Al hablar de música, es común que términos como melodía, acorde, armonía, modulación o coloratura salgan a la plática; en contraste, muchos pensarán que un probable antónimo de la música sea el ruido, que según el diccionario es un “conjunto de sonidos sin orden ni sentido, repentinos o poco claros, como el de una máquina […] o el de mucha gente en la calle”. Así las cosas, ¿cómo podría producirse arte con algo tan discordante y estridente como el ruido?
Para contestar esta pregunta, hagamos un viaje en el tiempo y visitemos tres casos en los que la materia prima para crear fue el ruido. La primera parada la haremos a principios del siglo XX, cuando un grupo italiano de artistas de vanguardia hallaron inspiración no en la majestad del arte clásico, sino en la velocidad, la tecnología, los motores, los autos y la industria de la naciente centuria. Me refiero, claro, a los futuristas; y uno de ellos, de nombre Luigi Russolo, fue quien en 1913 publicó un manifiesto titulado El arte del ruido o L’arte dei Rumori, en italiano.
Luigi Russolo
En dicho trabajo, Rusolo hace un recuento de la historia de la música desde los sonidos primitivos, pasando por la música convencional y hasta llegar al ruido y a lo que llamó “los sonidos del futuro”, una noción que profetizó el surgimiento de la música electrónica con su variedad infinita de timbres y ruidos que pueden sustituir a orquestas completas. Además, su visión estética proponía encontrar la belleza en los ritmos y sonidos repetitivos que producen las máquinas, los motores y otras invenciones; décadas más tarde, la música industrial de Ministry o de Nine Inch Nails llevaron este principio a las estaciones de radio y a las grandes masas.
Siete décadas después del ensayo seminal de Russolo, un grupo de músicos británicos —los programadores Gary Langlan y J. J. Jekzalik, la tecladista Anne Dudley, el productor Trevor Horn y el periodista Paul Morley— retomaron el título propuesto por el italiano y formaron una banda llamada Art of Noise, cuya propuesta musical honraba su nombre, pues con frecuencia utilizaban el sampler, un instrumento electrónico que graba, reproduce y repite samples o segmentos sonoros que pueden ser ruidos, voces o fragmentos de otras obras.
Algunos de los éxitos de esta agrupación fueron “Peter Gunn”, inspirado en el tema original de Henri Mancini —con la guitarra del titán del surf, Duane Eddy— y que ganó un Grammy en 1986, así como el sencillo “Kiss”, una canción de Prince reinterpretada nada menos que por Tom Jones y con una compleja base rítmica que combina trompetas, coros sintetizados, efectos de sonido como el arranque del motor de un auto y secuencias de temas musicales de la década de 1960. Algo me dice que Russolo habría sido fan de la banda.
En nuestra última parada, te lo advierto, pondremos un pie en el lado oscuro para hablar de un representante del género musical conocido como noise, que se basa en el uso expresivo del ruido. Aunque dicho estilo tiene antecedentes en las vanguardias musicales de la primera mitad del siglo XX, fue con la llegada de los instrumentos electrónicos y de softwares informáticos que el noise cobró una dimensión totalmente distinta, abigarrada, estridente e incluso lúgubre, densa u opresiva. Así es la música de NON.
NON es un proyecto de música noise de Boyd Rice, artista experimental estadounidense que, entre otros rasgos de personalidad, fue amigo de Anton Szandor LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, a cuyo culto se integró e incluso fue ordenado sacerdote. Su música —si así se le puede llamar— es un pastiche de sonidos sin orden ni concierto que van de lo estrepitoso a lo insólito, y forma texturas exóticas y siniestras. Su álbum más representativo, Easy Listening for Iron Youth, está dedicado a Vlad Tepes, el empalador húngaro que inspiró el mito de Drácula. Si escuchas un par de tracks, pensarás dos veces antes de volver a afirmar que “el reguetón es puro ruido”…