Bailar, sin saberlo a ciencia cierta o a mística precisa, nos ofrece un tipo de bienestar que puede regocijar hasta al más duro de los temperamentos. El movimiento rítmico del cuerpo, guiado por algún tipo de música, ha significado una manera de conectarnos con nuestro interior —a través de la escucha de nuestros latidos y respiración—, con los otros —en celebraciones y ritos sociales—, o con la divinidad —por medio de danzas rituales de invocación o agradecimiento. Así pues, para muchos resulta imposible concebir la vida sin el baile, que constituye un maravilloso instrumento para expresar una infinita gama de sentimientos, historias e ideas.
La mitología romana dice que Júpiter —el ser de luz, el de la mente suprema— se salvó de ser devorado por Saturno —el que todo lo destruye a través del tiempo, el hijo del Cielo y de la Tierra— gracias a la danza de los Coribantes. Con base en lo anterior podría decirse que el movimiento de los cuerpos, el sonido de la respiración y la escucha de los latidos, unidos por el ritmo, permiten la existencia de una mente suprema, de un estado de luz. El filósofo griego Platón, por su parte, consideraba que el baile procuraba la salud, la ligereza y la buena gracia en el cuerpo.
Desde el punto de vista místico, los derviches —miembros de una orden religiosa musulmana de carácter ascético— asumen que la danza colectiva es una forma de meditación sagrada, cuyo objetivo es alcanzar el éxtasis. Durante sus rituales de movimiento, los monjes llevan un sombrero que simboliza la lápida de su tumba y una túnica negra, que se quitan antes de iniciar porque danzan para recobrar la vida; luego hacen oración y colocan sus brazos, uno arriba y otro abajo, para conectar lo finito con lo infinito y construir un puente entre el Cielo y la Tierra. Entonces giran sobre su propio eje y forman un círculo, emulando un sistema solar, mientras mantienen los ojos cerrados para concentrarse en la fuente del ser. Con esta danza buscan vencer al ego a fin de alcanzar el éxtasis espiritual.
En el mundo de la danza moderna, el húngaro Rudolf von Laban creó una teoría que pretendía explicar la unión del cuerpo y el alma a partir de la energía que emana de los cuerpos durante el baile. Laban fue un artista arriesgado que quiso explicar la magia de la danza desde la academia y el arte, invitando también a la filosofía y la arquitectura para plasmar ideas complejas. Así, por ejemplo, decía que el cuerpo humano era comparable a un edificio pues, como éste, todo el tiempo es afectado por su entorno, lo cual puede verse reflejado en cada uno de los movimientos del bailarín quien, a su vez, va trazando formas en el espacio para crear una especie de arquitectura viva.
Wilhelm Reich —creador de la teoría del orgón[1], psicoanalista que fuera discípulo de Sigmund Freud, comunista, rebelde y pionero de la revolución sexual— pasó una buena parte de su vida realizando investigaciones que pretendían comprobar la relación entre el movimiento del cuerpo y la salud física y emocional. Reich atribuyó algunas enfermedades graves —como la hipertensión o el cáncer— al bloqueo energético de determinadas partes del cuerpo, por lo que desarrolló un tipo de terapia que consistía en liberar la energía a través de movimientos rítmicos y periódicos que involucraban a la parte afectada. Sus conclusiones no parecen descabelladas si consideramos que el baile permite al cerebro regular las llamadas hormonas de la felicidad —entre las que se encuentran la dopamina, la serotonina y las endorfinas—, que son fundamentales para la homeostasis o el equilibrio del organismo.
Además, cabe mencionar que el baile aumenta los niveles de colesterol bueno, fortalece el corazón, reduce los riesgos de padecer Alzheimer, mejora la motricidad y la capacidad de establecer relaciones sociales, previene la pérdida de masa ósea, ayuda a quemar calorías, mejora el equilibrio, la coordinación y la autopercepción, y también es un excelente ritual sexual.
Desde las perspectivas religiosas, místicas, mitológicas, artísticas y hasta médicas se entiende al baile como una manera de procurar la salud emocional, espiritual, social y física. En lo personal, uno de los elementos por los que me siento más atraída hacia esta práctica radica en la posibilidad de aprender a fluir, a dejarse llevar por la música sin la necesidad de controlar nada ni a nadie, sin otra intención más que la de disfrutar de lo que es ahora, mientras estamos presentes ydespiertos. Así que vale la pena integrarse a la sintonía de la vida y bailar, bailar, bailar…
[1] Reich proponía la existencia de una energía vital —comparable al qì o al kundalini— que denominó orgón. Dicha energía se encontraría en todas partes y, dependiendo de si era positiva o negativa, podía producir efectos favorables o adversos en el organismo [N. del E].