
De pronto, a lo largo de nuestra vida, nos encontramos en situaciones que parecen repetirse. Pueden ser situaciones que involucren personas y lugares diferentes, pero que a pesar de eso nos parezcan similares —incluso familiares— y, aún más, quizá la razón de su semejanza sea precisamente que nuestras reacciones en esos casos han sido, o son, más o menos las mismas —desde luego, no hablamos sólo de casos en los que hemos actuado mal, pues normalmente también repetimos lo que juzgamos como una buena forma de actuar. A este curioso hecho de que las personas reaccionen y actúen de manera similar en situaciones estructuralmente parecidas se la ha llamado guión de vida.
Este guión, que va estableciendo líneas de comportamiento, se construye a partir de las historias que nos cuentan, de las que nos contamos y, sobre todo, a partir de la comunicación inconsciente entre nosotros y nuestra familia. Este tipo de comunicación es principalmente no verbal, pero ciertamente interpretable —sobre todo con ayuda de nuestra intuición—; la comunicación inconsciente transmite las cargas históricas, sociales, culturales y personales que han marcado a nuestra familia través de generaciones. Nuestros abuelos heredaron formas de ver al mundo a nuestros padres, ellos a nosotros, y nosotros a nuestros hijos. Resulta evidente entonces que este tipo de comunicación, y especialmente lo que se comunica mediante ella, es de gran importancia para la construcción del guión de vida.
En psicología, el término guión de vida apareció por primera vez en el libro de 1961 Análisis transaccional en la psicoterapia,escrito por Eric Berne, quien se dedicó a desarrollar este tipo de análisis durante la década de los cincuenta. El análisis del guión de vida es una parte del análisis transaccional en su conjunto, pero también constituye una herramienta muy útil que incluso se ha utilizado en la psicología social. Berne definió al guión como un plan de vida inconsciente que es creado en la infancia, reforzado por los padres y justificado por una serie de eventos.
En tanto los guiones definen nuestra posición ante la vida, es pertinente preguntar cómo, o desde dónde, se fundamenta dicha posición. El propio Berne indicó una correlación entre la construcción del guión y las interacciones entre padres e hijos. Estas interacciones pueden clasificarse en mandatos, permisos, mensajes, prohibiciones y caricias. Debido a que los mandatos son los que tienen un mayor impacto en la construcción del guión, ahondaremos en algunos de los tipos que existen:
No vivas
Este mandato puede transmitirse de forma verbal o mediante actitudes y gestos —que no necesariamente son conscientes. El resultado puede ser un guión orientado hacia la autodestrucción.
No sientas
Expresiones como “Los hombres no lloran” o “Te ves fea cuando te enojas” transmiten este tipo de mandato, que puede llevar a una persona a concluir que para conseguir la aprobación de los demás debe anular sus emociones. El problema, evidentemente, es que no expresar lo que sentimos genera inquietud o incluso trastornos psicosomáticos.
No pienses
Un ejemplo clásico es la frase “Calladita te ves más bonita”. Este mandato se encuentra en tipos de interacciones en las que cuando una persona expresa lo que piensa, recibe una descalificación, pero cuando obedece sin protestar, se le presta atención y afecto. El mensaje transmitido es “no pienses”, lo que ocasiona que la persona en cuestión no pueda reflexionar sobre su vida y sus inquietudes, pues quizá sea más fácil hacer lo que los demás opinan.
No lo logres
Este mandato se esconde en frases como “No sé para qué empiezas, si lo dejarás a la mitad como siempre”. De este modo, se desvaloriza el esfuerzo de quien emprende o desea lograr algo. Eventualmente, las personas que escuchan frases como esta pueden desanimarse al querer iniciar nuevos proyectos.
No me superes
Algunos padres ven a sus hijos como competencia, y consideran que si les permiten prosperar, ellos perderán el valor y prestigio que otorga el rol de padre. Este mandato se transmite con frases como “A tu edad yo ya estaba trabajando” o “A ti todo se te ha dado fácil, yo tuve que trabajar mucho”.
Por otro lado, Claude Steiner, discípulo de Berne, amplió considerablemente la teoría de los guiones de vida y propuso varias clasificaciones para los mismos. Así, distinguió principalmente entre los guiones hamárticos —del griego hamartia traducido usualmente como ‘error trágico’— y los guiones banales. Los guiones hamárticos contienen errores dramáticos, casi tanto como el cometido por Edipo al asesinar a su padre sin saberlo; las personas con este tipo de guión han recibido mandatos como “No vivas” o “No pienses”. En el polo opuesto están los guiones banales, en los que la persona casi pasa desapercibida. Es muy común que los guiones banales se programen de acuerdo con los roles socialmente asignados al género de la persona; es decir, con lo que la sociedad dicta que debe pensar y hacer un hombre o una mujer. El guión es más banal cuanto más se parece al prototipo social y la vida se conduce dentro de límites predeterminados.
Para entender un guión de vida es necesario, como ya lo ha señalado el psicólogo José Luís Martorell, remontarse hasta antes del nacimiento de la persona que lo protagoniza. La expectativa de los padres ante el nacimiento de un hijo es crucial. En términos generales, hay dos posibles modelos a los que los padres pueden acoplarse. Por ejemplo, es posible que el niño interno de los padres haya aceptado al hijo, permitiendo así que el ego adulto de los padres asuma adecuadamente la situación o, por el contrario, que el niño interno de los padres no haya podido aceptar plenamente al hijo, perturbando de este modo el ego adulto de los padres y complicando la relación entre ellos y el hijo. En el primer caso, los progenitores darán más mensajes de permisos, mientras en el segundo, darán más prohibiciones y mandatos destructivos.
Combatir la dolorosa repetición producida por guiones de vida nocivos sólo es posible al cuestionar y buscar formas de eliminar los mandatos en los que están cimentados. Recordando las palabras de Berne, debemos encontrar lo que queremos y no lo que, en nuestro personaje, queremos-ser. También es necesario volvernos conscientes de la historia de vida de nuestros padres, y de por qué nos educaron como lo hicieron. Al final del día, hace falta, sobre todo, recordar que un guión —como los diálogos de un personaje— indica cómo actuar, cómo relacionarse y hasta cómo vivir, pero a diferencia de Lady Macbeth, Orestes, o Hamlet, nosotros no somos un producto terminado.
