En este inicio del bisiesto año 2024, en casi cualquier ciudad es posible ver a miles de personas que parecen estar permanentemente encorvadas, con la cabeza gacha y los miopes ojos fijos en una pantalla. Algunas aprovechan sus trayectos diarios para mirar videos o tomarse unas selfies, mientras que otros son adictos a las noticias y, debido a su eterno doom scrolling, viven aterrorizados pero al pendiente de sismos, guerras, muertes, impuestos, teorías conspirativas, errores del gobierno y amenazas climáticas.
¿Qué es el doom scrolling? El diccionario de la Universidad de Cambridge define este neologismo como “la actividad de pasar mucho tiempo mirando el teléfono o la computadora y leyendo malas noticias o historias negativas”, como las que abundan en los noticieros actuales y que, a través de la repetición, el señalamiento tendencioso o un ángulo provocativo, están diseñadas para enganchar al espectador a través del miedo o de la ira.
En mi experiencia personal, luego de casi una década de no consumir noticias en medios nacionales por decisión propia, las veredas de la vida me llevaron a ejercer el periodismo durante algún tiempo, lo cual —amén de trastocar mis horarios de sueño y mi paz mental— me permitió entender que la industria noticiosa es un negocio en el que la información —que no la verdad— es la carnada y nuestra preciada atención es la mercancía. Y poca gente resiste la tentación de ejercer “su derecho a estar informado”, aunque lo que lee no le sirva de nada e, incluso, le perjudique.
Un artículo publicado en el blog del Cadwell Memorial Hospital, ubicado en Carolina del Norte, señala que el consumo compulsivo de noticias malas afecta negativamente nuestra salud mental: según sus hallazgos, el doom scrolling refuerza los pensamientos y sentimientos negativos, agrava trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, y aumenta el pánico y la preocupación; esto deriva en irritabilidad, fatiga mental, falta de productividad y de concentración, sin mencionar que perjudica la sensación general de bienestar de una persona.
Además, diversos estudios han demostrado que a medida que pasamos más tiempo leyendo sobre terremotos en Asia Pacífico, el número de muertos en Ucrania, los cometas que podrían estrellarse contra la Tierra, el impacto del calentamiento global o la posibilidad de que surja un virus más letal que el que hizo estragos en 2020, es más probable que suframos trastornos del sueño, síntomas físicos vinculados al estrés e, incluso, baja autoestima.
La solución a todo esto es, al menos en teoría, muy sencilla: pasar menos tiempo leyendo noticias funestas. Pero, como digo en el título, quien está enganchado sufre una especie de adicción en la que la simple idea de “estar perdiéndose de algo que sí podría ser importante” es una fuente de angustia. Por ello, los especialistas recomiendan, primero, monitorear el tiempo que pasas en el doom scrolling, para luego reducirlo gradualmente.
Enseguida, ya que hayas tomado cierto control y te des cuenta de cómo te afecta el video del perro quemado vivo que Azucena Uresti repite hasta la náusea en su noticiero —por poner un ejemplo, todo nuestro respeto a la periodista—, podrás ir eligiendo qué cuentas o canales eliminar por la negatividad de sus contenidos. También, un timer o ciertas apps podrán ayudarte a cronometrar y limitar el tiempo que pasas en este eterno scroll down en tus dispositivos.
El último consejo parecería el más simple, pero es todo un reto en estos mediados de la década del 2020: dejar las pantallas de lado y poner nuestra atención en actividades análogas como caminar, pasear con nuestra mascota —sin llevar el celular, desde luego—, leer, escuchar discos o la radio —nada de playlists, por favor— y, simplemente, vivir el presente y la vida que tienes frente a ti, en lugar de preocuparte por lo que podría pasar o por lo que no puedes evitar.