El activismo de sillón, ¿sirve cuando la era está pariendo un corazón?

El activismo de sillón, ¿sirve cuando la era está pariendo un corazón?
Julio Manzanares Brecht

Julio Manzanares Brecht

Inspiración

Al tiempo que escribo este artículo, recuerdo una canción escrita a finales de los sesenta, cuando diversos grupos salían a las calles a exigir reivindicaciones y un nuevo orden mundial: “Le he preguntado a mi sombra / a ver cómo ando para reírme / mientras el llanto, con voz de templo / rompe en la sala, regando el tiempo”.

Cuando surgió la canción, diversos pensadores habían discutido el papel que el intelectual debía desempeñar en la sociedad. Este personaje, cuya labor deriva del ejercicio de su inteligencia y puede así convertirse en un líder de opinión o referente para el pensamiento, debía involucrarse en las causas a través de acciones y no sólo desde el escritorio, la mesa del café o el sillón de la sala.

La época daba a luz transformaciones y había que acudir a ayudar. La contribución de aquel personaje no quedaría sólo en sus escritos o reflexiones, sino en el quehacer cotidiano. Comienzo a tararear la canción de Silvio Rodríguez:

…La era está pariendo un corazón
no puede más, se muere de dolor
y hay que acudir corriendo, pues se cae el porvenir
en cualquier selva del mudo, en cualquier calle…

Los años sesenta y setenta del siglo XX fueron épocas de activismo intenso, con muchas causas y luchas. Parece obvio decirlo, pero las comunidades digitales no existían y la dinámica social era otra: las redes sociales se construían de persona a persona en espacios públicos, el contacto humano era esencial y, por medio de las ideologías, se construían estructuras de individuos con intereses similares.

Activismo: causas y luchas

A la realización de actividades para lograr objetivos en común se le conocía como activismo, se iba de la asamblea al quehacer y los individuos desarrollaban un trabajo conjunto que abolía la pasividad. Pensar era importante, pero actuar era culminante. La participación directa era un acto de congruencia y, de esta manera, muchos intelectuales —escritores, profesores, pensadores, investigadores— se involucraron activa y convincentemente en sus respectivas causas.

La teoría y la práctica, ejercidas de manera simultánea, eran vistas como la única manera de conseguir transformaciones de orden social. Un activista, entonces, entregaba su trabajo intelectual y físico a la causa. En ese tiempo, uno debía buscar la información, a diferencia del presente en que la información —o desinformación— nos encuentra donde estemos. El activista asistía a charlas, mítines y protestas, o permanecía en la búsqueda de documentos.

Así, los movimientos sumaban adeptos en escuelas, calles y centros de trabajo. En las multitudes presenciales era donde el activismo mostraba mayor eficacia, y estos movimientos nos legaron derechos que, de no haber sido por la participación directa, nunca se habrían conquistado.

El activismo es fundamental para lograr cambios económicos, políticos y sociales, y la historia da fe de ello. La protesta social se usa para presionar a la autoridad o a los grupos de poder y, así, las demandas del grupo se hacen visibles. Después, se institucionalizan los logros o se revoluciona el pensamiento.

Hoy en día, las nuevas tecnologías de información y comunicación potencializan el activismo, y las redes digitales son campo fértil para la expresión de organizaciones disidentes. A la vinculación entre estas acciones y recursos le nombramos ciberactivismo.

El internet revolucionó los procesos de comunicación y las posibilidades organizativas, de modo que toda respuesta puede ser masiva e inmediata. A través de las redes digitales se desmienten versiones oficiales, se elude la censura y se abren espacios de acuerdo y debate para casi cualquier causa, individual o colectiva, tanto que los activistas afirman: “No estamos solos”.

El ciberactivismo forma conciencias y propone acciones, pero no está libre de problemas. Algunos derivan de la pasividad y la desinformación que propicia: las multitudes conectadas son temporales, no concretan movimientos y su participación es anónima o impersonal. Por ello es difícil dar identidad a los movimientos y definir objetivos, y no falta quien aproveche esto para conseguir beneficios personales.

Por eso resulta fundamental no caer en la pasividad, ya que si una protesta es exitosa en internet, no necesariamente lo será fuera de ella. Hay que involucrarse y trabajar personalmente por las causas, y las nuevas tecnologías no deben sustituir a la acción. Queremos cambiar al mundo a través de un clic y eso es un espejismo.

Por otro lado, cabe mencionar que las redes electrónicas provocan adicción, haciendo que muchos se aíslen de su entorno y la realidad, lo cual trae como consecuencia que no comprendan a fondo las causas. Entonces, el ciberactivismo se convierte en una mera apariencia para la aceptación y, sí, las redes sociales a menudo son una trampa.

...el ciberactivismo se convierte en una mera apariencia para la aceptación...

El filósofo Zygmunt Bauman es crítico: denomina a esta postura activismo de sillón y la considera inútil, pues “las ideas se reducen a memes, descalificaciones instantáneas, odio desbordante hacia el otro e intolerancia feroz”. Afirma que quien toma a internet como espacio público para discutir y solucionar problemas, pero está “en su sillón haciendo la revolución”, está perdido y aislado del espacio público, en un estado de confort, incapaz de involucrarse en un diálogo verdadero.

Bauman identifica en ello la decadencia de la raza humana, con su deplorable soledad. “Los usuarios de internet sólo pasean del brazo de sus dispositivos, replicando lo que otros hacen o como espectadores de ideas”. Y así, al participar en ciertas causas, es como si muchos procedieran a ciegas.

En lo personal, viví la transición del mundo análogo a la era digitalizada. Entonces, me reconozco tanto en el activismo presencial como en el digital, y creo que su combinación nos da pauta para lograr algunos cambios, pese a sus limitaciones. Ante problemáticas tan diversas y serias, tendremos que dejar la casa y el sillón, pues si antes teníamos preocupaciones locales, grupales o personales, hoy éstas apuntan a evitar catástrofes globales.

El nombre de la canción que estoy cantando mientras termino este escrito, me revela una verdad: “La era está pariendo un corazón”.

Debo dejar la casa y el sillón,
la madre vive hasta que muere el sol.
Y hay que quemar el cielo
si es preciso, por vivir,
por cualquier hombre en el mundo,
por cualquier casa…

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