Diego Rivera cubista

Diego Rivera cubista
Zaira Torroella Posadas

Zaira Torroella Posadas

Creatividad

“Yo estaba muy ansioso por conocer al célebre pintor español, pero me daba pena abordarlo directamente. Para mi fortuna, él me mandó un mensaje por medio de un amigo en común, el artista chileno Manuel Ortiz de Zárate, quien un día llegó a mi estudio muy temprano por la mañana y me dijo que Picasso lo había mandado para decirme que si yo no iba a verlo, él vendría a verme a mí” [1] .

En 1912, Diego Rivera estableció su estudio en París. En ese entonces, nada en el mundo del arte parecía más emocionante que el cubismo [2] . Así que cuando Pablo Picasso —el principal representante del movimiento— le envió un amistoso mensaje al artista mexicano, éste no pudo ocultar su alegría. Dejó lo que se encontraba haciendo y de inmediato, junto con Zárate, partió al estudio del español. También lo acompañaron sus amigas japonesas Fujita y Kawashima, quienes estaban posando para un lienzo cuando el pintor recibió la noticia —en dicho cuadro, las mujeres aparecen fusionadas con un fondo de verdes, rojos, amarillos y negros; sus rostros, conformados por rectángulos y otras formas geométricas, delatan la influencia de Piet Mondrian, quien era amigo y vecino de Rivera.

Diego apareció en el estudio de Picasso flanqueado por las modelos ataviadas con kimonos. La escena, más que cubista, fue surrealista:

“Aunque yo estaba sumamente nervioso y me sentía como si fuera un cristiano a punto de conocer a Jesucristo en persona, la entrevista fue fenomenal. Su estudio estaba lleno de sus asombrosos lienzos cargados de una extraordinaria vitalidad. Picasso proyectaba seguridad, una energía indescriptible emanaba de sus grandes y redondos ojos negros. Su cabello corto enfatizaba su fuerte constitución física. Una atmósfera luminosa parecía rodearlo y sacralizarlo. Estuvimos horas sumergidos en las páginas de sus más preciados cuadernos de bocetos, que no cualquiera tenía el privilegio de mirar, pero mi interés por su trabajo lo deleitaba”.

Cuando Zárate y las japonesas se despidieron, Rivera hizo un ademán de quererse despedir también, pero Picasso no se lo permitió y lo invitó a quedarse a almorzar. “Después me pidió que lo llevara a conocer mi estudio y que le mostrara todo lo que había pintado de principio a fin. Necesitaba que alguien me pellizcara porque estaba viviendo un sueño en la realidad. Se quedó a cenar y seguimos platicando hasta altas horas de la noche. Nuestro tema central fue el cubismo, sus objetivos, sus técnicas, sus logros y su puesto como la vanguardia artística del momento”.

La mutua admiración entre Picasso y Rivera resultó en una amistad. El artista español frecuentaba el estudio del mexicano, y muchas veces lo hacía junto con sus amigos, celebridades como Guillaume Apollinaire, Max Jacob, Georges Seurat o Juan Gris. En compañía de las figuras más luminosas del medio artístico y bajo el ala de Picasso, Rivera se convirtió en la sensación de Montparnasse.

De 1913 a 1918, Diego Rivera emprendió su fase cubista: “Trabajé duro en mis pinturas cubistas porque todo acerca del movimiento me fascinaba e intrigaba”.En 1914, presentó su obra en el Salón de Otoño y en la Sociedad de Artistas Independientes; además, tuvo una exposición individual en la Galería Berthe Weill de París y exhibió sus pinturas en la Modern Gallery de Nueva York. La crítica lo consideró uno de los exponentes más interesantes del movimiento.

Rivera logró una franca originalidad dentro del cubismo, en especial con su obra culmen: El guerrillero o Paisaje zapatista (1915). En ella, retoma algunos elementos de la iconografía revolucionaria y los expresa con lenguaje cubista, dando lugar a una pieza única que se contrapone al eurocentrismo propio de las vanguardias artísticas. Pintado en plena Revolución mexicana, el cuadro presenta una serie de objetos que remiten al guerrillero revolucionario y a la lucha armada: un sombrero, un sarape, un cinturón y unos guajes recargados en una caja de municiones. Cabe mencionar que la urgencia de Rivera por pintar al Guerrillero era tal que, ante la falta de dinero para comprar un lienzo, decidió cubrir con una capa de pintura morada a La mujer del pozo —una pieza cubo-futurista que realizó en 1913— y así tener una tela disponible para crear su fantasía cubista.

Diego Rivera: 'El guerrillero', 1915

El guerrillero, 1915.

Diego Rivera: 'Terrase du café', 1915

Terrase du café, 1915.

Otros cuadros de este periodo que contienen motivos mexicanos, aunque mucho más discretos, son Terrase du café (1915), donde una botella de absenta, una cuchara metálica y una tela camuflada —que hace referencia a la Primera Guerra Mundial— conviven con una cajetilla de cigarros adornada con un paisaje rural y las palabras ‟Benito Jua”; y el retrato de Martín Luis Guzmán, también pintado en 1915, que muestra al literato mexicano envuelto en geométricos sarapes.

El cubismo mexicanista en la obra de Diego Rivera tiene una gran significación, pues permite entrever su sensibilidad ante la realidad política que ocurría en México mientras él estaba en Europa. “De inmediato me rendí a la gloria del cubismo y lo aclamé como la vía más auténtica para llegar a mis sentimientos más profundos”.

En cuanto a la amistad entre Picasso y Rivera, se habla de que hubo un distanciamiento. Algunos dicen que Picasso solía apropiarse de todo lo que hacían sus compañeros artistas, de modo que cuando vio que Rivera había encontrado una interesante forma de pintar el follaje de los árboles, no dudó en copiarle el recurso, acción que el mexicano no pudo perdonar. Sin embargo, en su autobiografía, Rivera se expresa así del español: ‟No creo que ningún pintor posterior a Picasso no haya sido influido por éste de algún modo. Siempre me he sentido orgulloso no sólo de que Picasso haya sido mi profesor, sino de que sea mi amigo muy querido y sincero”.

Al admirar los murales que Diego Rivera realizó en la Secretaría de Educación Pública, no sólo queda manifiesta su amistad con Picasso, sino su tránsito por el futurismo y el cubismo, así como su admiración por Paul Cézanne. No cabe duda de que otro habría sido el estilo de Rivera sin esos años transcurridos en la capital del arte…

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[1] Fragmentos tomados del libro Mi arte, mi vida,  autobiografía de Rivera escrita en colaboración con Gladys March, Dover Publications, Inc. New York, 1991.

[2] El cubismo fue un movimiento artístico revolucionario que cuestionó todo lo que se había hecho previamente en el arte. Sus exponentes no buscaban representar la vida real tal cual la vemos, sino exponer todas las perspectivas posibles de una escena de forma simultánea, uniendo ciencia y arte para así transformar la manera de representar un espacio autónomo en donde los objetos se desdoblaran en diferentes planos de realidad, traduciéndose en formas geométricas básicas e integrando al espectador a la obra y al mundo que lo rodea en una nueva forma de composición deconstructiva.

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