No es noticia que todas las artes están interconectadas y que la multidisciplinareidad hoy en día es habitual en el ámbito artístico. Lo que resulta en verdad fascinante es cómo las artes se nutren una de otra, creando en ocasiones obras asombrosas. Un ejemplo de ello es la unión de la literatura y la arquitectura.
A lo largo de la historia han existido numerosos ejemplos de lo bien que convergen estas artes: en ocasiones los edificios inspiran libros y, en otras, las letras dan pie a construcciones. Te invito a realizar un breve recorrido —en el que, lo advierto, no están todos los que son ni son todos los que están— por los caminos de la estética creada con palabras y, también, con ladrillos.
Edificios inspiradores
Mario Vargas Llosa dijo, en Cartas a un joven novelista, que el escritor es como un catoblepas, refiriéndose al animal mitológico que se devora a sí mismo. Es decir, no es el autor quien elige los temas, sino los temas los que eligen al creador.
Las obras arquitectónicas que han inspirado literatura son un gran ejemplo de ello, y no sólo nos referimos a novelas como Amar a Frank de Nancy Horan, que es una biografía del arquitecto Frank Lloyd Wright, o a las vívidas descripciones de lúgubres fortificaciones que encontramos en El castillo de Otranto de Horace Walpole o en la notable Drácula de Bram Stoker.
Uno de los primeros ejemplos que vienen a la mente es casi un lugar común: la maravillosa catedral de Notre Dame de París, cuya primera piedra se colocó el 24 de marzo de 1163. Esta belleza gótica que es Patrimonio de la Humanidad fue la inspiración para Nuestra Señora de París, la novela de Victor Hugo en la que el pobre jorobado Cuasimodo se columpia por todo el edificio.
Los lujos y las estrafalarias mansiones que describe el gran F. Scott Fitzgerald en su obra magna, El gran Gatsby, han quedado en el inconsciente colectivo para siempre. Lo que quizá muchos desconozcan es que existe un edificio en el número 135 de la calle West Gate Drive —Huntington, New York— que sirvió de inspiración para dicha novela: se trata del castillo Oheka, construido de 1914 a 1919 y que actualmente funciona como hotel de lujo.
Pero no todo es belleza ni implica lo hermoso y lo sublime: las dictaduras represoras y la oscuridad también entran en juego, pues la estética es todo aquello que infunde emociones intensas. Por ejemplo, en 1984 de George Orwell se mencionan las macabras oficinas del Ministerio de la Verdad, que parecen de ficción pero en realidad están inspiradas en las instalaciones de la BBC, ubicadas en el número 55 de Portland Place. En constraste, las deprimentes instalaciones del Colegio Militar Leoncio Prado, en Perú, no se parecen en nada a lo que imaginó Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros.
El Hotel Stanley, obra del arquitecto Freelan Oscar Stanley, situada en el número 333 de Wonderview Avenue, en Estes Park, Colorado, parece un lugar paradisíaco e idóneo para descansar; pero en la imaginación de Stephen King fue el germen para crear uno de los edificios más aterradores de la literatura de terror moderna: el Hotel Overlook,[1] donde se desarrolla la trama de El resplandor.
Antes de pasar a cómo los libros inspiran a la arquitectura, demos un recorrido por la calle de Donceles, en la Ciudad de México, admiremos la imponente arquitectura que data de tiempos del Virreinato y detengámonos en el número 815. Para saber la importancia de este inmueble, te invito a leer Aura de Carlos Fuentes.
Letras de concreto
Por su parte, la literatura también inspira la creación de obras arquitectónicas; los ejemplos sobran, así que sólo mencionaremos algunos. Empecemos en España, donde el académico e intelectual Francisco de Blas conoció en 1999 al destacado arquitecto Alberto Campo Baeza y, a partir de un libro de poemas de Luis Cernuda, crearon un edificio que se llamaría la Casa Blas, una convergencia entre dos artistas que refleja la obra del autor de “Donde habite el olvido”.
Fotografía de Hisao Suzuki.
El adjetivo kafkiano se usa para describir situaciones angustiosas y absurdas, pero en el ejemplo que nos ocupa sirve también para designar un edificio magistral llamado Castillo Kafka, obra del arquitecto español Ricardo Bonfill, quien se inspiró en el escritor checo autor de La metamorfosis para diseñar un edificio de apartamentos en Barcelona. Aunque se trata de un lujoso complejo con piscina y sauna, por sus tonos oscuros y sus caprichosas formas cúbicas podría ser un lugar donde Gregorio Samsa, convertido en un horrible insecto, se sentiría a gusto.
Cortesía Arch Daily.
Alicia en el País de las Maravillas es una obra en verdad alucinante y hay quienes han sabido llevarla al mundo real: no nos referimos únicamente a Walt Disney o a Tim Burton, sino también al Studio Klink de Ámsterdam, creadores de la Villa Peet, una casa habitación minimalista ubicada en Lelystad, en los Países Bajos, inspirada la locura y en los agujeros de conejo imaginados por Lewis Carroll.
Cortesía Arch Daily.
Ahora, si hay una saga literaria que ha inspirado a casi todas las artes, esta es la saga de El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien: no sólo hay cómics y películas, ¡también hay hoteles! Y es que la industria hotelera ha sabido aprovechar la fama ganada por las películas de Peter Jackson para crear lugares donde el huésped puede sentirse dentro de de El Hobbit y disfrutar de la comodidad de La Comarca —uno de ellos está en Xilitla, S.L.P., y se llama Hotel Tapasoli.
También la peculiar casa de Frodo y Bilbo ha sido fuente de inspiración para varios arquitectos: basta con realizar una búsqueda en Google con la frase “hobbit houses” y los resultados lloverán, mostrando construcciones en Gales, Israel, Suiza, Canadá, Tailandia y Estados Unidos.
Otros magníficos ejemplos de obras arquitectónicas que surgieron gracias a la literatura son el Hotel Tres Sants, que se basa en Las ciudades invisibles de Italo Calvino, y en un tono mucho más lúgubre literariamente —pero más acogedor en cuanto a arquitectura—, está el hotel Radisson Sonya de San Petersburgo, que halló su inspiración en el clásico Crimen y castigo de Dostoievski.
Cortesía Radisson
Pareciera que cuando la arquitectura y la literatura se mezclan, la imaginación se hace concreta… y de concreto. Bien dijo el profesor John Ronald Reuel Tolkien: “La fantasía es una forma superior del arte; de hecho, la forma más pura, y así, cuando se logra, la más potente”.
[1] Cabe aclarar que la cinta homónima, dirigida por Stanley Kubrick, fue filmada en el Hotel Ahwahnee, en el estado de California, y en el Timberline Lodge, de Oregon. [N. del E.].