
Con cada día que pasa, veo a la gente mucho más tensa, cansada e irascible de lo que era, y es lógico: esta situación nos tomó a todos por sorpresa y nadie tuvo oportunidad de hacer una preparación emocional para estar en aislamiento.
Con el paso del tiempo, el confinamiento nos ha puesto a prueba: desde definir qué es lo realmente esencial hasta conservar nuestro equilibrio emocional, pasando por el enfrentamiento con realidades que no queríamos ver, como una mala relación de pareja o lo penoso que resulta estar con nosotros mismos. Esta crisis nos ha obligado a contemplar posibilidades que siempre han estado ahí, como el desequilibrio económico, el miedo a la enfermedad y a la muerte.
Hay personas que se protegen de la realidad con teorías conspirativas: sostienen que todo es un asunto del gobierno e incluso que helicópteros del ejército esparcen el virus en la madrugada. Estas creencias no son sino un modo de expresar que el permanecer en casa les parece una medida extrema y que el confinamiento es más un castigo que una forma de preservar la vida —quizá por ello ha sido tan difícil mantener a la gente en sus hogares en diversas localidades del país.
En nuestra historia de vida podemos encontrar causas por las que esta reclusión se percibe como un castigo: en algún momento, todos nos enfrentamos al encierro, ya sea porque nuestros padres no nos dejaban salir o porque los maestros nos prohibían disfrutar del recreo como una sanción o hasta que lográramos terminar una tarea pendiente.

También están las personas que a muy temprana edad sufrieron el abandono de alguna figura significativa, como el padre o la madre. A éstas, el aislamiento puede remitirles a esa experiencia previa pues, al final, existe la misma privación de contacto y de relaciones significativas.
Quienes así lo vivieron, saben que no es raro experimentar miedo, una sensación de injusticia y la impotencia de no poder salir de esa situación. Pero ese capítulo es, a menudo, algo que no volvemos a tocar ni a relacionar con nuestra conducta: vivimos como si no hubiera pasado nada, pero aquello que no se ha procesado reaparece en forma de ira, tristeza, miedo, o incluso espasmos y temblores.
Por eso, aunque no seamos conscientes de ello, nuestro pasado nos forja y nos hace ser tal como somos: todas nuestras experiencias quedan grabadas en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
Algunos creen que el cerebro prefrontal, el último en desarrollarse, ea algo así como “el jefe” porque nos ayuda a planificar y a tomar decisiones; pero la mayor parte del cerebro sigue siendo somatosensorial [1] y, como dice el neurólogo Antonio Damasio —autor de El error de Descartes—, las emociones son parte del equipo básico innato que nos permite reaccionar al mundo de forma inmediata y sin pensar.
Las emociones son parte de un complejo mecanismo en que intervienen el estímulo, la motivación, los castigos y las recompensas. Desde temprana edad, y a lo largo de nuestra vida, relacionamos nuestras emociones con eventos determinados, y así se generan los sentimientos: por eso, experiencias similares en el presente desencadenan el mismo sufrimiento que vivimos por eventos pasados.
Existen además otras prohibiciones y censuras generadas en la niñez: no sentir, no encariñarse, no llorar, no divertirse, no expresar, no explorar y hasta no ensuciarse. Esta sobreprotección paterna genera miedo a la enfermedad e impide la comprensión racional de las nuevas reglas sanitarias que debemos acatar.
Damasio también hizo otras consideraciones sobre la relación entre la razón y las emociones: antes se creía que, para tomar decisiones adecuadas, uno debía tener la cabeza fría, ser racional y no dejarse llevar por las emocionees; pero lo cierto es que las personas que razonan excesivamente sus decisiones, sin integrar un componente emocional, son más proclives a tomar decisiones incorrectas.
En conclusión, el confinamiento no tiene por qué percibirse como un castigo: esta situación sin precedentes es incómoda porque, entre otras cosas, muestra un camino que habíamos querido eludir, nos obliga a ver aquello que no hemos querido mirar, nos orilla a aceptar hechos de la vida como el cambio y la muerte, y nos ha hecho priorizar aquellas cosas que nos son esenciales.
Por ello, cuando se presentan dificultades emocionales, mirar hacia atrás puede ser la llave para comenzar a sanarnos…

[1] El sistema somatosensorial es la parte del sistema nervioso que nos proporciona la información consciente como la del tacto, el dolor, la presión, la vibración, la temperatura, etc.