Los años sesenta fueron una década de grandes cambios: rock, movimientos sociales, la llegada del ser humano a la Luna y protestas estudiantiles. Todo cambió y ofreció una nueva perspectiva, como dice la canción de Bob Dylan: “Los tiempos estaban cambiando”.
Los medios no fueron la excepción. En aquellos tiempos, se gestó uno de los movimientos más importantes en lo que concierne a la prensa escrita: el llamado new journalism o “nuevo periodismo”. Pero, ¿en qué consistió y por qué se le consideró “nuevo”? A manera de una nota informativa, responderé a partir de las preguntas fundamentales que debe plantearse cualquier periodista: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué.
Antecedentes
Como muchos lo saben, el periodismo y la notas tradicionales no buscan otra cosa sino informar y ofrecer al lector datos veraces y oportunos. Antes del new journalism, pocos reporteros tenían aspiraciones estéticas o producian textos de altos vuelos. No buscaban el arte, sino los datos duros y concretos.
Entonces, llegaron los sesenta con todos sus cambios en diversas aristas sociales y muchos novelistas no supieron adaptarse a ellos. En esos tiempos turbulentos, quienes se dedicaban al oficio de la pluma debían contar lo que ocurría a su alrededor con estilo, clase y talento. Era necesario describir la verdad, pero con la estructura estética de la ficción: metáforas, alegorías, analogías, hipérboles, elipsis de tiempo y lugar, y todo lo que debe poseer un buen escrito.
Durante aquellos años, periodistas de publicaciones como Esquire o The New York Herald rechazaban lo obtuso de la prensa de su época. Eran gente de medios, sí, pero también eran literatos. Y aunque al nuevo periodismo lo conformaron varios escritores y reporteros, su máximo exponente y fundador fue Tom Wolfe.
Tom Wolfe, caballero de blanco
Thomas Kennerly Wolfe Jr. nació el 2 de marzo de 1930 en Ashville, Carolina del Norte. Estudió en la Universidad de Yale y, en 1959, fue contratado como reportero en The Washington Post. A diferencia de muchos de sus colegas, Wolfe tenía un doctorado en filosofía, pero ingresó a los medios por su amor a las letras. Con su trabajo, Wolfe promovió y difundió el nuevo periodismo matando dos pájaros de un tiro: por un lado, revitalizó los reportajes, crónicas y artículos periodísticos y, por otro, infundió de nueva vida a la novela.
De acuerdo con el libro Periodismo escrito de Federico Campbell, el estilo que Wolfe desarrolló permite que el reportero se involucre como protagonista de la historia que cubre, y no desdeña ninguno de los recursos de la literatura: diálogos, descripciones, monólogo interior, puntos de vista, manejo del tiempo y desarrollo de personajes —al definir a los entrevistados—, pero también se enfoca en los hechos y datos duros, luchando por revelar no sólo historias de vida, sino lo que hay tras los hechos superficiales.
Las ideas de Wolfe quedarían plasmadas en el libro El nuevo periodismo —disponible en español en edición de Anagrama—, donde publica los fundamentos del mismo y algunos de sus pasajes más importantes. Muchos reporteros y escritores seguirían sus enseñanzas y formarían parte de su grupo.
Nada nuevo bajo el Sol
Pero antes de describir los pilares del new journalism, es importante aclarar que no se trata de algo verdaderamente nuevo. Aunque Wolfe lo promovió así, en realidad no tiene nada nuevo bajo el Sol: desde la Antigüedad, Heródoto ya escribía excelentes crónicas periodísticas y, en el siglo XIX, escritores como Gutiérrez Nájera o Manuel Payno escribían formidables crónicas literarias.
Cuando se le preguntó si el nuevo periodismo era realmente nuevo, Wolfe afirmó que ésa era una pregunta retórica y que la respuesta era “Claro que no”, y citó a los escritores realistas sociales del siglo XIX: Honoré de Balzac, Fedor Dostoievski y Charles Dickens, quien antes de ser novelista fue reportero y realizó trabajo de investigación para su obra Nicholas Nickleby, viajando con nombres falsos para obtener información sobre internados de varones.
Por otro lado, a principios del siglo XX, Jack London, autor de Colmillo blanco, decidió vestirse como vagabundo y vivir un tiempo en el East End de Londres —uno de los sitios más infames y peligrosos de Europa— para convivir con prostitutas y vagabundos, y a partir de estas vivencias escribir La gente del abismo, una desgarradora crónica de la pobreza británica.
Los principales exponentes
Aun así, la influencia del trabajo de Wolfe marcó a mucha gente y generó una oleada de seguidores e, incluso, de imitadores. Sus obras poseen el rigor de un reportaje periodístico, pero el estilo de una novela o de un buen cuento.
La más destacada es, sin duda, A sangre fría, de Truman Capote, historia que narra a detalle el cruel asesinato de la familia Clutter, de Kansas, a manos de Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith. Capote se documentó hasta el más mínimo detalle, recreando de forma brillante todos y cada uno de los hechos. Hasta el día de hoy es un texto obligado en cualquier escuela de periodismo.
Norman Mailer fue otro de los grandes exponentes del nuevo periodismo con Los ejércitos de la noche, que obtuvo el codiciado premio Pulitzer. La obra narra la marcha sobre el Pentágono del 21 de octubre de 1967, en la cual participó una gran parte de la izquierda y la contracultura estadounidense de entonces.
Por su parte, Gay Talese es uno de los más persistentes exponentes del género, pues aunque nació en 1932 continúa escribiendo hasta hoy. Su obra más célebre es, también, la más hermosa: Honrarás a tu padre. En ella, Talese convive durante seis años con los Bonanno, una peligrosa familia de la mafia italiana, y describe con maestría envidiable la vida de la gente dedicada al crimen, sin tomar partido y permitiendo que el lector ahonde en su personalidad.
Mención aparte merece Hunter S. Thompson, sin duda el más inestable, irascible, burlón y locuaz de los exponentes del nuevo periodismo, aunque él jamás se quiso encasillar en el género. Thompson publicó Los ángeles del infierno, una novela-reportaje para la que convivió con esta banda de violentos y peligrosos motociclistas. Se trata de una obra hilarante: nunca el periodismo pudo ser tan divertido.
En un tenor similar, está Ponche de ácido lisérgico —The Electric Kool-Aid Acid Test— de Tom Wolfe, que narra sus andanzas a bordo del autobús “Further” de Ken Kesey y The Merry Pranksters, todo un ícono de los años sesenta y promotores del consumo recreativo de LSD.
Finalmente está Barbara Goldsmith con La dolce viva, que cuenta la vida de una de las actrices de Andy Warhol, sumergiéndonos en el mundo de la Factory y la escena contracultural neoyorquina de la época.
Del periodismo al Nobel
Con el tiempo, este periodismo literario llegaría muy lejos. El ejemplo más destacado es el de Svetlana Aleksiévich, ejemplo de que los medios escritos pueden alcanzar una calidad literaria sin igual. La prueba es que en 2017 ganó el Nobel de Literatura, siendo la primera vez que alguien gana el galardón por su obra periodística.
Las obras de Aleksiévich recuperan las historias de vida de quienes padecieron el régimen soviético. La más famosa es Voces de Chernobyl, que recientemente ganó mayor fama gracias a la serie de HBO. La Academia Sueca le otorgó el premio porque “su obra polifónica es un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo”.
A final de cuentas, eso es lo que buscan tanto la literatura y el periodismo, viejo o nuevo: una polifonía de las emociones humanas.