Todos, en algún momento, hemos escuchado hablar de la autoestima. Algunos la asociamos con la seguridad en ti mismo, otros con lo que sienten y piensan sobre sí mismos, y otros más con la capacidad de establecer relaciones saludables. Y todos tendrían razón.
Nathaniel Branden, psicoterapeuta y autor de varios libros, afirma que la autoestima es una necesidad humana básica que influye en nuestra conducta y requiere de un ejercicio constante de nuestras facultades, nuestra razón y nuestra responsabilidad. El amor propio, por su parte, es un concepto que se vincula con la autoestima porque depende de lo que uno piensa sobre sí mismo —es decir, el autoconcepto— y se refleja en lo que uno se dice y, también, en lo que se exige. Un ejemplo de ello es cuando te impones mentas inalcanzables y después te reprochas por no haberlas cumplido.
El amor propio incide en la formación de nuestra personalidad y en la competencia social, pues el autoconcepto influye en cómo nos sentimos, qué pensamos, cómo aprendemos y cómo nos valoramos. Un amor propio sano y fuerte implicaría que uno perdona sus propios errores, le gusta pasar tiempo a solas y da su justo valor a todos los esfuerzos. ¿Podrías decir, entonces, que te amas en verdad?
El autoconcepto, y por lo tanto el amor propio, poseen una realidad evolutiva y dinámica que puede modificarse a partir de tres aspectos:
Alejar la crítica
Seguramente conoces a alguien que se enfoca en criticar todo aquello que haces mal, y la dinámica es tan constante que te pone a pensar sobre si la crítica es certera. Por supuesto, tu autoconcepto se daña a golpe de repetición, pues la crítica no es muy útil para poder aprender. Y es claro que, con un autoconcepto lastimado, la tarea de amarse se vuelve más complicada.
Ahora bien, todos en nuestro interior tenemos un sistema de autoevaluación que desea la perfección y, por ello, genera una lista interminable de situaciones que no están bien y de juicios negativos sobre nosotros mismos. Así, el amor propio está sujeto a la valoración que haces de ti mismo y de tu capacidad de resolver con éxito alguna situación. Entonces, si te concentras sólo en tus errores y te críticas por ello, nunca verás objetivamente tus logros. Ten en cuenta que una cosa es equivocarse y otra, muy distinta, ser inútil.
Abandonar la autoexigencia
Aunque a veces pienses que para amarte debes, primero, ser competente en algo —el o la mejor en el trabajo, tener una casa impecable o no cometer errores—, el amor propio no debería ser proporcional a los resultados que obtienes en tu vida. Según Hazel Markus, psicóloga de la American Academy of Art and Sciences, el autoconcepto es una estructura cognitiva formada a partir de la experiencia que uno tiene de sí mismo; entonces, si tus criterios para evaluarte son muy estrictos, validarás la experiencia de ser o de sentirte insuficiente, fortalecerás tus reglas, te impondrás metas aún más difíciles… y así comenzarán los problemas de salud: tu presión arterial aumentará, dormirás poco y comerás a deshoras. Las jornadas te cansarán más y, sin proponértelo, dsiminuirás tu rendimiento.
Entonces, considera que es bueno exigirse, pero siempre hay que hacerlo de acuerdo a tus capacidades y posibilidades reales. Y si tus metas son demasiado altas, tienes la opción de descartar las que nos son vitales o han sido impuestas.
Valorar lo que tienes
El amor propio se cultiva. Por ello, es saber conocer tus fortalezas y debilidades. Para Teresa González Martínez, profesora de la Universidad de Salamanca, el autoconcepto implica una descripción de uno mismo que es objetiva o subjetiva a la vez, y contiene múltiples elementos o atributos que sirven para distinguirse de los demás en lo físico, lo emocional y lo social.
Tener una referencia clara y objetiva de lo que sí eres te ayuda a detectar cuando tus emociones o tu pensamiento distorsionado atentan contra tu autoconcepto. Cuando no valoras lo que tienes es muy fácil compararte con otros, y así sólo magnificarás tus defectos. Haciendo eso, es imposible salir bien librado, pues siempre faltará o sobrará algo. El amor propio es una experiencia íntima e insustituible: no te conviertas en tu propio tirano.