Hace casi veinte años ocurrió uno de los primeros fenómenos editoriales del siglo XXI. Hablamos, desde luego, de El código Da Vinci y de su autor, el escritor estadounidense Dan Brown. Su éxito fue tal que de las librerías pasó a la pantalla grande en una trilogía de películas dirigidas por Ron Howard, y ahora está a punto de brincar al streaming con una serie que narra los primeros años del protagonista de la saga, el académico de Harvard y experto en simbología Robert Langdon.
Dan Brown
La serie se llama The Lost Symbol —El símbolo perdido— y retoma la obsesión del autor por los hechos históricos que son ocultados por sociedades secretas. Pero, más allá de la polémica que hasta la fecha genera la saga —y de las críticas que recibe de los paladares más exigentes de la literatura—, en este texto me enfocaré en el impacto que Dan Brown, su obra y el respetable profesor Robert Langdon han tenido en el imaginario colectivo y la cultura pop.
Cortesía de Peacock TV.
El inicio de todo
Fue en el año 2003 cuando en los anaqueles apareció la novedad editorial de la temporada: una novela que, con supuestos datos duros, ponía en tela de juicio la divinidad de Jesucristo y afirmaba, no sólo que no fue casto, sino que contrajo matrimonio y tuvo hijos con María Magdalena, y que poderosos y oscuros grupos hacían hasta lo imposible por ocultar esta revelación. Como era de esperarse, en un país mayoritariamente católico como México, la polémica quedó servida.
En la trama, uno de los antagonistas es el Opus Dei, facción ultraconservadora con poder mundial dentro de la Iglesia Católica, mientras que del lado opuesto está el Priorato de Sión, una supuesta sociedad secreta que cuida a los herederos de Jesús. Es entonces cuando entra en escena el carismático profesor Langdon, con la ayuda de la criptógrafa francesa Sophie Neveu y del millonario Leigh Teabing.
En el libro El hombre detrás de El código Da Vinci: Biografía no autorizada de Dan Brown, Lisa Rogak traza un esbozo de la vida del autor: estudió en el internado Phillips Exeter Academy, donde descubrir claves secretas era parte de la dinámica escolar, lo que marcaría su obra; también dice que él afirma haber estudiado Historia del Arte pero que su verdadera pasión es la escritura. En 2000 creó a Robert Langdon, el personaje que lo volvería millonario y famoso en el mundo.
Langdon es un académico cuarentón atractivo que padece claustrofobia y tiene un amplísimo conocimiento de la historia del arte y los símbolos; apareció por primera vez en Ángeles y demonios, donde Brown plantea la disputa entre la ciencia y la religión. La obra obtuvo un éxito moderado… pero la fama le llegaría después.
Polémica religiosa
No es difícil explicar el éxito de El código Da Vinci. Su lectura es ágil, compuesta en capítulos y párrafos breves con abundantes diálogos que por momentos parecen un guion cinematográfico, y con personajes muy identificables basados en clichés: el académico culto y “buena onda”, la chica hermosa e inteligente, el policía sagaz, el sarcástico millonario británico acompañado de su mayordomo, el obispo obtuso y, desde luego, el villano entre las sombras.
Cuando se publicó El código Da Vinci hubo de todo: críticos que señalaron su poca calidad literaria, clérigos que la consideraron una blasfemia y le dedicaron sermones e incendiarios artículos, documentales sobre la supuesta verdad en torno a Jesús y María Magdalena… y millones de lectores fascinados con la historia.
Pero, por encima de todo, están las claves secretas: el que los personajes vayan descubriendo paso a paso los secretos de Leonardo crea cierta complicidad con el lector, y el morbo por su cuestionamiento sobre las bases del cristianismo hizo que se vendieran unos 15 millones de ejemplares y se tradujera a 40 idiomas.
Así, fue cuestión de tiempo para que la obra se llevara al cine y para que el director Ron Howard eligiera a Tom Hanks para encarnar a Langdon en la cinta de 2003. Con el paso de los años, Hanks protagonizaría también Ángeles y demonios (2009) e Infierno (2016). Tomando en cuenta las ganancias que ha generado el personaje, estoy seguro de que habrá Langdon para rato…
Los cuestionamientos
A pesar de lo anterior, Dan Brown ha estado envuelto en polémicas similares a las de su personaje. Para empezar, está su cuestionable calidad literaria: en esencia, usa el mismo esquema en todas sus novelas, con Langdon y una chica guapa, un policía de ética inquebrantable que es engañado, un villano oculto y su sirviente musculoso, un científico o investigador, y un escritor, arquitecto o pintor clásico como trasfondo. Ya que leíste una, leíste todas.
Además, en la vida real no existe la cátedra de simbología religiosa en Harvard y, por otro lado, aunque Brown asegura haber estudiado historia del arte en la Universidad de Sevilla, en un artículo publicado en el diario ABC en agosto de 2005 se reveló que no existe registro alguno de que Brown haya estudiado en dicha institución. A lo sumo, tomó un diplomado o un curso de verano.
Pero quien es realmente lapidario es el escritor y periodista argentino Rodrigo Fresán, quien en su artículo “La sonrisa de Dan Brown” arremete contra él: “Vamos a decirlo claramente: El Código Da Vinci está tan pero tan mal escrita que produce escalofríos. Sus personajes tienen el espesor de la madera balsa, sus diálogos son de una artificiocidad pocas veces leída y oída”. Por si fuera poco, afirma que prácticamente copió partes de los libros The Messianic Legacy y The Holy Blood and the Holy Grial de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln.
Resulta curioso que Dan Brown imparta una Master Class que puede verse en YouTube, donde enseña cómo escribir novelas de suspenso y aconseja que ese género consiste en dar promesas a su lector del tipo “No te voy a decir, pero lo haré si sigues leyendo”, y afirma: “escribe como si nadie te estuviera mirando”.
Para bien o para mal, con millones de lectores y con el desprecio de los círculos intelectuales, con verdades a medias o mentiras completas, el escritor nacido en New Hampshire en 1964 parece no haber seguido su propio consejo, pues ya es un ícono popular y, como decía aquella canción ochentera, “todos lo miran”.