Why do I drink?
So that I can write poetry.[1]
Jim Morrison, Wilderness
Un estereotipo presente en la cultura popular y en el inconsciente colectivo es el del artista atormentado. Y aunque desde el Renacimiento tardío ha habido artistas pendencieros como Caravaggio, a finales del siglo XIX surgió la figura del “poeta maldito” que vive al margen de la sociedad y abusa del licor y los enervantes; después, en las décadas de 1950 y 1960, los escritores Beat y la cultura psicodélica popularizaron la idea de que el alcohol y las drogas favorecen la creatividad y pueden usarse para detonar ideas originales. Pero, ¿qué tan cierto es esto?
Si crees en esta noción, te tenemos malas noticias: diversos estudios médicos han probado que el consumo de bebidas alcohólicas o de drogas como la marihuana, el LSD o la psilocibina[2] no potencian el pensamiento divergente, que es nuestra natural capacidad de relacionar procesos e ideas de forma creativa, para hallar soluciones alternativas a un problema. Entonces, ¿de dónde surgió este mito?
Primero, los hechos: un artículo del diario británico The Guardian deja claro que, según una investigación realizada en la Universidad de Essex, Inglaterra, y en la Universidad Humboldt de Berlín, Alemania, las drogas y el alcohol “nada tienen que ver con la creatividad, la gente no se beneficia de ellos y simplemente no tienen un efecto en lo absoluto” en términos creativos.
Uno de los argumentos que exponen los expertos es que, cuando se encuentra bajo los efectos del cannabis, la psilocibina o el ácido lisérgico, la gente podrá sentirse más relajada, confiada, imaginativa y con ideas creativas, pero en términos objetivos su rendimiento creativo es inferior: pierden el enfoque mental, la capacidad de aplicar nuevas percepciones para crear algo original se ve mermada y, al volver a la sobriedad, las “ideas geniales” pierden sentido.
“El rol de las drogas en la creación de arte a menudo se ha romantizado, cuando su uso indebido a menudo refleja problemas de salud mental”, dice en el citado artículo la cantante Lights, quien alterna periodos en los que consume microdosis de psicotrópicos con periodos de abstinencia en los que medita y lleva a cabo otras actividades positivas. “Creo que la mayoría de las personas descubre que son más eficientes creativamente cuando pueden mantener la concentración y disfrutarlo”, concluye la artista canadiense.
Según los médicos y psicólogos que llevaron a cabo el estudio, practicar la meditación, viajar, contactar con la naturaleza, leer, ir a museos, escuchar música y sostener conversaciones interesantes es mucho mejor alimento para la creatividad que tres vasos de absenta, un cigarrillo de marihuana o una dosis de LSD. ¿Cuál era el secreto, entonces, de autores como Hunter S. Thompson, que en el día consumía cocaína, whisky y mariguana, para rematar con un ácido lisérgico que le daba combustible para escribir toda la noche?
Hunter S. Thompson
Una clave la dieron en su tiempo The Beatles, quienes fueron iniciados en el cannabis por Bob Dylan y lo fumaron abundantemente durante la grabación de Rubber Soul (1965); un año después, sus experimentaciones con LSD se reflejaron en Revolver —su álbum más creativo, a decir de muchos— y sentaron las bases de la psicodelia con su legendario álbum del Sgt. Pepper. Pero mientras otras bandas de la época como The Doors intentaban hacer música bajo la influencia, los Beatles querían capturar la sensación de tomar LSD.
Ringo Starr recordó años más tarde: “Muy pronto descubrimos que, si tocas música drogado, ebrio o alucinando, el resultado es espantoso; así, lo que hicimos fue tener las experiencias y, luego, incorporarlas a la música”. Suena tentador, pero algo que casi nunca se menciona en estas historias donde la adicción es casi un acto heroico, es la cantidad de personas que nunca se hicieron más creativas, que se durmieron antes de crear algo o que terminaron con daños cerebrales por el abuso de sustancias. Cada quien; pero, ¿qué necesidad?
[1] “¿Por qué bebo alcohol? Para poder escribir poesía.” [Trad. del autor]
[2] Sustancia psicoactiva que genera alucinaciones, presente en los “hongos mágicos” del género Psilocybe.