El papelito no siempre habla

El papelito no siempre habla
Fernando N. Acevedo

Fernando N. Acevedo

Relatos de la vida real

¡Ah, la vida!, ¡esa maravillosa dama que en ocasiones te empuja a aprender cosas que jamás imaginaste saber!

Alguna vez quise que me enseñaran a cocinar panqués, pues se me ocurrió que podía ganar dinero extra vendiéndolos —y en efecto, después de perfeccionar el proceso de producción, cocinar panqués resultó económicamente provechoso para mí. En otra ocasión, y después de que la cocina de mi casa se inundara varias veces, tuve que aprender a cambiar tuberías, aunque para esta labor conté con la ayuda de mi hermano. También hace varios años, para ayudar a mi madre, improvisé un taladro miniatura con una aguja de coser y destapé la perforación de una perla que estaba bloqueada con pegamento. Pero quizá, entre todas esos aprendizajes “circunstanciales”, el más valioso fue tener la buena fortuna de aprender italiano, pues eso me permitió después, y por puro gusto, traducir a autores como Tonino Guerra, Alessandro Baricco, Giovanni Papini, Umberto Eco e Italo Calvino.

Es verdad, sin embargo, que siempre hubo escuelas, talleres y personas de las que adquirí los conocimientos necesarios para realizar todo lo anterior, pero fue  la perseverancia, y un poco de imaginación, lo que en última instancia determinó que mis logros tuvieran la forma que yo deseé darles; que fueran tal como los soñé. Y es precisamente sobre esta forma más independiente en la que uno puede adquirir y dominar conocimientos sobre la que quisiera hablar un poco.

Recuerdo que compré mi primer reproductor de discos compactos cuando éstos ya tenían un buen rato de ser accesibles al público en general. Al llegar a casa, conecté el reproductor a mi vieja grabadora portátil para usarla como amplificador —he aquí otra prueba de que la improvisación y el ingenio son siempre importantes—, y me dispuse a escuchar mi primer CD: Urban Daydreams, de David Benoit. Mientras escuchaba el maravilloso piano de Benoit, llegó mi primo, Emilio, y con cassette en mano me dijo: ‟¡Tienes que escuchar esto!, es la combinación perfecta: música celestial y voz de ángel”.

El cassette de mi primo era el álbum Private Collection, la tercera entrega del dueto Jon & Vangelis. Yo conocía, por separado, a cada uno de los miembros: a Jon Anderson, por su trabajo como vocalista de Yes, y a Vangelis por ser el compositor de la banda sonora de Blade Runner y del tema de apertura de la serie de divulgación científica Cosmos. Recuerdo que, maravillados por lo que escuchábamos, discutimos sobre el hecho de que Vangelis era un músico autodidacta —claro que entonces no existía Wikipedia, así que no recuerdo de dónde obtuvimos esa información.

Es este fenómeno, el autodidactismo, aprender algo motu proprio,[1] lo que me sigue intrigando hasta ahora, especialmente cuando se trata de personajes reconocidos por altísimos logros artísticos, científicos o intelectuales. ¿Qué debe acontecer en la mente de alguien para que su proceso de aprendizaje pueda seguir este camino?

Un ejemplo clásico del autodidacta es Leonardo da Vinci. Sin embargo, existe una larga lista de personas cuyos logros en sus respectivos campos fueron más bien el fruto del propio empeño por aprender algo y no tanto de la formación escolar tradicional. Por mencionar algunos nombres, esa lista incluye a Jorge Luis Borges, Hermann Hesse, Rabindranath Tagore, H. P. Lovecraft, Herman Melville, Ernest Hemingway, Ray Bradbury, Alan Moore y Frida Khalo, en las letras y la pintura; a Frank Zappa, Keith Moon, David Bowie, Jimmi Hendrix, Noel Gallagher, Kurt Kobain, Errol Flynn, Eminem y Mike Portnoy, dentro de los músicos y actores; Gustave Eiffel, Jacque Fresco, Le Corbusier y Luis Barragán, en la arquitectura; James Watt, Thomas Alva Edison, los hermanos Wright y Henry Ford, entre los inventores e ingenieros; y Charles Darwin, Michael Faraday, Benjamin Franklin, Antonie van Leeuwenhoek, Gottfried Wilhelm Leibniz y Karl Marx, en la ciencia y la filosofía.

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Mi formación académica no siempre ha hablado por mí. La manera en que he sido tratado en mi familia, con mis amigos, o en el trabajo rara vez tuvo que ver con acreditaciones de instituciones educativas. Debo admitir que alguna vez lamenté no haber concluido mis estudios universitarios, pero la vida, y ciertas decisiones propias, se encargaron no sólo de llevarme a abandonar el aula, sino también a tener que aprender a mi manera y con mis propios medios.

Las personas, las situaciones, las necesidades y los obstáculos en ocasiones te obligan a ‟rascarte con tus propias uñas” para hacer lo que quieres o lo que debes hacer, y cabe mencionar que no todo lo que necesitas saber te lo enseñan en la escuela. Un buen libro o manual, una búsqueda en internet, el video correcto en YouTube pero, sobre todo, la curiosidad y la disposición a hacer nos llevan a imaginar, para luego intentar y finalmente lograr todo lo que nos proponemos.

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[1] Motu proprio significa ‟Por propia voluntad o iniciativa”. Se trata de una locución latina que indica que algo se hace de forma espontánea y sin petición previa.

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