En un día común, ¿cuánto tiempo pasas frente a una pantalla? O sea, ¿cuántas horas diarias trabajas, te comunicas, sostienes amistades y te entretienes a través del celular, la computadora y la TV? Y cuando estás en ese inacabable mar de reels, tweets, selfies, noticias y opiniones, ¿te invade un sentido de comunidad, de conexión y de humanidad compartida o, por el contrario, lo que sientes es cada vez más ansiedad, pesimismo y desesperación?
Escribo este texto en las vísperas del cuarto aniversario del inicio de la pandemia por covid-19 que a millones de estudiantes, empleados y personas en general nos recluyó en la seguridad del hogar por al menos un par de años. En esos días, las redes sociales, los mensajes instantáneos, las videollamadas y las plataformas de trabajo colaborativo fueron tablas de salvación que, además de dejarnos seguir trabajando, nos permitieron continuar en contacto con el mundo.
Pero, como hemos dicho repetidamente en este portal, el impacto del coronavirus no sólo fue sanitario, pues las prácticas sociales, los paradigmas laborales y los hábitos de consumo cambiaron de forma irreversible en gran parte de la población; el home office llegó para quedarse y el tiempo promedio en pantalla aumentó de forma exponencial: el caldo de cultivo perfecto para el burnout digital.
Un artículo publicado por el McLean Hospital —una institución ubicada en Belmont, Massachusetts, y especializada en neurociencia y salud mental— aclara que el burnout digital consiste en un sentimiento generalizado de agotamiento o falta de energía, una mayor distancia mental con respecto al trabajo y a emociones laborales negativas o de cinismo; en consecuencia, se reduce sustancialmente la motivación, la eficacia profesional y la productividad.
Aunque en general este síndrome o padecimiento se vincula con actividades laborales que involucran exposición prolongada a contenidos de internet y social media, también se ha detectado en individuos que, con el fin de evadirse de su ansiedad o depresión —a menudo, secuelas de un tejido social aún no reparado— pasan tanto tiempo viendo la TV o revisando sus redes sociales que terminan sufriendo síntomas similares: fatiga, desgano, desmotivación y emociones negativas que vulneran sus relaciones y responsabilidades personales.
Se han realizado estudios sobre los mecanismos que permiten a Facebook, Instagram y TikTok mantenernos pegados a la pantalla, y muchos tienen que ver con una especie de “hackeo” de nuestro mecanismo cerebral de recompensa: ese shot de dopamina cuando comemos chocolate o tenemos sexo que es equivalente al que sentimos cuando nuestra selfie obtiene muchos Likes o vemos un video de gatitos, dejamos en ridículo a un extraño durante una discusión u obtenemos validación, alabanzas y hasta coqueteos con una publicación.
El problema es que este agradable efecto es pasajero y pronto sentimos “ganas de más”. Así, en lugar de usar nuestro tiempo para terminar pendientes o buscar nuevas oportunidades de negocio, cada quince minutos refrescamos nuestro feed y checamos WhatsApp “a ver si ya pasó algo”, con la esperanza de que algo o alguien venga a rescatarnos de la soledad, la monotonía y el hastío. Así pasan semanas o meses, y el día menos pensado nos sentimos apáticos, vacíos, exhaustos, sin esperanza y con pocas ganas de disfrutar la vida.
Algunos de los consejos que dan los especialistas para paliar este síndrome son simples, pero su ejecución puede necesitar mucha fuerza de voluntad: evitar contestar tus mensajes y correos de inmediato puede ayudar a reducir la ansiedad y la conocida sensación de estar abrumado. Otras medidas son alejar el teléfono y la computadora cuando no sean horas hábiles, reducir el número de tus cuentas digitales y dejar de leer u oír noticias en la web, en especial si esto no forma parte de tu actividad profesional.
Pero el consejo más importante, creo, es volver a conectar con la gente, darse el tiempo de salir a conocer nuevos sitios y, siempre que puedas, reunirte con tus amigos y familiares cara a cara; o, al menos, sustituir los correos, los mensajes de texto y los audios interminables con llamadas telefónicas “a la antigüita”, que a estas alturas son lo más parecido a una conversación real. Recuerda que somos animales sociales, no digitales, y que tu cerebro terminará consumido en el burnout si sólo lo alimentas con bits y pixeles…