlas, las ideas creativas se emocionan y salen bailando solas de tu cabeza. Si tomas nota de esas condiciones y las practicas, podrás organizar un desfile entero de fogonazos danzando fuera de tu cabeza. Pero todo tiene que suceder de forma natural, como es la vida. Por eso, cuando estás relajado o contento, como cuando silbas tu canción favorita en la regadera, es que se te ocurren las mejores ideas. Tu cerebro está buceando en dopamina y sus ventanas se abren de par en par. A veces tardamos en volver a contemplar ese rincón en nuestro interior: esos recovecos son tesoros personales. Pero el juego no consiste en averiguar dónde encontrar más ideas, sino en entrenar nuestra mente para producir nuevas, de forma natural. Y la clave es algo muy simple.
Conectar: ésa es la labor favorita de la mente. Así da luz a las ideas. Le gusta asociar cosas entre sí, sin importar que sean conocidas, y a partir de ahí crear historias nuevas. Cuando el pensamiento se pone creativo, reconoce y vincula conceptos; en ocasiones, esas conexiones pueden ser brillantes. Cuando camines, hagas ejercicio o compres tus verduras, o incluso cuando te des un baño, ten un cuaderno a la mano. Si una “súper idea” logra cruzar un largo trayecto para emerger desde las profundidades de tu cabeza, hazle honor con el registro de su nacimiento: bájala al papel; una palabra o un garabato bastan. Luego, intenta estructurarla y hacerla real: ésa es la parte creativa. Nada más triste que un aborto de idea yéndose por el caño; nada más emocionante que una interesante alteración de la realidad generada por una idea nacida en el núcleo de tu cerebro.
Y nada más poderoso que la mente. Imagino que el universo neuronal cruza la frontera del cráneo, se conecta con el tejido del aire y transforma el espacio y la percepción. Por eso, la red neuronal debe de ser la raíz del árbol de la realidad. Los procesos cerebrales son procesos de la naturaleza, y la forma en que ésta funciona es magnífica, pues su complejidad parte de principios muy simples. Hace poco leí sobre un estudio en el que, durante dos años, científicos investigaron las olas en los océanos y llegaron a la conclusión de que hasta el menor estímulo, ya sea un pedrusco o el chapoteo de un niño, afecta al océano entero. Es hermoso pensar que no sólo ejercemos influencia los unos sobre los otros en tierra, sino que esto también sucede en el océano y en el aire, pues el movimiento nebuloso de los cielos lo evidencia. Así las cosas, ¿qué efecto produce en mis olas neuronales un solo pensamiento de libertad? Yo creo que es música. No dudo que en esos momentos mi cerebro sea una fiesta por dentro, con luces multicolores. Y ya que desear el súper poder de resolver cosas con un doble parpadeo es demasiado, por ahora prefiero ese súper poder de tener una mente con luces de fiesta: ésa sí es una habilidad que puedo practicar.
Somos más que olas. Somos la partícula elemental del cambio, apenas visibles a simple vista cósmica. Somos las ideas que conectamos. Somos cuerdas vibrando. Tenemos el poder de estremecer la tela de la realidad, pues tenemos el poder de transformar la forma como pensamos y nos relacionamos. Al final, la realidad es nuestra intuición compartida; sólo hay que estar atentos a la forma como se dibujan nuestras raíces neuronales y del árbol que se yergue sobre nuestra cabeza. Está bien que cada pensamiento suene en un tono distinto a otro, que vibre con un color diferente: de eso se trata. La diversidad enriquece, ya que si todos cantáramos la misma nota, no existiría la armonía. Somos, cada uno, el mayor factor de cambio que existe. Un breve pero radiante acorde en la sinfonía más grande del cosmos.