Los años ochenta estuvieron repletos de excesos y alegrías, pero también de tragedias.Sin duda, una de las más terribles fue la explosión del reactor nuclear de Chernóbil. Cientos de libros se han escrito al respecto, y también se han filmado muchas películas y series sobre el tema. Entre los trabajos más recientes encontramos la última miniserie de HBO, sobre la cual hablaremos más adelante; por lo pronto cabe mencionar que la mayoría de las recreaciones del siniestro se enfocan en el aspecto trágico, olvidándose de los héroes que nacieron con el desastre; se trata de verdaderos símbolos de inspiración que incluyen premios Nobel de Literatura, bomberos, científicos, organizaciones civiles, los llamados “liquidadores” y hasta perritos mestizos.
Estas son sus historias. Cada una de ellas merecería una serie con muchas temporadas, o un libro, o quizá una trilogía de películas, pero, por el momento, comencemos con un artículo.
La historia
Todos sabemos lo que pasó en Chernóbil, una pequeña ciudad ubicada en la entonces Unión Soviética y actual Ucrania, el 26 de abril de 1986 a la 1:23 de la madrugada: el reactor número cuatro de la central nuclear Vladimir Illyich Leninestalló debido a problemas técnicos durante un procedimiento que debía servir para aumentar la seguridad de la planta. Se estima que aproximadamente 30 personas fueron víctimas directas del accidente, pero el número fue aumentando mientras las 200 toneladas de material radiactivo se expandían hacia Bielorrusia y el resto de Europa. La actual “Zona de exclusión”, el área alrededor de la central en la que los niveles de radiación son altos, tiene un radio de aproximadamente 2,600 kilómetros e incluye a la ciudad de Prypiat, donde vivían los empleados de la central nuclear. Hasta el día de hoy —y durante cientos de años más— el área es considerada inhabitable.
De forma muy simplista, y resumida, esto fue la tragedia de Chernóbil, pero… ¿qué pasó después? Se dice que las grandes desgracias y las situaciones extremas sacan lo peor y lo mejor de los seres humanos; el lado más oscuro y el más luminoso. En el caso que nos ocupa, lo peor fue la ineptitud y falta de criterio de las autoridades soviéticas; lo mejor, las entrañables y heroicas historias de todos los que brindaron su ayuda frente al desastre.
Los liquidadores
En la tragedia de Chernóbil, los héroes por antonomasia fueron los “liquidadores” —el término proviene de likvidator, según las transliteraciones más usuales del ucraniano y el ruso, un verbo con el significado aproximado de ‘eliminar’—, que se han convertido en íconos de la cultura popular gracias a la famosa serie de HBO emitida tras la conclusión de Juego de tronos.
En términos simples, el trabajo de los liquidadores era eliminar, o al menos reducir, las consecuencias de la catástrofe. Así, se conformó un equipo de 600 mil personas que incluía científicos, bomberos, héroes de guerra, marinos y hasta fotógrafos. Todos ellos se internaron en la Zona de exclusión, principalmente para limpiar el lugar y contener la radiación mediante la construcción de un enorme sarcófago que encapsulara los restos del reactor y otros depósitos de material radioactivo. Debido a las circunstancias creadas por la explosión, debían trabajar durante lapsos no mayores a dos minutos para no morir por la radiación. Sin exagerar, podemos afirmar que estas personas salvaron al planeta de una catástrofe mayor.
Cada una de sus historias es ejemplar. Por ejemplo, Mykola Melnyk fue un piloto que se dedicó a arrojar costales de arena en la zona radioactiva; también colocó una sonda de 18 metros para medir la radiación. Murió en 2013, satisfecho consigo mismo y condecorado como Héroe de la Madre Rusia. Igor Kostin —que si bien no fue precisamente liquidador, sí vivió la tragedia en carne propia— fue uno de los primeros fotógrafos que capturó imágenes de la catástrofe. Falleció en 2015, y se le recuerda como “los ojos de Chernóbil”.
Después de la explosión
Chernóbil y Pripyat se convirtieron en ciudades fantasma después del accidente, pero sus habitantes se llevarían consigo las huellas de la radiación. Por fortuna, no estaban desamparados; muchas naciones y organizaciones civiles se encargarían de tenderles la mano. Un caso notable fue Cuba. El papel crucial que desempeñó ayudando a los soviéticos es uno de los menos reconocidos de la tragedia. En el pueblo costero de Tarará, se erigió un hospital que, de 1990 a 2011, atendió a 25 mil niños, todos ellos enfermos de cáncer o con deformidades y problemas en la piel debido a la radiación.
Pese a la precariedad económica por la que atravesaba la isla en aquel entonces, el gobierno cubano quiso mantener el programa y ayudar a los pequeños, quienes constantemente entraban al mar para tratar los problemas dermatológicos que les había dejado la explosión. El Ministerio de Salud se encargó también de ayudar a los adultos, pero los esfuerzos se concentraron en los más pequeños.
Los niños y los perros de Pripyat
Los niños y los perros son siempre los seres más vulnerables, y también los que más fácilmente provocan sentimientos de empatía y deseos de ayudar. En cuanto a los niños, una de las organizaciones más populares es Elkartea, una asociación radicada en el País Vasco que se dedica a recibir niños que viven en zonas cercanas de Chernóbil, regularmente durante estancias cortas, para ayudarlos a combatir los posibles efectos de la radiación.
Los perros, por otro lado, son ayudados por organizaciones no gubernamentales como Clean Futures Fund, que recibe donativos cada que va a Pripyat. Según los estudios de esta asociación, unos 250 canes viven en las inmediaciones de la planta, y otros cientos en Pripyat y los alrededores. Precisamente, en una de las escenas más desgarradoras de la serie de HBO, los soldados soviéticos deben deshacerse de los perros que quedaron dentro de la Zona de Exclusión.
Verdad y ficción en la serie Chernóbil
De todos los personajes de la miniserie de HBO, hay dos en particular que tuvieron una vida plena después de la tragedia. El primero de ellos es Boris Shcherbina, a quien la serie nos presenta como un político inculto e intransigente, incapaz de aceptar las críticas y los comentarios del científico Valeri Legásov. Sin embargo, con el paso del tiempo Shcherbina adquiere conciencia y termina haciendo todo cuanto está en sus manos por ayudar a minimizar la tragedia. Pues bien, todo eso es verdad. Incluso, dos años después de la explosión, el político soviético se volvería a encontrar en una situación similar a la de Chernóbil durante el terremoto de Spitak en Armenia. Shcherbina tuvo que volver a hacer todo lo que pudo para ayudar a la población. Los mexicanos podríamos decir que “le agarró el gusto a echar la mano”.
Por otro lado, está el desgarrador personaje de Liudmilia Ignatenko, esposa de Vasil Ignatenko, uno de los bomberos que estuvo en los primeros instantes del estallido. La mujer cuidó a su marido estando embarazada y de manera inevitable la radiación invadió su cuerpo también. Su hija, Natasha, duró viva sólo unas horas. Los doctores le advirtieron que quedaría estéril por el resto de su vida. Se equivocaron. Según la entrevista que Liudmila concedió a la escritora Svetlana Aleksiévich, volvió a tener un hijo, al que llamó Andrei: “Los médicos me dijeron: tu organismo no lo soportará, si nace vivo le faltará una mano. ¿Y qué?, les dije. Le enseñaré a escribir con la otra. Nació normal. Es un niño guapo que va a la escuela y saca notas excelentes”.
Chernóbil en las letras
Como era de esperarse, la tragedia inspiraría muchas obras literarias, entre periodismo, ensayo y novela. Una de las más importantes es Voces de Chernóbil, de la ya mencionada Svetlana Aleksiévich, cuyo libro es tan bueno que que le valió el Nobel de Literatura en 2015 a su autora. Otro texto valiosísimo es La verdad sobre Chernóbil, de Grigori Medvedev, publicado en 1991, año en que la Unión Soviética dejó de existir.
La tragedia ocurrida en la URSS de los años ochenta siempre dará de qué hablar, no sólo por las historias trágicas o esperanzadoras, sino por un aspecto que la serie plantea muy bien: decir la verdad tiene un precio, pero el de las mentiras es más alto.