Algunos las han llamado “la danza de los espíritus”; otros han creído que son zorros corriendo tan velozmente sobre la nieve que sus colas proyectan la luz que se refleja en el cielo. El hecho es que el origen de la las auroras boreales ha tenido diversas interpretaciones en diferentes culturas, por lo que podría decirse que su naturaleza es tan mitológica como científica.
Para los romanos, Aurora era la hermana del Sol y de la Luna; se trataba de una diosa que recorría el cielo durante la madrugada montada en una carroza llena de colores, con el propósito de anunciar a sus hermanos la llegada de un nuevo día. Su apellido original, Boreas, proviene de una palabra griega que signfica “norte” y esto se debe a que su recorrido justamente se da por el norte del planeta Tierra; sin embargo, hoy sabemos que Aurora también atraviesa el sur de la Tierra y, cuando eso sucede, su apellido cambia al de Australis.
Ya sea boreal o austral, una aurora siempre es hermosa y aparece en forma de coloridas luces en el cielo: las verdes, rojas y moradas son las más comunes, y sus destellos son tan prolongados que a veces dan la impresión de ser arcoíris brillantes bailando en el cielo obscuro. A lo largo del año, las auroras boreal y austral están surcando el cielo de nuestro planeta, pero como se necesita mucha oscuridad para poder contemplarlas, la mejor época para disfrutarlas en el hemisferio norte es durante los meses de octubre a marzo, cuando es invierno. En nuestro continente, es posible hacerlo desde algunas ciudades del norte del Canadá, y en Europa se aparece en países nórdicos como Noruega, Suecia y Finlandia.
Pero, ¿de dónde provienen estas luces? Aunque la carroza de colores de la diosa Aurora puede ser una explicación, lo cierto es que la aurora boreal también puede entenderse desde la ciencia: para ello, el crédito de dicho fenómeno lo comparten el Sol y el campo electromagnético de la Tierra, pues éste cumple la función de escudo para que la radiación y los rayos solares no caigan directamente sobre el planeta; debido a este efecto protector es que se generan las auroras, específicamente cuando el Sol libera algo conocido como “viento solar”.
Sabemos que el Sol es una estrella situada en el centro de nuestro sistema solar y, como sucede con todas las estrellas, en su interior tienen lugar diversas reacciones químicas y físicas. Muchas de ellas las percibimos en la Tierra como luz y calor; sin embargo, existe otro fenómeno específico llamado “viento solar” que consiste en un flujo de partículas con cargas eléctricas positivas y negativas, las cuales son expulsadas de la capa más externa del Sol, llamada “corona solar”.
Estas partículas forman un gas muy caliente que, cada vez que es liberado, intenta pasar a través del campo electromagnético terrestre; cuando nuestro gran escudo capta el viento solar, lo convierte en partículas de gas que son distribuidas hacia los polos norte y sur, quedando atrapadas en nuestra atmósfera. Si muchas de estas partículas chocan con otras que existen en nuestra termósfera —una de las capas más externas de la atmósfera—, la magia sucede y la energía que se desprende de ese choque se emite en forma de aurora.
Las auroras, tanto boreales como australes, pueden observarse desde la Tierra. Y aunque parece que el fenómeno sucede a una altura muy lejana, en realidad son sólo unos cien kilómetros los que nos separan de ellas. Para observarlas en todo su esplendor, además de hacerlo en invierno y en países muy al norte o muy al sur del planeta, de preferencia hay que intentarlo fuera de las ciudades donde luces artificiales opacan y contaminan la luminosidad natural de las estrellas en el cielo.
Pero aun teniendo toda la información pertinente, es un hecho que la aparición de las auroras es impredecible, pues como sucede con cualquier otro fenómeno natural deben darse las condiciones adecuadas en el momento preciso para que se presenten. La duración y permanencia de las auroras en el cielo también es incierta: algunas pueden durar sólo unos minutos y otras, toda la noche.
Y por si estas preciosas luces no fueran ya suficientemente sorprendentes, cuentan con una peculiaridad más: las auroras también pueden escucharse, ya que emiten sonidos que pueden ser perceptibles para el oído humano. El profesor finlandés Unto Laine, quien lleva años estudiando los sonidos de las auroras boreales, hace unos años facilitó a la BBC una de las más de sesenta grabaciones que ha hecho a lo largo de su investigación para que todos podamos disfrutarla. Si quieres conocer cómo es el sonido que emite la aurora, puedes hacerlo a través de este enlace.