Hasta hoy existen muchas historias que contribuyen al misterio de eso que llamamos creatividad e inspiración. La mayoría de ellas gira en torno a su definición, al proceso creativo, a las características de las personas creativas y al desempeño de éstas. Un ejemplo de lo anterior es la recopilación que hacen los investigadores James Kaufman y Robert Stemberg, la cual señala que el pensamiento creativo es incontrolable y está sujeto a la inspiración espontánea.
Otra creencia generalizada, que genera aversión en algunos, es que la creatividad es un “don divino” que está ligado a la locura. La doctora Kay Jamison —psicóloga y neurofisióloga— exploró en 1989 la interrogante de Aristóteles sobre la relación entre la melancolía y la creatividad; para ello, realizó un estudio de tres años entre 47 artistas ingleses —dramaturgos, poetas, novelistas y artistas visuales— e hizo dos hallazgos muy interesantes: uno, que el 38 por ciento de los estudiados había recibido tratamiento para trastornos afectivos como depresión mayor o trastorno maniaco-depresivo; y dos, que casi una tercera parte de ellos reportó que, antes de sus episodios de mayor creatividad, sufrían estados de malestar emocional que definían como “miedo”, “sentirse más ansiosos” o “cerca del suicidio”.
Además, el 89 por ciento reportó episodios de creatividad intensa en los que eran muy productivos, durante los cuales experimentaban estados de euforia, entusiasmo, sensación de mayor energía, autoconfianza, aumento en la velocidad y la fluidez del pensamiento, mayor concentración, sentimientos de bienestar y una disminución en la necesidad del sueño. Algo así como “golpes de inspiración”.
A Jamison le llamó la atención la semejanza entre estos episodios de aumento de la creatividad con los observados en el trastorno bipolar, que se conocen como hipomaniacos, en los cuales por periodos de días o de meses se reporta una mayor rapidez en el pensamiento, un aumento en la energía y un mejor estado de ánimo. ¿Su hipótesis? Que existen episodios de hipomanía leves en los cuales aumenta la productividad artística, que suelen ser seguidos por periodos vinculados con cuadros de depresión y riesgo suicida, durante los que podría buscarse tratamiento.
En su libro Marcados por fuego, la autora revisa las vidas de Virginia Woolf, Lord Byron, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Robert Schumann y Vincent van Gogh, y hace énfasis en las evidencias de un posible trastorno maniaco depresivo entre ellos. Pero, aunque esto es una realidad, no todas las personas creativas experimentan cuadros de hipomanía y depresión; al parecer, la forma en que se perciben la creatividad y el éxito puede generar otro tipo de respuestas.
R. Fisher, autor del libro Teaching Children to Think, puntualiza varios mitos sobre la creatividad; para los fines que aquí nos ocupan, sólo tocaremos la idea de que la creatividad consiste en hacer lo que quieras y no exige esfuerzo, pues es común que la gente no reconozca la enorme motivación que necesitan los actos creativos y tienda a idealizar el proceso, sin pensar en el tiempo invertido ni en la persistencia. Johannes Brahms, por ejemplo, invirtió más de dos décadas en su primera sinfonía; Thomas Alva Edison trabajó hasta 20 horas diarias durante años antes de inventar el fonógrafo, y Johannes Kepler tardó siete años en completar sus leyes sobre el movimiento de los planetas.
Otra forma de romantizar el acto creativo es concebirlo como algo acabado que se logra sólo una vez y que, después de ello, sólo hay declive; otra más es pensar que la genialidad es la persona en sí misma. Estas formas románticas no se crean solas, sino que son parte de lo que el psicólogo estadounidense Charles Tart llama “hipnosis cultural”, algo siempre presente en los procesos de socialización que garantiza que nos adaptemos a la sociedad. Pero, ¿y si en verdad la inspiración proviniera de otro lugar, uno no relacionado con la salud o la enfermedad?
El psicólogo transpersonal Roberto Assagioli nos ofrece una pista. Para él, no sólo existe un inconsciente, sino también el superconsciente, en donde residen impulsos más elevados como la intuición, la fuerza, el amor altruista, la voluntad, la empatía, la solidaridad, la inspiración artística, la necesidad de propósito en la vida y la comprensión espiritual y filosófica. Eso podría explicar experiencias como las de Mendelsohn o Mozart, quienes comenzaron a componer a una edad en la que la personalidad consciente aún no estaba consolidada, de modo que su genio no podría haber provenido de ella; entonces, para Assagioli la inspiración es la transmisión de elementos psíquicos desde el superconsciente al consciente.
El proceso de creación artística, como un parto, puede ser fácil y rápido o lento y doloroso, además de que el producto puede nacer con distintos grados de desarrollo. La relación entre la creación espontánea y la actividad consciente es variada y compleja; el creador puede tener un estado emocional muy distinto al de su creación, estar desinteresado o alejado de lo que ha producido, pero siempre habrá estímulos de su superconsciente que pasan inadvertidos a su conciencia.
Por otro lado, en un intento por explicar desde otra perspectiva el destino fatal de algunos de los personajes estudiados por Jamison, para Assagioli el ser tiene dos funciones principales: la consciencia y la voluntad. La primera se habilita para darse cuenta de lo que sucede dentro y alrededor de él, al percibir la realidad interna y externa como observador; la segunda puede verse imposibilitada cuando uno se identifica con aspectos parciales de la personalidad, como los roles —artista, madre, estudiante— o los logros —doctor en…, mención honorifica o la obra más reconocida, por ejemplo.
Por eso, cuando las personas se identifican con su relativo éxito o fracaso, se definen como si sólo fueran eso. Dependiendo de la permanencia en el tiempo y de la carga de energía que se le otorgue a dicha definición, es que se trata de un medio o de un fin para desarrollarnos como seres humanos. Esta puede ser la explicación por la que Woolf o Schumann decidieron acabar con su propio Yo.
En suma, la creatividad y la conciencia seguirán generando investigaciones, pues ante nuestra poca o nula comprensión sobre ellas, resultan tan misteriosas y apasionantes como el Ser mismo.