Crea tu propio libro

Crea tu propio libro
Ana Pazos

Ana Pazos

Creatividad

Tener memoria fotográfica debe de ser maravilloso. Con un sólo vistazo, las palabras de una página entera quedan guardadas para siempre, y los recuerdos son como películas musicalizadas, ambientadas y narradas con maestría que pueden reproducirse a voluntad. No obstante, muy pocos gozan de este don; la mayoría vive a expensas de una memoria engañosa, que difumina y colorea los recuerdos con tonos mentirosos, y selecciona bits de información cuando se desean almacenar bytes. Si bien hay soluciones tecnológicas para registrar recuerdos o datos, existen recursos más entrañables que, inclusive, podrían ayudarte a cumplir el sueño de ver tu nombre escrito en la portada de un libro.

Scrapbook o álbum de recortes

Mi tía abuela hizo uno de estos. Las pastas son de cuero y tiene sus iniciales grabadas en algo similar al pan de oro. Al principio era un libro con las páginas en blanco, como un diario cualquiera, que poco a poco ella fue llenando con recortes de revistas, fotografías, cartas ambarinas de antiguos enamorados, mechones de cabello, flores deshidratadas, postales y boletos de cine… algunos elementos están acompañados por una descripción en su caligrafía inclinada y nerviosa —o ladeada y firme, dependiendo de su estado de ánimo—, y todos forman una composición bastante artística. El álbum es un afectuoso vestigio de la juventud de mi tía, cuando las mujeres llevaban vestidos entallados —al estilo de María Félix— pero de falda larga, y los hombres usaban pantalones de pinzas y sombreros Tardan —‟de esos que se usan de Sonora a Yucatán”, según explica ella en una nota. Gracias a este libro, pude hacerme una imagen más viva y menos monográfica del México de los años cincuenta, como si viajara en el tiempo a bordo de un Chevrolet Bel Air azul cielo, a través de calles transitadas por unos cuantos automóviles más grandes que las lanchas, para contemplar una ciudad más limpia y alegre que la que me vio nacer.

En el siglo XVI, los ‟álbumes de amistad” ya eran populares entre los ingleses, que invitaban a sus amigos a llenarlos con autógrafos, dedicatorias, poemas o dibujos, como seguimos haciendo hoy con los anuarios escolares para recordar a las personas que nos acompañaron durante las diferentes etapas de nuestra vida de estudiantes. Los álbumes de amistad son los primos mayores de los álbumes de recortes o scrapbooks, que durante la época victoriana se convirtieron en el pasatiempo por excelencia para los días lluviosos. Hoy, los fanáticos de ese largo capítulo de la historia británica pueden comprar libros de recortes victorianos por internet y acariciar con la mirada —y también con las manos— los amados recuerdos de algunos contemporáneos de la reina Victoria, que dan fe de las costumbres de su tiempo. También es posible curiosear en los scrapbooks de personajes ilustres, como Mark Twain —quien patentó un álbum con páginas autoadheribles para facilitar el trabajo de los aficionados al scrapbooking— y Thomas Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos.

'Scrapbook' o álbum de recortes

Esta práctica logró sobrevivir hasta nuestros días, y en torno a ella se ha construido una industria que vende marcos, tarjetas, plantillas de recorte, sellos, papeles estampados y cualquier cantidad de materiales que ayudan a revestir la historia que se desea contar a través del cuaderno de recortes. Aunque ahora existen programas digitales para crear scrapbooks, yo prefiero la modalidad artesanal, que permite tocar retazos —como una tira de encaje o una flor que vivió hace mucho tiempo— de la vida de alguien.

Si no te gusta escribir, pero quieres compartir tus vivencias con futuras generaciones, el libro de recortes es justo lo que estabas buscando. No sólo con palabras se construyen las historias, también pueden reunirse fotografías y objetos para darle forma a una suerte de museo personal que se despliega en las páginas de un cuaderno.

Commonplace book o libro de aplicación general [1

‟Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresionado la Naturaleza tan profundamente: hasta una piedrecilla, un tallo de hierba… y, sin embargo, no sé cómo expresarme”. Transcribí estas líneas de una de mis obras románticas favoritas —Las desventuras del joven Werther de J. W. Goethe— en la primera página del cuaderno forrado en tela con hermosos arabescos que me regaló una persona muy especial. Algunos días después, el destino quiso que escuchara un poema de Robert Frost intitulado ‟El camino no elegido”, y en mi cuaderno nuevo copié la última estrofa: ‟Debo estar diciendo esto con un suspiro de aquí a la eternidad: dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”. Con el tiempo, fui llenando el cuaderno con fragmentos de libros, proverbios, ideas para futuros textos, diálogos de películas, frases célebres y datos que me parecieron interesantes. Estaba llevando un commonplace book y no lo sabía; fue hasta que leí en una novela que uno de los personajes recolectaba pasajes de obras literarias y reflexiones en una libreta, y que a eso se le llamaba commonplace book, cuando supe que yo también tenía uno.

Estos cuadernos son depositarios de las ideas, frases, anécdotas, observaciones y datos que se van cruzando en el camino de una persona. Piensa en todos los libros que han dejado una huella en ti, en toda la información valiosa que has encontrado en uno u otro medio, en las conversaciones fragmentadas que flotan en tu conciencia, en las películas que deseas ver de nuevo para recordar por qué te conmovieron o afectaron tanto… En muchos casos, quizá sólo quede una emoción, un dulce sabor de boca, y la sustancia —el contenido como tal— se haya esfumado o escondido en una callecita inaccesible de la memoria. Para eso sirven los commonplace books: son como redes para cazar las mariposas del conocimiento.

A diferencia del scrapbook y del diario íntimo, en el libro de aplicación general no se almacenan vivencias, sino información, y ésta puede catalogarse o recopilarse sin ningún orden, como ‟una ensalada de muchas hierbas”, en palabras de Giovanni Rucellai, uno de los exponentes más famosos del género. Así, el amante de la literatura coleccionará pasajes de novelas, versos, frases pronunciadas por sus autores favoritos y extractos de críticas o ensayos; el científico reunirá fórmulas, experimentos, hipótesis, teorías y observaciones —Carlos Linneo, por ejemplo, utilizó técnicas propias del commonplace book para redactar su libro Systema naturae (1735), en el que habla de la clasificación jerárquica del mundo natural—; y las personas con intereses diversos utilizan estos libros para atesorar diferentes gemas —desde recetas de cocina hasta los comentarios al margen que hicieron en un libro—, las cuales pueden ir bajo sus correspondientes apartados o revueltas en una nutritiva sopa.

Son muchos los personajes ilustres que tuvierondiarios de información y sabiduría. Se dice que las Meditaciones del emperador Marco Aurelio comenzaron como un commonplace book; en el siglo XVII, el filósofo John Locke inició uno durante su primer año en Oxford, y al cabo de algunas décadas su particular método de catalogación era tan popular que se imprimían commonplace books “con los principios y recomendaciones de míster Locke”; en la universidad de Harvard, los escritores Ralph Waldo Emerson y Henry Thoreau aprendieron la metodología para ejecutar este género y los resultados fueron publicados; Michel de Montaigne —el padre del ensayo— recopiló dichos, máximas y citas tanto de la historia como de la literatura en un cuaderno; el periodista H. L. Mecken llenó varias libretas con diálogos y slang que escuchaba en las calles; y existen pruebas de que Napoleón Bonaparte era un entusiasta de los commonplace books.

'Commonplace book' o libro de aplicación general

¿Interesado en tener tu propia antología del conocimiento? De ser así, las siguientes recomendaciones podrían resultarte útiles: lee habitualmente y sobre temas diversos; ten siempre un lápiz contigo, subraya los pasajes que llamen tu atención y escribe tus ideas o impresiones al margen —en los libros digitales puedes hacerlo con tinta electrónica— para después copiarlos en tu commonplace book. Si vas al cine y los personajes parecen estar dialogando contigo, al llegar a casa no olvides trasladar esas palabras al papel, y procede de la misma forma cada vez que un amigo, un conferencista o un medio electrónico te transmita información valiosa o alguna expresión que estimule tus sentidos estéticos.

Aunque el commonplace book no es un diario de vivencias, los retazos de sabiduría que hayas elegido a lo largo de los años dirán mucho sobre tus gustos, deseos y aspiraciones. Al final, tendrás una tela colorida, de muchas texturas, que podrás usar cuando necesites un buen consejo o si buscas inspiración o información para, digamos, escribir un libro de tu autoría.

En un mundo donde cualquiera puede colgar una foto en la pared virtual o compartir un artículo que terminará perdiéndose en el timeline de las redes sociales, los libros de recortes y los de aplicación general son opciones idóneas para los románticos y para quienes desean convertirse en curadores del conocimiento que se desdobla ante sus ojos.

Cierre artículo

[1] Commonplace es la traducción del término latino locus communis, que a su vez viene del griego tópos koinós,y significa ‟tema o argumento de aplicación general”.

Recibe noticias de este blog