Desabasto, ecología y autos eléctricos

Desabasto, ecología y autos eléctricos
Francisco Masse

Francisco Masse

Inventos

Durante las semanas pasadas, hubo dos palabras que inundaron tanto los medios televisivos, impresos, radiofónicos y digitales, como las conversaciones cotidianas de una gran parte de los mexicanos. Éstas fueron huachicolero y desabasto.

De la primera prefiero no ocuparme, pues no es la línea editorial de este espacio el abordar temas de política y seguridad nacional. Y sobre la segunda, aunque se trata de una temática que afecta principalmente a la movilidad y a la economía, mi interés es abordar un aspecto que llamó mi atención y por el que más de un analista, periodista, comunicólogo u “opinólogo” resultó tundido por la turba iracunda de automovilistas afectados por el desabasto de gasolinas, y es la dependencia cada día mayor que los ciudadanos han desarrollado por sus automóviles.

En esta parte del siglo XXI, muy pocos —o eso quiero pensar— pueden ignorar los efectos del calentamiento global: año tras año, los científicos nos advierten que estamos cada vez más cerca del punto de no retorno, los glaciares de la Antártida y Groenlandia se derriten aceleradamente, y los cambios climáticos son cada día más perceptibles.

Y detrás de todo ello, entre otros factores, está la enorme cantidad de vehículos impulsados por motores de combustión interna, los cuales envenenan el aire que respiramos —causando graves y paulatinos daños en la salud de la población urbana— y exhalan gases de efecto invernadero, principalmente el dióxido de carbono o CO2, cuya acumulación está aumentando la temperatura global, con efectos devastadores.

Pero quizá a oídos de mucha gente estos argumentos suenan a más a rumor alarmista que a verdad científica. Pero hay más: es un hecho irrefutable que las reservas mundiales de petróleo se agotarán algún día, e incluso empresas tan voraces y nocivas como la British Petroleum han reconocido que no nos quedan más que unas cuantas décadas antes de que el llamado “oro negro” y sus derivados empiecen a escasear.

Así las cosas, una manera de tomar los hechos recientes —y con ello me refiero a la incertidumbre, a las largas filas en las gasolineras, a las amargas quejas y, repito, a la dependencia a nuestros vehículos automotores— es como una “probadita” de lo que puede empezar a suceder en las décadas que vienen.

Alternativas hay muchas: desde el uso del transporte público —el cual debe ser mejorado y ampliado—, la organización ciudadana y, también, el uso de vehículos híbridos o eléctricos, los cuales están pasando de ser una mera curiosidad tecnológica o una “segunda división” de los vehículos automotores a una alternativa cada día más viable.

No es coincidencia que, en los dos últimos años, gigantes de la industria motorizada como BMW, Mercedes Benz, Tesla o Harley Davidson estén incluyendo en su gama de vehículos opciones híbridas o eléctricas, las cuales no sufrirían —o sufrirían menos— los embates de los futuros desabastos de combustible, por las causas que fueren.

Estos vehículos impulsados por motores eléctricos, sin duda, generarían una mucho menor emisión de contaminantes y quizá incluso reducirían los niveles de ruido en las grandes ciudades. En un futuro, la implementación de tecnologías limpias seguramente hará que nuestros flamantes automóviles de hoy luzcan tan anacrónicos y contaminantes como hoy nos parecen las locomotoras alimentadas con carbón.

Así, más allá de la incomodidad, la neurosis y la queja inútil, las semanas anteriores pueden constituirse como un interesante ejercicio de qué vamos a hacer cuando no haya gasolina en el planeta. ¿Deberemos, cuando eso suceda, tirar por la borda todas nuestras actividades, nuestras economías y nuestras vidas? No lo creo.

La supervivencia de una especie, dice la ciencia, se basa en la adaptación, de modo que a mediados del siglo XXI la humanidad habrá de pasar una prueba más de adaptación a un medio ambiente cada día más caluroso y, quizá, con una galopante escasez de combustibles fósiles.

Si fuimos capaces de ir a la Luna, de desarrollar bombas atómicas y descubrir la estructura del átomo, algo habremos de inventar, ¿no lo crees?

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