
Miguel A. Novillo López, historiador de la Universidad de Nebrija, nos dice que Cleopatra evoca un mito relacionado con el exotismo de Oriente, la pasión por los hombres y los excesos del poder femenino. Destaca además que con frecuencia se olvidan su ascendencia macedonia —era hija del general alejandrista Ptolomeo Lagos— y sus logros políticos como reina de Egipto.
Cleopatra (69-30 a.C.), nombre cuya etimología griega refiere a “gloria patria” o “patria de la gloria”, fue la última gobernante del Egipto ptolemaico. Aunque no poseía la deslumbrante belleza que —como dice la investigadora española Rosa M. Cid López— han resaltado las narrativas de los literatos y cineastas, se sabe que cuidó con esmero su imagen y otorgó gran importancia a sus apariciones públicas.
Así, no es difícil imaginarla con su recargado maquillaje facial alrededor de los ojos —como era costumbre entre las mujeres y hombres egipcios— que, además de embellecerla, era un excelente hechizo contra el “mal de ojo”.
Más allá de la estética y la superstición, en dosis bajas, este tipo de maquillaje a base de plomo y sales era excelente para prevenir enfermedades infecciosas en los ojos, comunes en aquellos tiempos, pues contenía óxido nítrico que activaba las defensas del sistema inmune y combatía las bacterias.
Por su parte, el médico y escritor bizantino Aecio de Amida (502-575 d.C.) enlista en su Tetrabiblión los aceites aromáticos que Cleopatra usaba en su cuidado personal y belleza. Estos perfumes del Antiguo Egipto, además de hermosear, jugaban un importante papel en el culto a los dioses y la profilaxis.
Entre las esencias aromáticas citadas por el erudito bizantino estaban: el aceite de casia, extraído de la corteza del árbol asiático Cinnamomum cassia y con poder antioxidante; el de flores de juncos y el de los frutos del Chébula o mirobálano (Terminalia chebula), un arbusto originario de la India que en la medicina tradicional asiática se utiliza como astringente por su alto contenido de taninos.

También se menciona una resina llamada almáciga, obtenida de la corteza del lentisco (Pistacia lentiscus), un árbol que crece en las costas mediterráneas y que cuenta con propiedades astringentes, al igual que el mirobálano. Y si además de oler “rico” se deseaba poseer la piel brillante, todo el cuerpo debía untarse con una mezcla de harina, trébol, ciruela e incienso amoníaco.
Aecio de Amida también documentó que cuando Cleopatra deseaba tratar sus lesiones corporales —golpes o magulladuras—, elaboraba moldes con semen y el extracto líquido de melones blancos maduros.
También se dice que Cleopatra y Popea, la segunda esposa del emperador Nerón, solían bañarse en leche de burra para beneficiarse de sus propiedades suavizantes. De hecho, la leche de este équido —que, en efecto, huele muy bien— aún se usa en preparaciones cosméticas, pero el renovado interés de la comunidad científica está orientado principalmente a su uso como suplemento alimenticio.
En 2019, el Museo National Geographic en Washington ofreció la oportunidad de percibir la fragancia del Antiguo Egipto y de fantasear en torno al olor que envolvía a la mismísima Cleopatra: en su exhibición Reinas de Egipto, investigadores de la Academia de Ciencias y Humanidades Berlin-Brandenburg de la Universidad de Hawái y de la Libre de Berlín, presentaron la recreación del mendesiano, un perfume producido en la ciudad egipcia de Mendes.
Para la elaboración de esta lujosa esencia, que todo el mundo de antaño anhelaba, los académicos se basaron en antiguos registros egipcios y griegos en los que la mirra, una resina de árbol de olor azucarado y picante, destaca como el ingrediente principal. Este perfume no sólo fue una fragancia en una botella: era el emblema olfativo del antiguo Egipto y hasta de su misma gobernante.
Finalmente, es posible subrayar que “la Cleopatra más glamorosa de todas es una difusa y compleja figura histórica que posiblemente se suicidó, fue asesinada o escapó del asedio romano, […] y que pudo haber sido bella (muy perfumada y agradable al olfato, yo diría), fea o influyente en la política romana; pero que terminó por representar el modelo de la romántica mujer fatal como ninguna otra lo hizo en la antigüedad”. [1]

[1] Así lo acotan acertadamente el investigador Gregory Tsoucalas y su equipo de trabajo de la Universidad de Atenas.