Siempre te perderás del 100% de los intentos que no hagas.
Wayne Gretzky
Lo malo de la sensatez es que es aburrida. Es lo primero que te enseñan cuando vas creciendo: a ser sensato, o sea, a pensar y actuar de forma cauta, discreta, moderada y madura. A mí eso me suena a volverme gris. Cada vez que oigo esa advertencia prudente de la vida, comúnmente conocida como “la voz de la experiencia”, me dan ganas de correr hacia el lado contrario.
Entiendo que es importante conocer cierta información que puede serte útil en la vida, pero una cosa muy distinta es que desde temprana edad quieran deformar tu mente para que se ajuste a la talla del sistema, como pie en un zapato minúsculo. Te empiezan a bombardear con las decisiones “correctas” y con “el sentido común necesario para una vida exitosa”. Yo digo que no hay nada peor que puedan hacerte cuando eres niño que alinear tu mente a las filas de lo ordinario.
Tampoco digo que ignores todo, saltes de edificios y pises el acelerador de las experiencias extremas hasta estamparte contra la pared de la vida. No me parecería una acción inteligente y, puesto que no poseo más vidas que esta, soy de la idea de que hay que cuidarla. Yo creo que la clave de todo está en el equilibrio: el universo parece funcionar de esa manera.
Creo que es natural entrar y salir de una zona de confort de vez en cuando. Si sólo vives dentro, te perderás para siempre lo que podrías vivir afuera —y no debe haber peor castigo en el lecho de muerte que pensar en todo lo que no te permitiste vivir. Después de cierto lapso de estar en la zona cómoda, acabas acostumbrándote al calorcito de la cobija, das por hecho cosas, eventos y personas, y vas perdiendo el color de tu cara, porque tu vida se vuelve plana, tibia y predecible. Qué desperdicio ir por la vida muerto por dentro.
Por otro lado, intentar mantenerte fuera de esa zona conocida todo el tiempo puede resultar abrumador, porque después de cierto tiempo vives en alerta constante y no tardan en atraparte la ansiedad y el desgaste mental. Vivir incómodo no necesariamente es mejor que vivir cómodo.
Para ser franco, ninguna de las dos alternativas me parece recomendable, porque en una te quemas y en la otra te congelas. Quizá sea una mejor idea templar un poco el agua. Lo importante es no sólo detectar cuándo es el momento para pasar al otro lado, sino hacerlo. Hagas lo que hagas, tarde o temprano necesitas un respiro, un cambio, y es bueno de vez en cuando alternar sabores, variar el ritmo, enfocar la mirada en otra dirección.
El tema es el riesgo. A todos nos encanta la idea de la creatividad, pero en términos reales preferimos vivir dentro del sistema, porque nos sentimos más seguros cuando todo es cuadrado. Ahí, los límites son claros y el margen de error se reduce. Pero justo ahí está la clave: no hay error posible cuando uno explora. Si no lo crees, pregúntale a Cristóbal Colón.
Nueve de cada diez avances de la ciencia provienen de una aparente equivocación. Porque una cosa es equivocarte por necedad o falta de atención, y otra muy diferente es que, al explorar, llegues a un paisaje inesperado. Tales casos no resultan en fallas, sino en descubrimientos.
Pero el boleto para ir a esos lugares cuesta el equivalente a una decisión arriesgada, cuyo valor cambia de acuerdo a la vida que lleves, por lo que no todo el mundo se siente dispuesto a pagar tal precio. Mientras más alejadas de la zona conocida estén las decisiones que uno toma, más imprudentes y temerarias se sienten.
La zona de confort es sólo una actitud. Es como acostumbrarte a tomar la misma ruta de regreso a casa o como si hubiera un interruptor en la cabeza que casi siempre tenemos en modo “sin sorpresas, por favor”. Mientras más tiempo lo dejas así, más difícil se siente cambiarlo, porque estás saliendo de tu zona conocida. Vale la pena hacerlo, sin embargo. Al principio cuesta trabajo, porque no estás acostumbrado, pero al final será admirable: un mundo nuevo se habrá revelado ante tus ojos.
Por supuesto, todo depende de la zona de confort, porque hay algunas más cómodas que otras. Si en la tuya aún puedes fluir y trabajar en un ritmo constante, sigue ocupándola hasta que deje de funcionar. Pero si en la que hoy estás sólo te da por quejarte, estás en un caldo de mediocridad: es hora entonces de que des un paso fuera y sepas de qué estás hecho.
Estoy convencido de que rara vez se logra un trabajo extraordinario en una situación cómoda: para producir algo transformador, debes transformarte tú también. Debe costarte trabajo, de lo contrario sería demasiado fácil. El conflicto nutre la creatividad. Para lograr un resultado real, memorable y genuino, siempre hay un esfuerzo implícito, un sacrificio a cambio. Y ese sacrificio comienza con un cambio de percepción, un giro en la forma de pensar. Si hay congruencia con el pensamiento, la acción acorde será su natural consecuencia. Para empujar los límites y salir del espacio en el que normalmente uno se halla cómodo, se requiere una actitud mental que supere el vértigo del riesgo, una que esté impulsada por algo que amas; de lo contrario no podrás permitirte pagar el precio.
Cómo salir de la zona de confort
En principio, observa tu actitud, pon atención en ti y en tu contexto. Evaluar la zona donde estás parado es un paso necesario antes de moverte. Incuba tus pensamientos, cuéntate tu historia desde otro ángulo y aprende de ella. Anota los patrones que observas en ti e intenta concluir algo concreto. Recuerda las cosas que amas, sé honesto contigo, comprométete, vuélvete testigo de tu propio proceso y, luego, decide hacia dónde quieres llevarlo.
Después, rediseña tu entorno para que te ayude a ser coherente con tu decisión. Si decides hacer ciertos cambios, recuérdalos constantemente, establece fechas límite, escribe los pasos que vas a seguir y pégalos en tus paredes, así no habrá forma de que te los pierdas. No te preocupes por cómo lo lograrás finalmente; conforme te ocupes de tu proceso, la forma se irá revelando poco a poco.
Todo en la vida es percepción, tan relativa como el universo. Tu experiencia sensorial del mundo es una cápsula de realidad de la que no puedes salir para ver lo que realmente existe allá afuera. Aun así, tenemos un sensor interno, un fuego que nos permite sentirnos vivos. Es como una brújula: te guía, pero si dejas que se apague, en realidad te estás apagando a ti mismo.
La próxima vez que sientas miedo por hacer algo que amas y te veas tomando la decisión “segura” de preferir no hacerlo, piensa, como un hecho irrefutable, que te estás perdiendo de algo nuevo que jamás experimentarás porque es irrepetible. En algunos casos, la decisión insensata resultará en algo doloroso, pero en otros, el resultado será algo maravilloso o extraordinario.
Así, al menos cuando llegue el momento final en lugar de un deseo incumplido habrá una sonrisa orgullosa al fondo de tu mente, una que cierre la noche de una vida única, genuina, rebosante de experiencias, y la muerte no tendrá nada que llevarse. La próxima vez que sientas miedo por hacer algo que amas, haz lo contrario de lo que tu miedo te diga.