Al hablar del filme Zatoichi (2003) de Takeshi Kitano, resulta imposible no recordar al personaje que lo inspiró, el cual fue creado por el novelista Kan Shimozawa: se trata de un vagabundo ciego que, entre los años 1830 y 1840, viajó de pueblo en pueblo dando masajes para ganarse la vida. Este hombre era silencioso, de aspecto humilde e inofensivo y, a pesar de su limitación física, no dudaba en auxiliar a cualquiera que fuera víctima de abuso, sobre todo si éste provenía de la ancestral mafia japonesa. Zatoichi tenía la extraordinaria facultad de percibir todo lo que ocurría a su alrededor; era capaz de mirar con una precisión mayor que la del sentido de la vista, aunque era reservado al respecto. También omitía mencionar que dentro de su bastón guardaba una espada, y que era un maestro con ella.
El personaje de Shimozawa tiene su propia serie televisiva en Japón, con un total de cien capítulos transmitidos entre 1974 y 1979. Por si esto fuera poco, hay más de una veintena de películas sobre las aventuras de Zatoichi. Así que no quedan claras las razones por las cuales el director japonés Takeshi Kitano quiso revisitar al habilidoso invidente. Tal vez si hacemos un repaso de algunas de sus obras cinematográficas encontremos alguna pista…
Sono otoko—Policía violento— (1989)
Esta historia gira en torno a Azuma, un policía que investiga un asesinato relacionado con la venta de drogas, interpretado por el mismo Takeshi Kitano. Cada avance en el caso implica una vuelta de tuerca en la vida personal del investigador. Kitano pone a prueba la ética de la ley contra la disciplina del hampa y nos invita a ver, por un lado, la asepsia minimalista del cuartel general de un mafioso y, por otro, la miserable habitación —en medio de un río estancado y putrefacto— de un vendedor de drogas. La hermandad, la amistad y la lealtad son lazos que unen y, al mismo tiempo, enredan y entorpecen el camino de Azuma. Sono otoko es una película incómoda, en la que el injerto de la música o la cámara congelada en un rostro respiran a su propio ritmo, para llevarnos a un lugar lejano que no es otro que la misma película repicando en nuestra mente, impactándonos una y otra vez.
Kitano logró dirigir esta cinta porque el director original cayó enfermo y le resultó imposible seguir con el rodaje. Takeshi reescribió el guión y, de golpe, se convirtió en un cineasta que ganó premios y éxito comercial.
3-4X Jugatsu—Punto de ebullición— (1990)
Masaki es un desgarbado y silencioso joven que trabaja en un taller automotriz. Un día, al ver que su automóvil aún no está listo, un cliente lo ataca a golpes. Éste es el punto de partida de una historia que podría haberse quedado en un simple caso de abuso por parte de un cliente colérico; hubiera bastado con que el encargado del taller mediara en el conflicto para que la situación regresara a su cauce normal. Sin embargo, el cliente no era cualquier persona, se trataba de un miembro de la yakuza, [1] y un mafioso,sin importar el rango que ocupe dentro de la organización, siempre cree estar por encima de cualquier civil.
Para Masaki, la vida ordinaria queda en pausa y comienza un periodo de revelaciones y aprendizajes al lado de Uehara —interpretado por Kitano—, su retorcido mentor. Los códigos de valores, como la amistad, la lealtad y la obediencia, adquirirán nuevos significados. Y a pesar de que podemos asomarnos al mundo de la mafia japonesa, nuestra visión es superficial, sesgada por la ingenuidad de Masaki.
Sonachine —Sonatina— (1993)
En este filme, volvemos a adentrarnos en el mundo de la mafia japonesa para seguir los pasos del jefe Murakawa —Takeshi Kitano— y de un puñado de sus yakuzas, quienes son enviados a cumplir una misión que preferirían evitar. Murakawa y sus hombres pierden rápidamente el control de la situación y terminan ocultándose en una casa de playa, tratando de entender lo que ocurrió. La juventud de unos y la discordante sensibilidad de otros convierten la larga espera en una suerte de retiro espiritual en la que los mafiosos experimentan, aunque sólo sea por algunas horas, una vida parecida a la del hombre común. Kitano hace andar lentamente el tiempo mientras hurga en la mente de sus personajes, preparándolos para retomar el curso de sus vidas.
Hana-bi —Fuegos artificiales— (1997)
Con esta película, que contrasta la melancolía de la pérdida y lo virulento del trato con la mafia, Kitano vuelve a dirigirse a sí mismo en el rol de Nishi, un policía retirado que se encuentra en un compás de espera junto a su esposa y su amigo lisiado. Nishi se deja caer como en una montaña rusa, aguantando en silencio, precipitándose por el peso de la culpa y la cercanía de la muerte. Hana-bi es una muestra de la madurez de la visión y el oído del director nipón, quien aprovecha los cortes en seco de una toma a otra, del pasado al presente, de la violencia a la belleza.
Brother (2000)
Kitano lleva sus cámaras hasta Los Angeles, California, para filmar la construcción del imperio de Aniki —Takeshi Kitano—, un yakuza al que han echado de la “familia” y obligado a dejar Japón, que viaja a los Estados Unidos para encontrarse con su hermano, a quien años atrás había enviado ahí para estudiar. No obstante, descubre que el muchacho se convirtió en un vendedor de droga de poca monta.
Llama la atención que la lealtad y el aprecio entre los rangos medios de las “familias”sean poderosos en comparación con los lazos casi inexistentes entre los grandes jefes y sus lugartenientes. Aniki, con la sangre fría que lo caracteriza, se las arregla para comenzar una banda que poco a poco va extendiendo sus redes.
Autoreiji —Arrebato—(2010)
En este laberíntico filme, la cámara nos permite espiar en la vida de un jefe yakuza de altísimo rango quien, moviendo a sus hombres como piezas de ajedrez, va decidiendo sus destinos sin que ellos puedan resistirse. Aquí, Kitano despliega un mapa de las posibilidades de la mafia japonesa, su relación con la policía vendida y con políticos a los que, de una u otra forma, convencen de colaborar con ellos. El espectador se asoma a una especie de reloj gigantesco, cuyas manecillas no pueden detenerse aun ante la pérdida de un engrane; sin importar su dimensión, la maquinaria se reconstruye a sí misma eternamente.
— o —
Al realizar este pequeño recorrido fílmico, observamos la purificación que Kitano hace al interpretar y construir, por medio de la dirección, a sus personajes y el universo que los alberga y alimenta. La violencia es siempre la misma, pero son quienes la ejercen o la padecen los que confieren singularidad a cada cinta. Takeshi Kitano ha explorado en las profundidades del mundo del hampa y en el de sus contrarios; tal vez Zatoichi haya sido una forma de viajar hasta la semilla de sus personajes.
[1] Nombre con que se conoce a la mafia japonesa.