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Cómo practicar el desapego… sin convertirse en un ermitaño

Cómo practicar el desapego... sin convertirse en un ermitaño
Te proponemos un reto: si en los próximos segundos piensas en un rinoceronte rosa, pierdes… ¿Te ganamos? Seguramente. Esto demuestra un...

Sabú Affer y Noé Jáuregui

El tutorial

Te proponemos un reto: si en los próximos segundos piensas en un rinoceronte rosa, pierdes… ¿Te ganamos? Seguramente. Esto demuestra un principio: la mente tiene gran dificultad para procesar órdenes de gramática negativa; por ello decirle “no pienses en esto” es casi una invitación a hacerlo. En este tutorial te proponemos técnicas cuyo objetivo es el que está definido en el título, pero que actúan de manera oblicua, sin aludir siquiera al desapego.

1. Ponte en contacto con tu propia mortalidad. “Nada es tan seguro como los impuestos y la muerte”, dijo Benjamín Franklin; aunque con los primeros, hasta el actual presidente estadounidense se hace de la vista gorda. Lo cierto es que la otra parte de su máxima sigue vigente; sin importar que en el fondo tengas la esperanza de ser una excepción, todos somos mortales, pero nuestra cultura nos enseña a olvidar este detalle. Hacerte plenamente consciente de tu propia mortalidad te dota de tal sobriedad que tus verdaderas prioridades resultan más claras. Para ello, puedes imaginar cómo sería el día siguiente a tu deceso. También puedes contemplar obras de arte sobre el tema de la muerte, explorar el género del memento mori o redactar tu propio obituario. Y si éste no te gusta, te tenemos buenas noticias: la muerte aún no ha anunciado tu partida.

2. Recobra el control de tus emociones. Alguien nos contó esta experiencia: “Un día, en un curso de superación personal, se nos pidió a los asistentes ponernos de pie y, a continuación, lo que parecían alabanzas se convirtió en una fuerte reprimenda. Como pensé que eso era injusto, decidí no escuchar algo que no merecía y mentalmente me puse a repetir ‘lalalalá lalalalá’, hasta que dejé de escuchar el regaño. Extrañamente, en ese momento dejé de sentirme incómodo, incluso físicamente, como veía al resto de mis compañeros reprendidos. Al final, el regaño no era tal, sino elogios, pero yo había aprendido algo más ese día”.

En su libro Tus zonas erróneas, Wayne W. Dyer revela el secreto del control emocional con el siguiente silogismo: “Mis emociones provienen de mis pensamientos; puedo controlar mis pensamientos; por lo tanto, puedo controlar mis emociones”. Aunque no estés consciente de ello, tus emociones no derivan de lo que hacen o dejan de hacer los demás, sino de lo que mentalmente te dices acerca de esos hechos. La víctima de una infidelidad no se enfurece cuando ésta sucede —a menos que la vea—, sino cuando se entera de ella y elabora pensamientos al respecto. Cambiar lo que te dices como respuesta automática a lo que ocurre a tu alrededor es el primer paso para modificar tus reacciones. Callar las ideas de desolación, furia o tristeza, y cambiarlas por otras de desapego o paz, resultará en nuevas respuestas a lo que antes te hacía reaccionar de modo automático e inconsciente.

3. Apaga el piloto automático. Es casi un cliché hablar de “el aquí y el ahora”, aunque practicarlo no es tan fácil. Además de ser el único lugar y tiempo en que realmente estás, ubicarte en ese hic et nunc te permite no pensar en quien no está presente y disfrutar con lo que sí está frente a tus sentidos. Existe una gran variedad de técnicas —que ahora se llaman mindfulness— dedicadas a esto. Las más sencillas incluyen tomarte unos segundos al día para “no hacer nada”, simplemente estar ahí; incluso existe una app que se activa aleatoriamente para recordarte ese momento de dolce far niente. También puedes hacer un esfuerzo consciente por observar todo con una “mente de aprendiz”, como lo haría un niño recién nacido o un extraterrestre que acaba de llegar a la Tierra: con esos ojos, hasta el más mínimo objeto te parecerá extraordinario, fascinante, único. Del mismo modo, puedes imaginar que tienes la certeza de que vives el último día, la última hora o los últimos minutos de tu existencia, y mirar el mundo por última vez antes de despedirte de él; eso te ayudará a no ver las cosas como algo cotidiano, sino como un fenómeno extraordinario que tuviste la fortuna de disfrutar.

4. “Cada día, una vez al día…

…date un regalo. Sin planearlo, sin esperarlo, simplemente deja que ocurra”, dice el agente Dale Cooper en la teleserie Twin Peaks. Parafraseando un poco esta idea, te sugerimos experimentar cada día algo nuevo y distinto a lo que haces rutinariamente: probar un sabor diferente de helado, entablar un charla con un completo extraño o con alguien a quien ves a diario sin llegar a intercambiar algo más que un saludo, tomar vacaciones en un lugar distinto o aprender algo que hasta ahora has desdeñado. Poco a poco tu autodefinición se debilitará y te darás cuenta de que no tienes por qué ser siempre una persona de “dos de azúcar y una de crema”. Ya luego podrás regresar a lo que antes era tu elección automática —la que quizá considerabas tu única opción— y, además de disfrutarla, la verás con esos ojos nuevos que han visto más allá. Eso te quitará la carga del sufrimiento anticipado que uno siente cuando piensa que, tal vez, algún día no volverá a disfrutar de esa actividad. Poniendo un ejemplo burdo, si eres una persona que siempre tomaba helado de vainilla y de pronto eliges todos los demás sabores, cuando vuelvas a probar el de vainilla te parecerá aún más rica; pero si ese día no hay de vainilla, no te invadirá la frustración de no encontrar tu sabor favorito y, simplemente, elegirás otro.

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