Charlas con el inconsciente

Charlas con el inconsciente
Hugo Masse

Hugo Masse

Mente y espíritu

¿Qué tienen en común Carl Gustav Jung, el psicólogo suizo que fundó la psicología analítica —y que alguna vez fue considerado por el mismo Freud como su sucesor—, y el actor, cineasta, músico, comiquero, gurú y fundador del movimiento Pánico en México, Alejandro Jodorowsky? En dos palabras: el Tarot.

Sí, ese mazo de cartas similar al que conocimos cuando la familia se reunía en la mesa para jugar, junto al dominó, el turista y las damas chinas o inglesas. Pero el Tarot difiere de esas barajas en que, además de las cartas numeradas del uno al siete —o diez, en la inglesa—, de las tres figuras —sota, rey y caballo, o reina, en la inglesa—, divididas en cuatro mazos —oros, bastos, espadas y copas en la española, o picas, tréboles, corazones y diamantes en la inglesa—, existen los triunfos o, como les llaman en esoterismo, los arcanos mayores: veintidós cartas con su propia numeración —excepto la de El loco—, para las que, lo creas o no, también existen reglas para jugar en la mesa. Pero pocos se interesan en el Tarot para entretenerse, pues su nombre evoca otra actividad que, al igual que el juego, como humanos hemos realizado desde tiempos inmemoriales: la adivinación. De hecho, algunos afirman que la baraja fue, en principio, un método adivinatorio que fue disimulado para evitar persecuciones, convirtiéndose así en inocente pasatiempo.

Es difícil rastrear el origen y la etimología del Tarot: hay quienes dicen que son páginas extraídas de un libro con conocimientos esotéricos del antiguo Egipto y que su etimología puede ser egipcia —tar, ‘caminos’ y ro, ros, rob, ‘real’—, hindo-tártara —Tan-tara, ‘zodiaco’—, hebrea —Tora, ‘ley’—, del latín —rota, ‘rueda’, orat, ‘habla’—, del sánscrito —tat, ‘el todo’, tar-o, ‘estrella fija’—, o del chino —por el Tao de Lao Tsé—, entre otras hipótesis.

Aunque es posible ejercer la cartomancia con una baraja común, existe una sensación especial cuando alguien frente a nosotros revuelve un mazo de Tarot y nos pide elegir tres cartas y ponerlas boca abajo en la mesa, para después voltearlas una a una. En una puede hallarse una mujer con sombrero abriendo las fauces de un león; en otra, una torre se desmorona merced a un certero rayo mientras un par de personas caen o huyen despavoridas; y en la tercera, hay un hombre con un sombrero de ala ancha frente a una mesa con diversos objetos multiformes. ¿Qué significan estas imágenes? La respuesta nos intriga y, para fortuna de algunos, mucha gente está dispuesta a pagar por que les interpreten su significado y que les hablen de su pasado, de su situación actual y sobre todo, de su futuro.

A pesar de su interés en áreas consideradas como “no científicas”, Jung no se relacionó con el Tarot tanto por la adivinación como por uno de sus principales aportes a la psicología: la noción del inconsciente colectivo. Es decir, la idea de que, además del inconsciente individual que va tomando forma a medida que ganamos experiencias y conocimientos durante nuestra vida, existe en cada uno de nosotros una reserva común a toda la humanidad, una especie de “programas precargados”, una memoria que se ha ido acumulando generación tras generación y de la cual cada uno de nosotros es heredero.

Dichos “programas” tienen su propio lenguaje: los arquetipos. Estos no serían sólo ideas, sino un puente entre la realidad y la psique individual, en un contexto en que la realidad es vista como unidad —el unus mundus junguiano—, muy similar al concepto esotérico oriental de “hacerse uno con el todo”. Los arquetipos pueden referirse a acontecimientos —nacimiento, muerte, separación de los padres, matrimonio, unión de opuestos, etcétera—, figuras —abuela, padre, hijo, diablo, dios, anciano o anciana sabios, héroe, pícaro divino, lado oscuro, etcétera— o motivos recurrentes —el Apocalipsis, el Diluvio, la Creación.

Al parecer, Jung mostró interés en el Tarot porque organizaba diversos arquetipos de una manera visualmente clara que habla directamente al inconsciente y, se presume, permite al mismo hablarnos en su propio lenguaje: el de los símbolos. En este sentido, la consulta del Tarot se convierte en algo distinto a la adivinación: ya no es la búsqueda de hechos por venir, sino del autoconocimiento, pues si se conoce de dónde se viene y dónde se está actualmente, es posible trazar una línea que dilucide hacia dónde se dirige uno, no como un hecho predestinado esperando el momento de ocurrir, sino como resultado de las tendencias y compulsiones que llevamos en nuestro interior.

En contraste, para los discípulos de Jung es factible unir sus postulados teóricos con las mancias, como lo propone Sallie Nichols, quien se remite al principio junguiano de la sincronicidad, según el cual la psique humana es capaz de discernir el pasado, el presente y el futuro del continuo espacio-temporal existente en el momento de la tirada de cartas. En otras palabras, si la mente del tarotista está en sincronía con el universo, ésta guiará su mano para elegir los símbolos que mejor describan las situaciones pasada, presente y futura.

Por su parte, a Alejandro Jodorowsky se le atribuye el haber colaborado con la familia Camoin —cuya tradición en la publicación del Tarot data del siglo XIX— para, durante una década, reconstruir la forma y los colores originales del Tarot de Marsella, “el único que sirve”, según cuenta Jodorowsky que le dijo el surrealista André Breton. Jodorowsky lo conoce tan bien que podría describir cada carta al más mínimo detalle: desde la misteriosamente protuberante manzana de Adán de la Emperatriz hasta el niño que aparece en la pierna izquierda del personaje de la Estrella, pasando por la cabeza de dromedario en el borde inferior a la izquierda de la Luna o el hermafroditismo alquímico del Diablo.

En su caso, Jodorowsky lo utiliza como parte de un plan más ambicioso: cuando alguien solicita su auxilio espiritual —y, a lo largo de los años, han sido muchos quienes lo han hecho—, antes de recetar algún acto psicomágico, Alejandro hace algunas preguntas al interesado y después le echa las cartas —las cuales siempre trae consigo— para descubrir aquello que el interesado no quiso desvelar. Aquí el Tarot se revela con una nueva faceta: como herramienta de diagnóstico psíquico.

Una nota acerca de la psicomagia: para Jodorowsky, ésta es una extensión del Tarot, en el sentido de que ambos son actos con un fuerte simbolismo, realizados por una persona interesada en cambiar, que le permiten hablar directamente con su inconsciente en un lenguaje simbólico. Es como un Tarot en sentido inverso: mientras éste es un medio de diagnóstico con el cual el inconsciente nos habla mediante símbolos, los actos psicomágicos son actos simbólicos que le hablan al inconsciente, entablando un diálogo con esa parte oculta de nuestra psique.

Si tus creencias te lo permiten —pues, después de todo, ya establecimos que no se trata de adivinación, sino de un diálogo con una parte nuestra donde las palabras no sirven de mucho—, ésta es una invitación a, al menos una vez, vivir esta experiencia. No será difícil encontrar una baraja a precio accesible en una tienda esotérica o pedirla prestada a alguna amistad. Existen libros, revistas y sitios web —hasta la misma Wikipedia tiene su guía— sobre los significados más comunes de cada arcano. Documéntate si lo consideras necesario, pero después entabla el diálogo con el Tarot; recuerda que, según Jung, cada uno de nosotros contiene la información sobre los arquetipos en el inconsciente colectivo, y es accesible para todos. Por último, olvídate de otear en tu futuro, de buscar fortunas o futuras parejas: tal vez no es lo que tu inconsciente quiere decirte. Libérate de prejuicios y vive la experiencia o, mejor dicho, sincronízate con el todo.

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