El olvido de Gaudí

El olvido de Gaudí
Cecilia Durán Mena

Cecilia Durán Mena

Creatividad

La Barcelona que caminamos hoy es muy diferente a la de hace cien años o a la de hace treinta. La Ciudad Condal ocupa un lugar entre las urbes más modernas del mundo. Pero, ¿cómo se transformó tanto la capital de Cataluña? Quien haya leído Nada, de Carmen Laforet, tendrá alguna idea de la metamorfosis que sufrió Barcelona: “La ciudad, hija mía, es un infierno. Y en toda España no hay una ciudad que se parezca más al infierno que Barcelona”. La novela, publicada originalmente en 1945, refleja de manera magistral la desolación y la pobreza de una España recién salida de una cruenta guerra civil.

Torre Agbar

Por fortuna, Barcelona dejó de ser ese lugar de cenizas, esa ciudad gris y sombría de apeñuscados habitantes fantasmales que Laforet describió hace setenta y cuatro años. Hoy, Barcelona es un ícono, y muchos han contribuido a la transformación de la ciudad: famosos pintores como Picasso y Miró; pero, sobre todo, reconocidos arquitectos como Lluis Domenech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch, Josep María Jujol y, por supuesto, Antoni Gaudí.

Con el movimiento modernista, dio inicio la metamorfosis de Barcelona a principios del siglo XX. Fueron, precisamente, mentes como la de Gaudí las que sacaron adelante a la ciudad. De entre las obras del arquitecto catalán, no hay duda que su obra maestra fue El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Formas curvas, suaves, materiales reciclados, vitrales multicolores, diferentes tonalidades de azul impregnando las paredes y un blanco tan limpio. ¡Adiós a la visión de cenizas de la Barcelona de Laforet!

Vista interna del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia

El amor que Antoni Gaudí le dispensó a La Sagrada Familia, por la que literalmente se le fue la vida, es evidente. Es un signo de entrega y de plenitud artística. Gaudí, como arquitecto, estaría muy complacido con el estado actual de la obra que él no pudo terminar.Sin embargo, dado que era un hombre no sólo religioso sino espiritual, probablemente no estaría tan contento con lo que hoy pasa al interior de La Sagrada Familia.

Entrar a la obra maestra de Gaudí cuesta veintitrés euros por persona y no hay descuentos para académicos ni para estudiantes. Se puede ir a misa, porque efectivamente se celebra el rito católico; pero en Domingo de Resurrección, máxima fiesta cristiana, la taquilla es prioridad. El lugar es más una mera atracción turística que un templo, aunque lo mismo sucede con otras iglesias importantes de la ciudad, como la Catedral de Barcelona y la Basílica de Santa María del Mar. Los lugares que se construyeron para el culto y la oración son ahora espacios para las selfies —igual que otros grandes museos y sitios arqueológicos.

En nuestros tiempos, las grandes obras maestras son reducidas a un fondo de fotografía. Pero La Sagrada Familia esconde muchísimos secretos y tiene una historia particular: Gaudí murió mientras la construía y el edificio siempre fue polémico. Con toda la genialidad vertida en idear los planos, en combinar métodos constructivos, con toda la mente inmersa en cálculos estructurales, en dibujos artísticos y en la propia magnificencia del proyecto, Gaudí tuvo un pequeño pero importante olvido: nunca fue a recoger el permiso de construcción. O alguien tuvo el descuido de no emitirlo. Parece un chiste, pero no lo es.

Antoni Gaudí

La primera piedra de esta construcción fue colocada en 1882 y desde 1915 Gaudí se dedicó casi exclusivamente a ella. Sabemos que, como buen genio, se perdía en sus ideas; y el ensimismamiento puede parecer mera distracción a ojos ajenos. En realidad, es entendible que la tramitología le haya parecido irrelevante. Tal parece que el permiso fue solicitado al consistorio de Sant Martí Provençals en 1885, pero nunca se aprobó una solicitud de permiso de construcción, y durante mucho tiempo después la obra continuó siendo irregular.

Recientemente, los funcionarios de la Ciudad Condal se hicieron cargo de este descuido —que no sabemos si es atribuible al equipo del maestro, a los trabajadores del municipio, o al crecimiento de la mancha urbana de Barcelona—, y emitieron una licencia válida hasta 2026 —precisamente en el centenario de la muerte de Gaudí. De este modo, el 7 de junio de 2019 la Sagrada Familia por fin recibió una licencia de obras, ciento treinta y siete años después de que comenzara su construcción.

“Fue una anomalía histórica que La Sagrada Familia no tuviera licencia”, dijo Janet Sanz, actual vicealcaldesa de Ecología, Urbanismo y Movilidad de Barcelona. Pero ahí no termina la anécdota. Como parte de un acuerdo entre la ciudad de Barcelona y la fundación que administra el templo, la ciudad recibirá cuatro y medio millones de euros por parte de la fundación para cubrir los gastos generados por el edificio.

Más allá de que el templo genere gastos, por construcción y mantenimiento, o ingresos, por las inmensas colas de turistas, lo importante es que el trámite se resolvió. Si esta fantástica mezcla de influencias góticas, art nouveau y surrealistas es un logro de la arquitectura catalana, o si representa una derrama económica para las arcas del país y de Cataluña, todo eso es otro tema…

Techo de la Sagrada Familia

El Ayuntamiento ha determinado que el uso principal del templo es como centro de culto visitable. Hasta ahí, el sueño de Gaudí queda intacto. También delimita a trescientos setenta y ocho metros el espacio para uso comercial —de un total de cincuenta y tres mil cuatrocientos noventa y cinco metros en los que se extiende la edificación—, al que se tendrá acceso sólo desde el interior de la propia basílica. No hay duda, la Barcelona en la que caminó Gaudí hace cien años, la que describió Carmen Laforet, y la de hoy, son todas muy distintas.

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog