El arte, la ciencia y el esoterismo de la geometría sagrada

El arte, la ciencia y el esoterismo de la geometría sagrada
Jessica Gómez

Jessica Gómez

Miscelánea

La geometría sagrada [1] es la idea de que la naturaleza se auto organiza en patrones estéticos y funcionales. Según este punto de vista, dicha organización es el resultado de las vibraciones del universo. Tal orden, que puede verse matemáticamente, es digno de admiración y respeto, e incluso algunas personas lo consideran sagrado por las misteriosas cualidades que presenta: puede observarse en el centro de un girasol, en las ramas de un árbol, en la formación de una nube, en la estructura molecular del agua, en el ADN…

La inspiración para proponer este orden del universo es extraída de dos de las más sobresalientes teorías científicas del siglo XX que, se cree, han revelado parte de la magia del funcionamiento del universo: la teoría del caos y la teoría de cuerdas.

Según la teoría del caos, la dinámica de los sistemas complejos debe estudiarse incluyendo la aleatoriedad como un elemento importante de su comportamiento. El problema consiste en cómo dar cuenta matemáticamente de procesos no lineares, en los que la magnitud de entrada no es proporcional a la magnitud de salida —el ejemplo básico es el de la predicción del clima, demostrado por los estudios de Edward Lorenz. Lo interesante es que al representar gráficamente el comportamiento de estos sistemas se pueden encontrar patrones que se han denominado fractales. Los fractales —el término fue acuñado por Benoit Mandelbrot, aunque estas estructuras ya eran conocidas en cierta medida por algunos matemáticos antes que él, como Bolzano y Riemann— exhiben un diseño que se repite en pequeña escala para luego bifurcarse de nuevo, potencialmente, hasta el infinito. Los fractales de Mandelbrot se han interpretado en varias áreas científicas y no científicas, como una muestra de la hermosa complejidad de las formaciones de la materia, y como una geometría irregular que expresa gran belleza y que pareciera sugerir la estructura del cosmos en innumerables niveles: desde las galaxias, los sistemas estelares, los cuerpos celestes, los continentes, las cordilleras, la estructura de nuestro cuerpo, la música…

Desde la geometría sagrada es posible interpretar estos patrones; por ejemplo, se pueden ver las bifurcaciones de las ramas de los árboles como un patrón oculto que subyace en casi todas las expresiones de la naturaleza, el cual es susceptible de extenderse a expresiones artísticas, como la Venus de Milo, las catedrales góticas, los templos musulmanes y los templos hindúes. Este orden se expresa mediante la conocida proporción áurea que, por otro lado, puede relacionarse con la sucesión numérica Fibonacci. Dicha sucesión consiste en sumar los dos últimos números de la serie para obtener el subsecuente. Al avanzar en la serie, si dividimos cualquier número posterior entre el anterior nos acercamos a un número irracional: 3.14159 —llamado pi en honor del escultor griego Fidias. Pi es precisamente el número mediante el que se expresa la proporción áurea [2], que se encuentra en cuantiosas manifestaciones de la naturaleza, como en la estructura de los caracoles, en los cristales, en las espirales… Lo peculiar de estas conformaciones es que son una manera muy eficiente de optimizar el espacio. Para la geometría sagrada, la proporción áurea predomina en gran cantidad de obras de arte porque es un modo intuitivo de develar, redescubrir, comunicar o liar la conciencia con la memoria primigenia.

La proporción áurea en las obras de arte

En El lenguaje de los pájaros, un libro escrito en el siglo XII por el sufí persa Farid al Din Attar, se cuenta la necesidad que un grupo de aves tiene por encontrar al simurg [3] luego de que hallasen una sola pluma suya. Las aves realizan un tremendo viaje para finalmente darse cuenta de que ellas mismas, cuando vuelan en conjunto, son el simurg. Este cuento recuerda la frase de Hermes Trimegisto, “lo que es arriba es abajo”, o la del Zohar, “todo aquí abajo ocurre como en lo alto”, y así comprendemos que para poder conocer el universo entero debemos empezar por conocernos a nosotros mismos, pues, como sugiere Borges en su cuento “El Aleph”, basta un momento de recogimiento para ver, desde un minúsculo espacio-tiempo, y encontrarlo todo.

Por otro lado, tenemos a la física cuántica, especialmente la teoría de cuerdas. A grandes rasgos, lo que los físicos proponen con esta teoría es pensar la materia como resultado de vibraciones constantes producidas por cuerdas. Desde la geometría sagrada, esto puede interpretarse como el hecho de que, si las vibraciones permiten formas determinadas, en el universo predomina una sinfonía que lo ordena todo. La melodía polifónica del universo formaría una armonía; un conjunto de notas que, a su vez, tienen una frecuencia determinada. Los seguidores de la geometría sagrada y otros discursos afines sostienen que la frecuencia del universo es de 432 hertz, y aseguran que escuchar música en esta afinación contribuye a estar en sintonía con el universo. Sin embargo, es importante mencionar que las afinaciones musicales han cambiado a lo largo del tiempo; hay evidencias de que Haydn afinaba en 422 hertz, así que resulta difícil determinar una frecuencia como la más “natural”. En 1955, la Organización Internacional de Estandarización aprobó los 440 hertz como la medida estándar para afinar instrumentos musicales, pero nada impide, querido lector, que tomes tu guitarra, violín o piano y lo afines a la frecuencia de tu elección.

En suma, la geometría sagrada se propone como una forma de ser y de estar propia del universo, y trata de hacernos entender desde su particular punto de vista los profundos vínculos místicos que tenemos con el cosmos. Estas ideas pueden usarse para sentir, expresar, conectar y proyectar lo que está en nosotros y en todos lados, a través del arte pero, al mismo tiempo, nos invitan a religarnos con una posibilidad de transformación.

Desde la geometría sagrada podemos preguntarnos: si la música está allí sin que nada la sostenga, ¿quién entona la sinfonía del universo?

[1] Uno de los principales representantes de lo que se ha convenido en llamar geometría sagrada es Drunvalo Melchizedek, un reconocido representante del movimiento New Age. En ocasiones, el término geometría sagrada puede referirse también a los diseños recurrentes en iglesias y construcciones con funciones religiosas. Algunas nociones, como la llamada proporción áurea,son usadas en ambos campos —en las matemáticas y en el discurso New Age—, pero debe advertirse en todo momento que se usan con connotaciones diferentes.

[2] La proporción áurea puede explicarse del siguiente modo: si tenemos una línea partida en una sección A y una sección B, la relación entre las partes debe ser tal que la sección A “partida” por la sección B debe equivaler a la suma de la parte A y la parte B “partida” por la sección A. Imagina, pues, que la sección A mide 100 mm y la sección B mide 61.8 mm, haz los cálculos y verás cómo se obtiene el número áureo.

[3] Palabra que deriva de la frase persa sī murğ, y significa “treinta pájaros”.

Recibe noticias de este blog