La inspiración debió llegar a Apolo sin muchas dificultades. Pero tocar hermosas melodías en una lira mientras vives rodeado de musas en el Parnaso es un privilegio al que los mortales no podemos acceder. Así que dar con buenas ideas es un poco más complicado para nosotros. Cualquiera podría pensar que un escritor, un pintor, un músico o cualquier artista está descansando, cuando en realidad se encuentra concentrado, intentando atrapar la chispa que se convierta en una original historia, en un cuadro o en una melodía… Y dicha faena no es nada fácil.
Muchos quisiéramos que la inspiración fuera tan natural como pararse frente al lienzo, elevar el pincel y pintar sin más una obra de arte, o que bastara con sentarse al piano para dejar que las notas discurran entre nuestros dedos y se fijen en el pentagrama, o bien, que sólo hiciera falta tomar pluma y papel para que las letras fluyeran y se arreglaran en una interesante trama o en un conmovedor poema. La verdad es que cada uno enfrenta de formas diversas el reto que representa vencer ese vacío, y lo que a uno le funciona al otro le puede parecer un disparate: encender una vela aromática, poner música, beber —café, alcohol— o fumar cualquier tipo de humos, funciona para algunos y para otros no. Me parece que no existen las fórmulas mágicas, aunque ha habido gente generosa que nos ha compartido sus métodos, o manías, y quizás algunos de ellos te resulten útiles o interesantes.
Para Ludwig van Beethoven era indispensable tener un lavamanos cerca. Necesitaba estar en contacto con el agua para componer, le gustaba sentir el líquido en sus manos y se concentraba en el sonido que éste hacía al verterlo con una jarra. Realizaba esta operación varias veces hasta quedar totalmente abstraído para entrar en una especie de trance que le diera la posibilidad de empezar a hacer su música.
Gertrude Stein decía que sus mejores poemas fueron escritos en recortes de papel mientras estaba estacionada en la soledad de su auto. También cuentan que a la poeta le gustaba inspirarse con vacas —si una no le parecía lo suficientemente inspiradora, contemplaba a otra. A Winston Churchill la inspiración le llegaba por horario: escribía de las siete a las once de la mañana, acostado en su cama; además, lo hacía todo en forma caótica: al tiempo que desayunaba, despachaba asuntos y leía periódicos, también se ponía a escribir. Charles Dickens, por el contrario, era un autor metódico, ritualista. Trabajaba siempre a la misma hora, en la misma habitación. Se sentaba frente a la ventana y colocaba, cada día en el mismo orden, las plumas de ganso con las que escribía. Pedía flores frescas y no podía faltarle el abrecartas. Si salía de viaje, ordenaba que los muebles fueran acomodados tal y como los tenía en su casa; sin estas condiciones, no podía escribir.
El olor de flores frescas, sin embargo, no es un aliciente creativo para todos; se dice que Friederich Schiller colocaba cerca de su escritorio una cesta con manzanas echadas a perder: el olor a podrido le despertaba la urgencia de escribir. [1] En otro orden de ideas, Marcel Proust se encerraba en la habitación de un hotel parisino, y el filósofo mexicano Antonio Caso pidió hospedarse en ese mismo cuarto para ver si encontraba a las mismas musas que el autor francés. Truman Capote hizo de la realidad misma su motivo favorito de inspiración. Y de modo más o menos similar, se cuenta que cuando Victor Hugo estaba falto de ideas, se desnudaba y empezaba a escribir.
Afortunadamente, también hay quienes nos dejaron sus procedimientos por escrito. El pintor surrealista Salvador Dalí se valía del método paranoico-crítico, una propuesta elaborada por él mismo para atraer la inspiración. Dalí veía en la paranoia una habilidad para formar relaciones entre objetos que racionalmente, o aparentemente, no se hallan conectados entre sí. Se trata de una técnica espontánea de conocimiento irracional basada en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones propias de procesos delirantes. Dalí trataba de recrear, a través de su obra, aquellos procesos activos de la mente que sugieren imágenes de objetos irreales; por ejemplo, al superponer una imagen en primer plano con otra en un plano más alejado. El método paranoico-crítico funcionaba mejor en un estado de duermevela, cuando el sueño es todavía ensoñación y la vigilia no ha hecho presencia en forma contundente.
André Breton, padre del surrealismo y de la escritura automática —que igualmente trataba de llevar al arte los mecanismos del inconsciente—, aplaudió la técnica, afirmando que constituía un instrumento de primera importancia y que era perfectamente aplicable lo mismo a la pintura que a la poesía, al cine, a la elaboración de objetos surrealistas, a la moda, la escultura, la historia del arte e, incluso, a cualquier tipo de exégesis.
Si la inspiración es el estado propicio para que nazcan las creaciones del espíritu —en especial aquel estado en que el artista produce su obra— y si ella debe alcanzarse por medio de un ritual, constituye una pregunta sin respuesta. Algunos creen que basta con sentarse frente a la hoja en blanco para empezar a producir, y hay quienes necesitan ciertos métodos para fomentar la creatividad, que van desde lo excéntrico hasta lo ideático. Así como cada persona tiene sus mañas y manías, que cada artista tenga sus rituales parece, a mis ojos, algo igual de normal y legítimo. Yo, por mi parte, extraño aquellos días en que encendía un cigarro y dejaba que el humo fuera enredando las palabras y acompasando el ritmo del corazón. Pero, a falta de humo, tazas y tazas de café —como lo hicieran Gustave Flaubert y Honoré de Balzac.
[1] Según una investigación realizada en la Universidad de Yale, el olor de las manzanas podridas tiene un efecto positivo en el estado emocional de las personas e incluso puede evitar los ataques de pánico. Schiller debió intuir estos beneficios [N. del E.].