El arte y la filosofía, ¿sirven de algo en esta era tecnológica?

El arte y la filosofía, ¿sirven de algo en esta era tecnológica?
Ana Carrera

Ana Carrera

Hoy en día, si deseas saber algo a menudo basta con un clic para, en un segundo, encontrar la respuesta que buscabas. Lo mismo sucede si necesitas hablar con un ser querido o si quieres comprar un boleto para viajar a cualquier parte del mundo: ahora es más sencillo que nunca. Así, ¿qué podría faltarle a una sociedad con acceso inmediato a millones de opciones de información, comunicación y entretenimiento? Quizá, sencillamente, la capacidad para disfrutarlo.

Los avances médicos han aumentado nuestra expectativa de vida, mientras que los dispositivos electrónicos y el internet han transformado al mundo en una aldea global donde el intercambio de información resulta muy sencillo. Pero entre la población existe un sentimiento de insatisfacción espiritual y de pérdida de la plenitud. ¿La razón? Que las personas pierden su individualidad ante los gigantes corporativos, trabajan más horas por un dinero que cada vez cubre menos necesidades y son orillados a intentar aplacar la sensación de vacío con redes sociales y productos que los incitan a ser parte de una sociedad consumista, la cual anestesia —mas no llena— el hueco emocional e intelectual que sufren.

Así, el mundo actual es una inmensa maquinaria donde el valor de los objetos y las personas se mide por la utilidad monetaria que generan. A raíz de este cambio de paradigmas, muchos se preguntan si la filosofía y el arte aún tienen lugar en la nueva realidad y si la literatura, la pintura o la música siguen siendo de utilidad. Pero según el psicólogo, ensayista y artista suizo Carl Jung, el valor de las artes y el pensamiento va más allá de lo utilitario y es el medio por el que podemos alcanzar la plenitud y la liberación de nuestra psique.

Carl Jung

Basándose en teorías de Sigmund Freud, Jung afirmó que la personalidad es una combinación de la mente consciente, que usamos para razonar y tomar decisiones lógicas, y la mente inconsciente, donde radican nuestros miedos, aspiraciones y recuerdos más profundos. En su Teoría esotérica del arte, el fundador de la psicología analítica planteó la idea de que la creatividad y la psique humana están estrechamente relacionadas la una con la otra.

Para Jung, el arte es un medio que nos ayuda a expresar lo que está oculto en el inconsciente; a través de él, hacemos un viaje de autodescubrimiento que nos permite decodificar símbolos y arquetipos —es decir, modelos e imágenes arcaicos y universales— presentes en el inconsciente colectivo de las civilizaciones a lo largo de la historia, con lo que entendemos más claramente el mundo que nos rodea.  Es así que el arte revela su verdadera importancia: volver consciente lo inconsciente, tanto para el artista como para su audiencia.

Jung propuso considerar al arte como algo místico y, en su teoría, se refería a él como una entidad innata con poder transformador que toma el control de una persona, a quien convierte en un instrumento y en una suerte de médium con el que cobra vida y cumple su función divina de creación. Dicha entidad, que los junguianos llaman daimon —un concepto griego que describe a un ente que vincula a la divinidad con los mortales— debe tomarse como una energía creadora, una fuerza que incita a la acción y la revelación de lo más recóndito del ser inconsciente.

Según este acercamiento, la única forma de que el arte realice esta revelación es, irónicamente, no interfiriendo con su flujo de energía y renunciando al ego y al libre albedrío; de ese modo, se permite que la luz circule a su propio ritmo y que las cosas sucedan dentro de la psique y, finalmente, salgan al exterior.

”Close the Light, We’re eating Pasta”, de Daria Shcherba (2019)

Entonces, algo tan aparentemente improductivo como el arte tiene un propósito que no es la ganancia económica, sino el goce de las sensaciones provocadas por producir o por contemplar una obra de arte; además, el acto artístico dirige a la persona a su estado más pleno y puro: una condición en la que el daimon puede manifestarse, la persona está conectada con su interior y con la naturaleza, y confía en el universo y en la inteligencia divina.

"Pornokratès", de Félicien Rops (1878)

Al hablar del proceso creativo, Jung analizó el papel del artista y de su audiencia. Por un lado, el artista debe tomar una no-acción, con el propósito de que la energía creadora surja de su inconsciente y quede plasmada en una obra visible fiel a su visión interna, al alcance de cualquiera y cuyo mensaje sea suficientemente claro, pero no por completo transparente. Por su parte, el espectador debe estar abierto a recibir su mensaje, mas no desde un papel pasivo; en cambio, tiene una obligación de reflexión y esfuerzo intelectual para interpretar los símbolos plasmados en la creación y, así, iniciar el viaje de exploración a su propio inconsciente.

El arte hace relucir las carencias espirituales de la sociedad de cada época y Carl Jung sabía que su auténtico valor no se manifiesta en cifras monetarias. La necesidad de expresarnos por medio de la creación artística ha sido innata a la especie humana y, ahora más que nunca, en esta sociedad materialista y tecnológica, constituye el camino al entendimiento de nuestra propia psique y de nuestro entorno, hacia la libertad espiritual y hacia la conexión con la fuerza cósmica.

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