La mejor estrategia para iniciar a los niños en la lectura es aprovechar su propio entusiasmo y seguir alimentándolo. Por otro lado, fomentar su entusiasmo puede lograrse, de manera muy sencilla, poniendo en práctica lo que queremos que el niño aprenda; en este caso, el amor por la lectura y los libros. En el presente texto te compartiré algunas reflexiones, unas personales y otras aprendidas, para fomentar la lectura desde edades tempranas.
Provocar curiosidad
Nuestro principal aliado en esta tarea es ese impulso que nos hace querer saber, lo llamamos curiosidad y, cuando somos niños, lo tenemos de sobra. Nuestro cerebro se vale principalmente de ella para comenzar a almacenar todo aquello que nos servirá durante nuestra vida, y es la curiosidad la que motiva al niño a desear saber qué están haciendo sus padres o abuelos cuando se sientan, quizá durante horas y horas, quietecitos y en silencio, a observar esas cosas que —eventualmente descubrirá— se llaman libros.
El primer paso, entonces, es provocar la curiosidad. No importa que el niño aún no sepa leer. En mi caso, mis padres compraron algunos libros pensando en mí, como El libro de nuestros hijos o Maravillas y misterios del mundo animal. A propósito de este último, recuerdo haberle preguntado a mi madre qué cosa eran esos animales monstruosos cuyas ilustraciones adornaban uno de los capítulos. Pronto aprendí a llamarlos dinosaurios. Como mamá no sabía responder a todas mis preguntas sobre ellos, decidió enterarse junto conmigo y leerme el texto en voz alta. Se lo pedí muchas veces hasta que aprendí a leer, y de ahí en adelante fui enterándome de más cosas por mi cuenta.
La lectura no es un deber
Decía Gianni Rodari: “Leer es un verbo que no soporta el imperativo”. Ya en la etapa escolar, es preferible no insistir en que el niño lea. Al asociar la lectura con obligación o, aún peor, con una tarea escolar —algo que a casi nadie le gusta—, quizá estaría dando el primer paso para comenzar a alejarse de dicha actividad.
Si no quiere leer, déjenlo en paz
Si el tomar un libro es un rito familiar, será fácil alimentar las ganas del niño por leer y nutrirlas cuando éste vaya creciendo. Algunos expertos en pedagogía están de acuerdo en una cosa: “Quizás el amor por la lectura no pasa a través del cordón umbilical, pero si está presente en la vida de los padres, entonces será naturalmente respirado o absorbido por los hijos. Pero no es un hecho tampoco que quien crece rodeado de libros los ame para siempre”. Entonces, no los fuercen ni los agobien con cantinelas del tipo: “¡Ay!, pero si cuando eras más pequeño te gustaba tanto leer”.
Que vaya a donde hay libros
Una actividad casi olvidada es la de ir a la biblioteca. Si buscamos una cercana, llevamos a nuestro niño de visita, lo suscribimos —de paso haciéndolo sentir mayor e importante: “¡Ya tengo mi propia credencial de biblioteca!”— y lo acompañamos con frecuencia, tardará poco no sólo en desear ir más seguido, sino en desear ir solo para adentrarse, sin presiones de tiempo, en todas las aventuras que podrá disfrutar al leer. Si no hay biblioteca cercana, una alternativa puede ser la casa de los abuelos o la de los tíos, donde seguro encontrará libros interesantes, o si hay las posibilidades económicas, una librería donde haya una sección para niños.
¿Ningún clásico? Paciencia
Puede ser que al principio los niños presten más atención a los cómics que a las grandes obras maestras de la literatura universal. Está bien. No ser intrusivos y tener paciencia es la clave, pues todo radica en que el niño lea, sin importar qué. En ese momento no debemos criticar su elección. Además, los pedagogos afirman que dejar que el niño tome cualquier cosa para leer ayuda a que la socialización con el objeto-libro se vaya reafirmando.
La voz ayuda
Leer en voz alta es un ejercicio benéfico en varios sentidos: cuando ellos leen, van ejercitando su propia lectura; cuando nosotros leemos para ellos —sobre todo si lo hacemos bien, con ganas y sin prisas—, se concentran en la historia, en imaginar, y aprenden cosas como dicción, ritmo, o énfasis. Así, cuando el niño lea para sí mismo, solo y en silencio, vivirá, experimentará, e imaginará vívidamente.
Presente y no invadiendo
La presencia adulta es buena a la hora de la lectura, sobre todo cuando el niño está aprendiendo palabras nuevas o cuando hay que explicar ciertas nociones o conceptos. Sin embargo, hay padres que al leer a sus hijos omiten pasajes que consideran demasiado complejos, escabrosos o violentos. Según la pedagogía, esta práctica no es aconsejable, pues “Los niños son inteligentes, entienden todo y no deben crecer en un lecho de algodón”, declaró una experta en literatura para la infancia.
No existe una varita mágica
No se puede simplemente heredar, o transmitir sin más, el amor por la lectura, pero con el enfoque correcto sí que puede mantenerse vivo. La familia es, desde luego, importante, sobre todo si en casa se lee. Cuando el ejemplo es ése, el niño intentará emular a los demás. En edades muy tempranas, los primeros libros deben ser suaves al tacto, atractivos y fáciles de manipular. Al leer en voz alta, está bien tratar de crear las voces de los protagonistas; así el niño no sólo asocia voces con personajes, sino que además estimula su imaginación. Y quizás éste sea uno de los puntos más importantes, pues la sola actividad de imaginar supone tener cierta agilidad mental para asociarideas e imágenes, y para mirar las cosas desde varios puntos de vista. De este modo, al leer mantenemos nuestra mente ágil y despierta, algo que ningún niño —ni ningún adulto— debe arriesgarse a perder.