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El método de María Montessori

El método de María Montessori
Ana Pazos

Ana Pazos

Inspiración

En un aula gris y fría, mientras la profesora recitaba una lección aprendida de memoria, una niña veía a través de la ventana: la mirada perdida en las copas de los árboles y el pensamiento suspendido entre las nubes. La profesora le pidió que devolviera la atención al presente, pero la niña —que se llamaba María Montessori— imaginaba un futuro luminoso para ella y para la gente de toda Italia.

En 1890, María se convirtió en la primera mujer en matricularse en la facultad de Medicina de la universidad La Sapienza. Pero su espíritu idealista y curioso no quedaría satisfecho con tal logro, y continuaría buscando respuestas hasta el último de sus días: en la filosofía, la psicología experimental, la antropología, la teosofía e, incluso, en la religión católica. A pesar de sus múltiples intereses, una constante aparecía en cada uno de los pensamientos de la italiana: para cambiar la realidad, había que transformar el método educativo y liberar la mente de los niños.

Esta idea se arraigó en lo más profundo de su alma cuando, en una plaza de Roma, vio a un niño pobre y sucio jugando con un pedazo de papel rojo. Con su imaginación, el pequeño trascendía los límites de sus condiciones indeseables y construía para sí un mundo más alegre y prometedor. La imagen tuvo el poder de una revelación y María, como aquella desafortunada criatura, vislumbró un nuevo sendero.

Pensó en Víctor de Aveyron, el niño que había crecido en el bosque sin otra compañía que la de las fieras. Unos cazadores lo trajeron de vuelta a la civilización y Jean Marc Gaspard Itard —médico especializado en la educación de los sordos— tomó su caso con la idea de enseñarle al pequeño salvaje a vivir en el mundo de los hombres. “¿Qué pasaría si el método educativo aplicado a niños ferales o con alguna discapacidad, basado en materiales didácticos, se usara en niños normales?” —se preguntó María— y, al poco tiempo, escribiría las respuestas en un libro que hoy es considerado un clásico de la ciencia del comportamiento.[1

En 1909, publicó El Método de la pedagogía científica aplicado a la educación infantil en las casas de los niños. Estas “casas” formaban parte de complejos habitacionales diseñados para las familias de la clase popular romana, y funcionaban como escuelas o guarderías. En ellas, María realizó experimentos que la llevaron a creer que una educación rica en experiencias sensoriales, sin constricciones, premios ni castigos, permitiría al niño revelar su verdadera naturaleza y sentirse más motivado a aprender. El progreso demostrado por los alumnos de las casas de los niños fue notorio y, entre las paredes de sus aulas, Montessori obtuvo la materia prima para crear un método educativo que sería aplaudido y repudiado en partes iguales.

El método

Uniformados, en una fila que va del más pequeño al más alto, los niños esperan la orden para entrar al salón de clases. Al escuchar la palabra clave, avanzan y ocupan sus lugares, listos para recibir el conocimiento que el profesor —desde su escritorio-trono— les transmitirá a todos de manera idéntica, con el objetivo de formar a seres humanos igualmente capaces y productivos. Para alentar la disciplina y la excelencia académica, el maestro juzga el desempeño de los niños con calificaciones que van del cero al diez, y muestra una evidente predilección por sus alumnos “estrella”. Así, crea una atmósfera competitiva que es reflejo del mundo real.

La visión montessoriana es contraria al sistema educativo descrito arriba. María rechazaba la “pedagogía ortopédica” imperante en su tiempo, que concebía al niño como un pequeño ente perverso, cuya naturaleza debía ser enderezada por medio de una educación rígida y coercitiva. En su lugar, proponía un método basado en la libertad, donde el alumno, y no el maestro, fuera la figura protagónica. Para comprenderlo mejor, sería útil entrar a un ambiente Montessori y observar a sus habitantes:

Nos encontramos en una estancia amplia, iluminada por la luz que atraviesa un ventanal. En las estanterías, vemos distintos materiales didácticos, también libros. Las paredes están decoradas con fotografías de animales, paisajes y obras de arte. Aquí y allá hay mesitas y sillas proporcionales a los cuerpos de los niños que las ocupan, quienes se encuentran enfrascados en distintas tareas. Una niña, de unos tres años, sigue con el índice las formas de las vocales —dibujadas en sendas tarjetas— al tiempo que repite el sonido que corresponde a cada una; dos niños, ambos de cuatro años aproximadamente, escriben sus primeras palabras en pequeñas pizarras —se encuentran tan absortos en su trabajo, que apenas notan nuestra presencia. Más allá, una mujer explica a un puñado de niños de entre cinco y seis años cómo armar un rompecabezas del continente americano.

Un ambiente Montessori

El reloj marca las diez con treinta y la mujer anuncia que ha llegado el momento de realizar un ejercicio de respiración. Los niños abandonan sus actividades y forman un círculo en el suelo. Al bajar la persiana, la estancia adquiere una oscuridad azulosa. La mujer pide a los pequeños que cierren los ojos y se concentren en su propio silencio, en su respiración tranquila; pasados quince minutos, llama a los niños de uno en uno, casi murmurando, arrastrando un poco las sílabas. El dueño del nombre sigue la voz que lo llama y sale al patio a jugar.

De regreso en el salón, algunos niños comienzan a poner platos y cubiertos sobre las mesas; después sirven la comida que la madre de uno de ellos preparó para toda la clase. Más tarde, dos pares de niños lavan los platos y el resto vuelve a sus actividades. La jornada termina con la limpieza del espacio, que los alumnos realizan con pequeñas escobas, recogedores y trapos de sacudir.

Método Montessori: la hora de la comida

El por qué de cada cosa

El material didáctico fue creado con el fin de despertar una motivación intrínseca para hacer las cosas. El maestro o guía ofrece estos materiales a los niños a través de presentaciones individuales o grupales, pero la verdadera lección se revela cuando los pequeños la descubren por sí mismos a través del juego y la experimentación. Cabe mencionar que el maestro no castiga ni regaña, pues desempeña el rol de un observador que media entre el niño y el entorno educativo; ante una acción no deseada, en lugar de emitir un juicio, señala la consecuencia lógica de dicha acción e intenta sublimarla al sugerir una tarea constructiva. Por medio de estos principios y de una gran libertad para elegir las actividades,[2] se busca estimular las potencialidades naturales de los niños y favorecer un desarrollo psicológico más armonioso.

En un ambiente Montessori conviven niños de tres a seis años de edad —casa de los niños—, de seis a nueve —taller I—, y de nueve a doce —taller II—: los más grandes ayudan a los más pequeños a comprender determinados conceptos, y los más pequeños ayudan a los más grandes a recordar algún concepto olvidado. De esta forma, se genera una atmósfera solidaria que es reforzada por las actividades grupales —como el ejercicio del silencio y la hora de la comida—, cuyo objetivo es el perfeccionamiento psicofísico de los movimientos y la coordinación espaciotemporal.

Controversia

Con detractores como el filósofo de la educación William Heard Kilpatrick — aseguraba que el método carecía de rigor científico y que las actividades propuestas en él resultaban insuficientes para satisfacer las necesidades intelectivas, creativas y sociales de los alumnos— y entusiastas como Anna Freud,[3] las escuelas montessorianas siguen causando controversia alrededor del mundo. Al abandonar estos recintos casi paradisíacos, ¿los niños serán capaces de adaptarse a la cruda realidad?, muchos dudan. Por una parte, según un estudio realizado en 1965, conocido como “Cincinnati Montessori Research Project”, los alumnos de estos colegios son más sociables, tienen una mayor capacidad de concentración y —lejos de intentar complacer a los educadores— parecen motivados por una fuerza interior, además de poseer un sentido natural de la comunidad; sin embargo, queda preguntarse si, tras haber vivido en un microcosmos no competitivo, podrán hacer brillar su espíritu independiente en la preparatoria o la universidad y, con el tiempo, destacar en las opresoras sociedades modernas.

Gabriel García Márquez, Jimmy Wales —creador de Wikipedia—, así como Larry Page y Sergey Brin —los fundadores de Google— son algunos ejemplos de éxito de este modelo educativo. Todos ellos tienen algo en común con María Montessori: el deseo de cambiar al mundo a través de la belleza, el conocimiento, la libertad y la esperanza.

Cierre artículo

[1] Montessori creía que si los deficientes mentales podían aprender a leer y escribir a través de materiales didácticos —como ella misma había comprobado al trabajar en manicomios infantiles—, los niños con capacidades normales alcanzarían un extraordinario desarrollo intelectivo y de la personalidad al aplicarles métodos pedagógicos análogos.

[2] Por lo general, estos colegios cuentan con un sistema de registros para asegurarse de que los alumnos cumplan con todas las áreas de enseñanza.

[3] Hija menor de Sigmund Freud y precursora del psicoanálisis infantil.

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