Criptografía musical: mensajes ocultos entre sonidos

Criptografía musical: mensajes ocultos entre sonidos
Mad hi-Hatter

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Inspiración

Cuando uno oye hablar de “mensajes ocultos en la música”, resulta difícil no remontarse a aquellos días cuando, merced a una fiebre ochentera que nos hizo creer que una andanada de artistas —que iban desde Mötley Crüe hasta Gloria Trevi y Juan Gabriel— había escondido invocaciones satánicas en sus canciones más populares, varios de nosotros pasábamos horas y días examinando nuestros gastados LP, casi siempre en sentido contrario al de la marcha de la tornamesa, con la esperanza de escuchar una escalofriante palabra o una frase sacrílega que confirmara las sospechas de que aquéllos que habían ganado fama y fortuna, lo habían hecho mediante un contrato con Satanás. O algo así.

Pero no es de ese tipo de mensajes ocultos a los que este humilde sombrerero se referirá en esta ocasión, sino a un audaz tipo de codificación de palabras, nombres y frases, hecho a través de la notación musical. A estos códigos y a su uso, los conocedores le llaman criptografía musical, y aunque es un arte poco conocido ha estado con nosotros por casi cinco siglos. Existen muchos sistemas y códigos, pero el principio básico de todos ellos es sencillo: cada letra del alfabeto tiene una equivalencia musical, ya sea una nota específica, una repetición de notas, un acorde o una secuencia melódica; al unir estos equivalentes, el oído no entrenado escuchará una pieza musical determinada, pero quien conozca el código —o posea la tabla de equivalencias— podrá desentrañarlo y entender el mensaje que el compositor quiso hacer llegar a través de una simple melodía.

El auge de la criptografía musical tuvo lugar en Europa entre los siglos XVII y XVIII, cuando criptógrafos como John Wilkins y Philip Thicknesse publicaron manuales para comunicarse con secrecía a través de la música: Mercury; or the Secret and Swift Messenger (1694) de Wilkins, y A Treatise on the Art of Deciphering, and the Writing in Cypher with an Harmonic Alphabet (1772) de Thicknesse. En estos volúmenes, los también matemáticos revelaban el método para camuflar mensajes escritos en sonidos musicales. La forma más sencilla de hacerlo consistía en asignar una letra del alfabeto a una nota de la escala musical [ver imagen]; con el tiempo, los criptógrafos idearon sistemas más complejos: por ejemplo, a finales del siglo XVI el músico italiano Giovanni Porta confeccionó un sistema basado en el tañido de las campanas de la iglesia, en el que una campana que sonaba una vez significaba A, dos veces era B y tres veces equivalía a C; luego, una segunda campana sonando una vez simbolizaba D, y así sucesivamente [ver imagen]. Según Porta, este sistema fue usado con éxito para comunicarse durante el sitio a una ciudad italiana.

La criptografía musical fue usada, también, por músicos de la talla de Johann Sebastian Bach, quien solía incluir su propio apellido en una sucesión de cuatro acordes —B, A, C y H, que corresponden a si mayor, la mayor, sol mayor y un si ‘natural’ en la nomenclatura alemana—, y Johannes Brahms, quien de joven se enamoró perdidamente de una mujer llamada Agathe von Siebold y por ello ocultó el nombre de ella en varias de sus composiciones —aunque lo escribía A, G, A, H, E, ya que la T no corresponde a ninguna nota musical.

Pero, a pesar de lo intrincado que puede parecer este sistema de comunicación cifrada, no existen registros de que la criptografía musical haya sido usada para transmitir mensajes políticos, de espionaje o como código de guerra. Su utilidad, aparentemente, no rebasó los ámbitos de la experimentación dentro de la composición, las bromas y los mensajes de índole personal. Pero si es de tu interés crear un mensaje musical que solamente tú y alguien más puedan descifrar, existe una utilidad en internet capaz de hacerlo y se llama Solfa Cipher,[1]  desarrollada por la Universidad de Michigan del Oeste —Western Michigan University. Haciendo uso de ella, podrás codificar cualquier frase escrita y después aprender a decodificarla… si tienes el tiempo, la paciencia y, desde luego, las ganas de jugar al “espía musical”.

Hasta el próximo Café sonoro

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[1] Disponible en http://www.wmich.edu/mus-theo/solfa-cipher/.

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