
Dicen que la vida nos moldea antes de que nosotros logremos moldearla a ella. Las circunstancias en las que estamos y las cosas que nos pasan a diario van marcándonos y construyéndonos, como si hubiese unas manos invisibles y gigantescas amasándonos a cada uno con diferente intensidad a través de distintas experiencias. Dicen que el ser humano es lo que las circunstancias hacen de él, y eso suena a que estamos atados, irremediablemente, a ser algo que no decidimos, como si fuésemos un juguete del destino y no tuviéramos alternativa, ¡y vaya que es difícil escapar del destino! Pero… ¿y si no se tratara de eso? ¿Qué tal si todo dependiera no tanto de lo que nos pasa, sino de lo que hacemos con lo que nos pasa?
Ninguno de nosotros tiene el superpoder de escaparse del influjo de “las otras existencias” que cohabitan esta realidad. Nadie puede decidir todo lo que le sucede o lo que no, pero sí hay algo que podemos hacer: encontrar aquellas anclas que nos salvan. Hallar de dónde agarrarnos para no seguir cayendo. La respuesta para cada quien estará en lugares diferentes: quizá, para algunos, se encuentre en una pasión artística o deportiva; para otros, puede estar en un negocio que se quiera hacer prosperar; para otros más, su fuerza principal tal vez radique en su familia o sus seres queridos. Y también existen personas que encuentran la salvación en ellas mismas y en aquello que consideran su propósito en la vida.
Sea cual sea la respuesta particular de cada uno, en realidad se pueden resumir en una sola: la fe, algo más grande que tu propia vida que te haga querer darlo todo, siempre más. La fe es inmensamente más grande que nosotros mismos; empuja al ser humano más allá de los límites esperados; lo alienta a levantarse del suelo una y otra vez para volver a intentarlo. Lo primordial para seguir adelante es encontrar aquello que te mueve y hacer que tu vida gire a su alrededor: agarrar los pedazos de uno mismo y reconstruirse una y otra vez con las esperanzas puestas en aquello que amamos. Para ello, hay que adaptarse a lo que ha pasado, estar consciente de todo lo que ha sucedido y de lo que no se puede cambiar, para entonces pensar en qué podemos hacer con lo que sí tenemos. A eso se le llama resiliencia.
La resiliencia puede definirse como la capacidad de sobreponerse a los periodos de dolor emocional y a los traumas, y de salir en un buen estado o incluso fortalecido de los episodios difíciles. Desde un punto de vista filosófico, la resiliencia podría compararse con una postura estoica, caracterizada por la prevalencia de la entereza a pesar de las dificultades, lo cual no necesariamente implica que quien la posea como cualidad sea indoblegable o impenetrable, pero sí que es capaz de levantarse aun estando “roto” de alguna o de varias maneras, y de ponerse en pie sintiendo una mayor fortaleza emocional que antes. Esta cualidad puede sacarnos, literalmente, de casi cualquier crisis. Y es algo que podemos desarrollar todos, con trabajo, disciplina, determinación y haciendo uso de nuestra inteligencia racional, pero en especial de la emocional.
A lo largo de la historia, infinidad de personas han encontrado la fe necesaria para salir adelante a pesar de la oscuridad de las circunstancias. Nelson Mandela, tras veintisiete años de encarcelamiento y humillación por el simple hecho de creer en una humanidad justa, terminó encontrando en su sufrimiento la fortaleza para defender sus ideales de igualdad, que lo inmortalizarían como un gran defensor de la diversidad de razas. Arianna Huffington padeció el rechazo de treintaiséis editoriales cuando intentó publicar su libro y quebraron su ánimo diciéndole que no tenía potencial ni calidad, pero eso le dio el impulso para crear una de las plataformas de información en línea con más éxito y prestigio: The Huffington Post. Y no necesitamos ir tan lejos: en México tenemos el ejemplo de numerosas mujeres de inmensa fortaleza que, después de perder a sus hijas a causa del feminicidio, decidieron formar asociaciones de apoyo para mujeres que sufren de violencia y salen a las calles incansablemente para exigir justicia.
Cuando tienes algo en qué creer que va más allá de ti, la esperanza llega casi como un mecanismo de defensa. Dentro de toda esa oscuridad y angustia, siempre va a haber luz, no sólo “al final”, como nos han dicho, sino en todas partes, en los recovecos de la cotidianidad, por más pequeños que sean los agujeritos por donde se filtre. ¿Ya sabes dónde está esa luz que necesitas?
