Es bien sabido que la música, la pintura, la literatura, la arquitectura y cualquier otra forma de arte pueden influir en nuestras emociones y en la forma en que vemos el mundo. Según la psicología del arte, la experiencia estética de escuchar una pieza musical, ver una obra de teatro emotiva o abstraernos en la contemplación de una pintura involucra un proceso psicológico de completa concentración, lo que provoca un aislamiento de nuestro entorno inmediato y relega los pensamientos no relacionados con el objeto de análisis a un segundo plano.
Este tipo de estado mental es distinto del requerido para realizar otras tareas, como la solución de problemas cotidianos o laborales, pues dichas actividades están enfocadas en alcanzar una meta final, mientras que la experiencia estética se enfoca en el proceso de apreciación; en algunos casos, ésta viene acompañada de una pérdida de la noción del tiempo y también de la autopercepción. Asimismo, la experiencia estética ha sido comparada con el término acuñado por Abraham Maslow, “momento cumbre”, el cual implica experimentar una euforia mental. Apreciar y analizar obras de arte tiene efectos biológicos que quizá nunca hayas imaginado.
Paul Gauguin, Bretagne, 1889.
El biólogo y experto en sociobiología Edward O. Wilson aseguró que la apreciación del arte y la capacidad de producirlo son el resultado de nuestro proceso evolutivo, y ambas nos ayudan a comunicarnos y conectarnos con otras personas. A lo largo de la historia, el arte incluso se ha empleado como herramienta de curación; un ejemplo de lo anterior son los bailes y los cantos rituales con dicho propósito. Como pudimos comprobar durante la cuarentena debido al COVID-19, el arte es un elemento indispensable en nuestras vidas. Como lo expresó la antropóloga Ellen Dyssanayake en su libro Homo aestheticus: la autoexpresión y la creación de arte son necesidades humanas básicas.
Para alcanzar la experiencia estética se llevan a cabo complejos mecanismos neuronales que refuerzan la creación y el consumo del arte, tales como el sistema de recompensa que implica la liberación de dopamina, serotonina y oxitocina, neurotransmisores responsables del placer y las emociones positivas. Debido a lo anterior, antropólogos, sociobiólogos, biólogos evolutivos y demás expertos concuerdan en que la expresión artística y nuestra capacidad de apreciarla se encuentran en nuestros genes y cumplen con una función biológica. En un esfuerzo por comprobar lo anterior, a finales del siglo pasado surgió el campo de la neuroestética, el cual utiliza conocimientos neurológicos y psicológicos para explicar y comprender los procesos cerebrales implicados en la creación y la apreciación artística. Actualmente, basta con realizar una búsqueda en portales de investigación científica para encontrar evidencia sobre el efecto que tienen la arquitectura, la literatura, la música y demás formas de arte en el cerebro humano, a nivel fisiológico y también en nuestro comportamiento.
Para medir estas alteraciones en el cuerpo, los científicos utilizan sensores que miden la actividad cerebral y crean mapas con las regiones cerebrales activas ligadas a cada proceso. También miden la temperatura, el ritmo cardiaco, la respiración y otras variables que puedan aportar información acerca de los cambios que ocurren en los seres humanos al exponerse al arte.
En 2007, Margaret M. Bradley y sus colaboradores del Center for the Study of Emotion and Attention, realizaron un mapeo de las redes neuronales activadas durante experiencias estéticas de distintos individuos, y encontraron que las regiones cerebrales estimuladas son también las que se utilizan en el procesamiento de emociones y estímulos visuales complejos, lo cual produce cambios en secciones de la región frontal y posterior del cerebro. El creciente interés en esta área de la neurociencia radica en que la comprensión de los mecanismos involucrados en el procesamiento neurológico y cognitivo de los estímulos artísticos podría contribuir en el desarrollo de terapias enfocadas en el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer y el Parkinson.
En la actualidad, existe evidencia científica de que un tratamiento médico que incorpore la creación o la apreciación artística puede mejorar significativamente la calidad de vida, la salud mental y la capacidad cognitiva de los pacientes. Un ejemplo de lo anterior es el programa Dance for PD, en el cual se utiliza el baile como terapia coadyuvante de los pacientes con diagnóstico de Parkinson. Los participantes han reportado mejoras físicas, emocionales, y de sus funciones cognitivas y motoras.
En los Estados Unidos, la National Endowment for the Arts, el Department of Veterans Affairs y el Department of Defense trabajan en conjunto para brindar terapias a través de la escritura, la música y otras actividades para complementar el tratamiento de estrés post traumático que padecen los veteranos de guerra. El interés científico por el arte como coadyuvante en el tratamiento de distintas enfermedades va en aumento, pero aún necesita romperse el estigma de que la función del arte es de mero entretenimiento para poder conseguir fondos que sustenten las nuevas líneas de investigación en este campo.