De experiencias fuera del cuerpo, viajes astrales y escepticismos

De experiencias fuera del cuerpo, viajes astrales y escepticismos
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Sí, sí: a mí también me ha pasado. Estar en medio de un sueño profundo y nebuloso, y de repente verme justo en la habitación donde estoy durmiendo. Entre las extrañas penumbras que envuelven muchos de mis sueños, y llevado por un impulso que no alcanzo a comprender, salgo de la habitación y voy a la sala; sin saber cómo, salgo del departamento, bajo las escaleras del edificio y estoy en la calle, oscura y solitaria. Nadie a la vista. Al regresar, veo mi cuerpo durmiendo y, sobresaltado por la visión, despierto.

Sí, sí: eso que me sucede a mí, y que al parecer le ha sucedido a millones de seres humanos a lo largo de la historia, tiene varios nombres, dependiendo de a quiénes le preguntes. Algunos le llamarán “experiencia extracorpórea” o “experiencia fuera del cuerpo” —del inglés out-of-body experience (OBE), un término acuñado por el parapsicólogo británico G. N. M. Tyrell en 1943.

Otros, influidos por la escuela de los teosofistas —una doctrina esotérica creada por la ocultista rusa Helena Blavatsky—, dirán que ese tipo de viajes más allá de las fronteras de la piel son viajes o proyecciones astrales, en los que el “cuerpo astral”, que sería algo así como una réplica exacta del cuerpo físico pero de una naturaleza mucho más sutil, se desprende de nuestra sustancia concreta y puede desplazarse ignorando todas las leyes de la física tradicional.

A propósito de las OBE, según recuentos de quienes las experimentan, éstas a menudo se presentan durante una experiencia cercana a la muerte —del inglés near death experience (NDE)— o, incluso, cuando una persona es declarada clínicamente muerta y es resucitada poco tiempo después.

Todos hemos oído una historia de alguien que, estando en una mesa de operaciones, murió unos instantes y vio la luz al final de un túnel, se reencontró con sus parientes muertos y, por alguna razón —el llanto de un hijo o el aviso de que “aún no ha llegado su hora”—, regresa al plano terrenal.

'Y vio la luz al final del tunel'...

Esos viajeros al “otro barrio” dan cuenta de lo que vieron, y con frecuencia describen la sensación de estar flotando junto al cuerpo físico y pueden detallar las acciones de los médicos, el aspecto del quirófano y otros datos que, estando inconsciente, la persona no podría haber visto con sus ojos.

Cuando se trata de dar validez científica a estos recuentos, sin duda una de las fuentes más socorridas —tramposamente: ahora verás por qué— es el estudio que, en 1968, publicó la filósofa británica Celia Green bajo el título de Out-of-the-Body Experiences. En él, Green da fe de cuatrocientos relatos de primera mano de personas que sufrieron —o afirmaron haber sufrido— una experiencia extracorpórea, a veces a consecuencia de un contacto cercano con la muerte.

Cuatrocientos casos: una cifra impactante por la que muchos darían por verdaderas dichas experiencias. Pero lo que no se dice muy seguido es que Green era una férrea defensora del escepticismo y que, al término de su estudio, concluyó que estas visiones se debían a que el campo de percepción del sujeto había sido reemplazado por uno alucinatorio.

En otras palabras, lo que Green dijo es que las OBE no son sino meras alucinaciones; y con el mismo plumazo despachó también a los sueños lúcidos y a las “apariciones” que muchos juramos haber visto alguna vez en la vida.

¿Alucinación o proyección del espíritu?

Dejando a un lado a Green y llevando esta interrogante un poco más lejos, podemos decir que la respuesta dependerá del sistema de creencias de cada individuo, y casi podría decir que sólo hay dos posibles vertientes: que se crea que no somos sino materia y que esta materia creó la consciencia, o bien, que somos seres de energía y que ésta fue la que se manifestó en materia, en la forma de este cuerpo hecho de carne y huesos; y esta energía, desde luego, no se crea ni se destruye, sólo se transforma y trasciende a la muerte física.

Así, si uno es “materialista” y cree que no somos sino el producto de una casualidad bioquímica en un planeta perdido que gira en torno a una estrella mediocre en las orillas de una galaxia mediana, Green tiene razón y las experiencias de corte esotérico no son sino alteraciones en algún lugar del cerebro encargado de la percepción, que después nos encargamos de racionalizar para dar una respuesta basada más en la fe que en la ciencia.

También podemos, decididamente, tomar el camino del esoterismo y dar por ciertas estas experiencias —y quizá después también haríamos lo mismo con los fantasmas, las sanaciones, el poder de los cuarzos y las constelaciones familiares. Pero existe un tercer camino: el de la postura agnóstica, que llega lo más lejos que puede mediante el razonamiento y las explicaciones científicas, y admite que existe un campo de fenómenos más allá de estas explicaciones.

Por otro lado, no podemos olvidar que, a diferencia de las religiones —que, en palabras de Bertrand Russell, pretenden encarnar una verdad eterna y absoluta—, la ciencia es siempre provisional, esperando que tarde o temprano haya necesidad de modificar sus teorías presentes, consciente de que su método es lógicamente incapaz de llegar a un demostración completa y final.[1] Y si eso aplica para las demostraciones, también debe aplicar para las negaciones.

Entonces, si entendemos que las ciencias no son sino el estudio de la naturaleza que percibimos a través de los sentidos de nuestro cuerpo y de los instrumentos que hemos inventado para servir como extensiones de los mismos,[2] la verdad es que sólo percibimos una minúscula porción de todas las manifestaciones de energía y las reacciones físicas y químicas que suceden en nuestro entorno.

Entonces, ¿debemos confiar ciegamente en lo limitado de nuestro sentidos, que no son sino el producto de la evolución biológica en un ambiente específico como el de nuestro planeta, y de nuestro razonamiento, tan lleno de sesgos y creencias previas? Sería como creer que un radio de transistores que sólo capta tres estaciones de AM nos puede dar respuestas definitivas sobre el universo.

Por eso, hablando de respuestas definitivas, es imposible formular una para resolver el enigma de las experiencias extracorpóreas o cercanas a la muerte. Pero eso no importa, porque lo interesante es el análisis y la discusión de las posibles respuestas a ella.

Porque, por ejemplo, ¿qué tal que sí existe una esencia energética que persiste tras la disolución del cuerpo y ésta es capaz de abandonar la cáscara orgánica que la aloja temporalmente? ¿O si el tiempo lineal y unidireccional es sólo una ilusión y podemos, sin darnos cuenta, dar saltos al pasado, al futuro o a realidades “alternativas”, lo que sea que esto implique?

Estas preguntas, y las aterradoras y abismales respuestas que uno puede aventurar, son la razón por la que cuando sueño que me desprendo y me veo dormir, elijo despertar súbitamente y enderezarme en la cama, con la esperanza de que el sueño se desvanezca. Y es que quizás haya verdades que aún no estamos listos para comprender… o aceptar.

Cierre artículo

[1] Frase tomada de: Bertrand Russell, Religión y ciencia, Fondo de Cultura Económica, 1951.

[2] Porque no negarás que tanto el microscopio electrónico más poderoso como el telescopio astronómico más sofisticado no son sino extensiones de nuestros ojos.

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