Dicen por ahí, y ahora sé que dicen bien, que “cuando el alumno está listo, el maestro aparece solo”. Y la pequeña historia que estoy a punto de compartirte no sólo confirma ese dicho tan pronunciado y hasta abaratado, sino que añade el ingrediente de que dicho maestro puede aparecer donde menos te lo esperas y del modo más insospechado.
Primero, un poco de contexto. Desde muy pequeño he sufrido de diversas fobias, de ataques de pánico y de ansiedad generalizada; además, por diversas circunstancias de mi biografía personal —en las que no viene a cuento ahondar, no se trata de sacar un violín imaginario y ponernos a llorar—, mi ánimo tiende a la melancolía y, en ocasiones, a la depresión.
Desde luego, he acudido a diversos tipos de terapia para aliviar todo lo anterior: psicológica, psicoanalítica, Gestalt, psicocorporal y de otras escuelas. Me han prescrito diversos medicamentos, desde ansiolíticos y antidepresivos de esos que sólo se venden con receta médica, hasta homeopatía y flores de Bach. También he practicado algunos tipos de meditación y, he de admitirlo, de igual modo he incursionado en el consumo de enteógenos.
A pesar de todo lo anterior, y de que por momentos percibía cierta mejoría que me permitía quitar el “velo gris” a través del cual normalmente veía la vida, a menudo me sentía estancado. Llegué a pensar, incluso, que “así era yo” y que lo único que podía hacer era aceptarme como tal e ir sobrellevando las vicisitudes de la vida, siendo un ente más o menos funcional y, eso sí, productivo.
Entonces, llegó la pandemia y sus largos meses de aislamiento en los que, de pilón, murió mi madre y la tía que me crió de niño, amén de que de forma repentina murió mi mascota —un cariñoso gatito que fue mi compañero durante las largas noches de soledad, de llanto y de duelo—; todo ello me llevó a una crisis emocional en la que, literalmente, me sentía al borde del colapso.
Alguien me recomendó llevar a cabo los “retos de 21 días de meditación” de Deepak Chopra. Estas series de videos, disponibles en YouTube, abordan un tema central como la abundancia o la gratitud con conceptos espirituales sencillos e introducen un mantra en sánscrito que uno debe repetir en silencio y en total relajación. Y sí: estas meditaciones guiadas me ayudaron a relajarme y a formar el hábito, pero seguía sintiéndome estancado. Entonces, el maestro llegó solo…
Un encuentro fortuito
Mientras realizaba una búsqueda en YouTube de más meditaciones guiadas, el algoritmo me presentó la conferencia de un lama tibetano que se anunciaba con el título de “Cómo dejar de pensar tanto”. Y yo, que a esas alturas ya resentía los efectos de la soledad, el aislamiento y el eco que éstos hacían de mis propios pensamientos catastróficos, me dije: ¡Perfecto, justo lo que necesito!
“Cuando nuestra mente está inquieta, algo la tiene que estar inquietando” son las primeras palabras del Lama Rinchen Gyaltsen, antes de explicar en términos sencillos pero muy poderosos qué significa tener una “mente discursiva”, que no es sino el incesante monólogo que escuchamos dentro de nuestra cabeza y que, con mucha frecuencia, juzga, critica, se anticipa al futuro, se preocupa, se lamenta por el pasado y es la raíz de mucho de nuestro sufrimiento interno.
Mientras escuchaba esta conferencia, sentí como si poco a poco las frases del lama —que, repito, son simples pero llenas de una sabiduría difícil de encontrar en la red— iban demoliendo muchas de mis creencias acerca de mí mismo, de mis procesos mentales y, sobre todo, de la auténtica razón por la que casi toda mi vida he estado luchando contra la ansiedad y la depresión.
Desde luego, no vengo aquí a darte recetas fáciles, a soltar “spoilers” o a afirmar que basta una conferencia para aliviar un trastorno psicológico. Como dije al principio, lo que quiero compartir es la experiencia de alguien que, luego de treinta años de experimentar con terapias y medicinas, estuvo listo para que las palabras de un maestro —porque justo eso significa la palabra lama— condensaran y precipitaran todo eso a lo que intentaba darle sentido.
¿Y quién es el venerable lama Rinchen Gyaltsen? En su biografía se dice que nació el 17 de febrero de 1972 en Montevideo, hijo de padres españoles, y que es de nacionalidad uruguaya. En 1980, migró con sus padres a los Estados Unidos y se educó en la Universidad de Rutgers, donde se matriculó en Arte y Psicología.
Fue en 1993 cuando inició sus estudios sobre budismo y en 2003 se ordenó como monje, recibiendo el nombre tibetano de Ngawang Lekshe Rinchen Gyaltsen, que quiere decir “Poder del Verbo, Proverbio, Joya, Insignia”. Pertenece a la escuela Sakya y entre sus maestros se encuentra Su Santidad Dalai Lama. Para leer su biografía completa, puedes consultar este link.
Actualmente reside en Alicante, España, es el director de la Fundación Sakya y maestro residente del Centro Budista Sakya. En 2014 fundó el Instituto Paramita, una plataforma en línea que comparte de forma gratuita las enseñanzas que él mismo imparte en el Centro Internacional de Estudios Budistas (CIDEB) y que constituyen una excelente fuente de entrada al conocimiento milenario del budismo tibetano, tanto para el curioso como para el interesado en la práctica. Puedes acceder al sitio en este enlace.
Según se explica en el website de Paramita, la misión del lama Rinchen es “transmitir con rigor y claridad las enseñanzas del Buda”. Para quienes no saben mucho sobre el budismo, vale la pena aclarar que no se trata de una religión en sí, con un dios o entidad superior a la que adorar u obedecer, sino más bien de una filosofía que busca la iluminación del ser y que, si se ve con apertura, puede ser compatible con las creencias religiosas de muchas personas.
¿Y por qué digo que el lama es una de las “personas que inspiran”? Más allá de mi experiencia subjetiva y personal, porque el sistema que propone se basa en crear conciencia y hacer cambios sustanciales en nuestras maneras de pensar, de actuar y de concebir al mundo, a uno mismo y a la relación entre todo ello. No se trata de sólo repetir mantras, de tener alucinaciones, de “decretar” nuestros deseos o de asumir dogmas, ya sean religiosos o los que impone nuestro ego, sino de mejorar con acciones nuestra vida y entorno, y el de quienes nos rodean.
Insisto: no busco “convertir” ni convencer a nadie. Aunque en las enseñanzas se invita a buscar que el bienestar que uno obtiene se expanda y alcance a todos los seres, también se aclara que cada quien está en su propio momento y camino, y librando sus propias batallas. Pero al escribir las últimas líneas de este texto, pongo en el punto final la intención de que, así como me sucedió a mí, alguien más se encuentre listo o lista, y que mis humildes letras sean como una semilla que al florecer le permita hallar una vía hacia la paz y hacia su felicidad.